23 de octubre de 2013

LECCIONES

Texto e ilustraciones : Ramón Dávila.


Había surgido de la niebla.
Había surgido de la niebla igual que los seres que pueblan la imaginación, como las cosas que transcienden su propio significado.
Había surgido de la niebla y con su dentellada había marcado para siempre su vida.
Un remolino fugaz, un destello de sus hermosos ojos, un relámpago al amanecer, un silbido escapando entre el brillo de sus caninos, y su antiguo mundo quedó deshecho, borrado para siempre.
Había surgido de la niebla, al despuntar el alba, y las primeras luces de aquel día serían, desde ese preciso instante, el principio de su nueva existencia, de su particular renacer.

Así la recordaba, una imagen nítida en su memoria.

       Andrés la miró y rememoró, como siempre hacía, aquella primera vez que la viera. Aunque ahora mantuviera su forma humana, seguía conservando esa energía animal que se deprendía del elegante fluir de sus movimientos, de cada uno de sus gestos. Permanecía pensativa, meditando mientras caminaba entre las piedras, con esa habilidad increíble para no hacer ningún ruido en absoluto, como una aparición etérea. Parecía ajena a cuanto la rodeaba, profundamente concentrada, buscando una respuesta a algún dilema.
     La contempló como lo había hecho otras veces, intentando aprender, comprender lo que hacía y la motivación de sus acciones. Le había regalado un increíble don, pero también una particular maldición, una fuerza que crecía en su interior día a día y que en la mayor parte de las ocasiones le resultaba imposible controlar.
   Alba miraba hacia el infinito, oteaba el horizonte, con sus profundos ojos verdes escrutadores dirigidos hacia el valle que se extendía bajo la colina en la que se encontraban. El Sol destellaba sobre su cabello canela y su piel cobriza creando sobre ella reflejos que la dotaban de cierta aura de irrealidad. Andrés pensó en ese instante que la naturaleza entera parecía confabularse de continuo para que en cualquier circunstancia Alba pareciera un ser sobrenatural. Ese pensamiento le hizo sonreír por un instante, como si ser una mujer-lobo no fuera suficientemente sobrenatural.
    Sin embargo el alivio sobre sus tribulaciones fue breve, demasiado breve: volvió a perderse entre esas emociones que crecían, devoradoras, en algún lugar perdido en el interior de su mente.
      -¿Qué te preocupa?- inquirió Alba sin dejar de mirar hacia el horizonte, pareciendo adivinar los pensamientos de Andrés.
         -Pregunta más bien lo que no me preocupa.
        -¡Oh! Pobrecito. ¿El cachorro está triste?
        -Te burlas de mí.
        -Obviamente. Me gustaría que dejaras de quejarte en algún momento.
        -Tengo miedo- dijo Andrés dejando que las palabras cayeran pesadas.
        -Lo he notado, todo tú apestas a él.
         -¿Apesto?
        -Sí,... horriblemente.
       Andrés se quedó un momento en silencio, con cierta sensación de vergüenza: ¿de verdad podía apestarse de miedo? ¿Cómo se evitaba algo así?
       -¿Vas a contarme de una vez lo que te pasa? ¿Qué es eso que tanto temes?- Alba giró la cabeza y dirigió una mirada inquisitiva y burlona hacia él.
      -¿No es evidente? Temo a esto que me está pasando, esto que crece dentro de mí. Esta maldición que me has transmitido.
        -¿Maldición?- repitió con tono de sorpresa.
        -¿Cómo lo llamarías tú?
        -Pues de casi cualquier otra manera, pero desde luego no lo llamaría maldición.
        -¡Oh, vamos!- exclamó Andrés algo ofendido.
       -En serio- prosiguió ella-¿dónde ves la maldición?¿en la fuerza?¿en el poder?¿
     -¡En esta rabia que crece y me desagarra!- estalló Andrés.- ¡Esta furia!- prosiguió.- Hay momentos en los que todo parece teñirse de rojo en mi mente, anhelo la sangre, y la ira me consume,... parece que quisiera matar cuanto me rodea, aplastar cada cosa que se mueve a mi alrededor.
       -¿Y qué esperas que te diga?
       -¡Quiero que me digas cómo controlarlo, cómo pararlo! Tú me mordiste, tú me condenaste a esto. Dime como sujeto la naturaleza del lobo que me abrasa hasta en mi forma humana. ¡Por Dios! No sé cómo no he matado ya a un centenar de personas.
         -Siempre me sorprendes.
         -¿Por qué?-preguntó Andrés, que durante un instante pensó que iba a recibir un halago.
      -Cuando pienso que no puedes ser más tonto me demuestras que constantemente te superas a ti  mismo.
          Andrés agachó la cabeza inundado por un sentimiento de humillación que al instante se convirtió en rabia. La chispa había saltado y el incendio en su mente y en su espíritu se propagó como un fuego de verano sobre suelo seco. Sus sienes empezaron a retumbar, como tambores tribales en feroz llamada. Su cuerpo entero se tensionó hasta el extremo, amenazando quebrarse sobre sus propios huesos. El calor se extendió desde la base de su columna, como una oleada, como viento en la tormenta, cubriendo en un segundo cada célula de su organismo. Era el aviso, el anuncio del cambio. Su visión se amplificó, su oído recorrió cada rincón en kilómetros a la redonda, dando como resultado un dolor sólido en su cerebro que multiplicó la rabia hasta límites imposibles. Sin en aquel instante hubiera tenido el poder para hacerlo, hubiera destruido el universo y toda la creación.
           Fue entonces, sin previo aviso, que sintió un aguijonazo de dolor en su cuello, sintiendo como el aire se le cortaba, asfixiándole en apenas un segundo. Alba, se había movido como una exhalación convirtiéndose en una mancha imperceptible, y ahora, le sujetaba por la garganta con su mano como si fuera una tenaza de acero. Andrés intentó revolverse, lanzando sus manos contra la cara de Alba, pero ella le alzó provocando el crujido de las vértebras cervicales y luego le proyectó contra el duro suelo de roca haciendo retumbar todo su cuerpo en un lamentable quejido. De nuevo intentó revolverse, sobreponerse al dolor. Pero Alba cortó por completo el flujo de aire hasta que finalmente, casi asfixiado, Andrés perdió el conocimiento dejando de forcejear.
           Sólo un tiempo después, recuperó la consciencia y volvió a su ser. De nuevo ella oteaba el horizonte a la espera de una señal.
            -Lo siento- dijo él primero.
           Ella le miró en respuesta, pero no articuló palabra alguna.
       Agachó la cabeza, impotente, tan cargado de dudas, de desesperación, que cualquier posible opción le resultaba sólo una sombra dentro de la propia oscuridad que sentía extenderse a su alrededor.
         -Esa rabia que sientes- comenzó a hablar entonces Alba- ¿por qué piensas que proviene de la naturaleza del lobo?
    Él se sorprendió, tanto por la pregunta como por el tono que usaba ella, una voz desconocida que parecía indicar que al fin estaba dispuesta a responder a todas las preguntas que le asaltaban.
       -¿Qué otra cosa puede ser si no? Nunca antes había sentido esta violencia, esta furia incontenible.
          -¿Seguro? ¿Eso es verdad? Profundiza en tus emociones, en tus recuerdos.
      Andrés permaneció callado por un instante, con la visión de su autopercepción vuelta hacia el pasado, explorando en su memoria toda una vida que volvía a suceder en unos pocos segundos.
      -No entiendo bien lo que quieres decirme- dijo al fin, confundido entre sus propios pensamientos desorganizados.
          -Lo que quiero decirte es que debes afrontar la verdad que se presenta a todo hombre y mujer lobo, a todo metamorfo, a todo ser humano que despierta repentinamente a un nuevo estado más poderoso, sobrenatural. Esa verdad es que la rabia, la furia, la violencia, el ansia incontenible de matar, no proviene de la nueva naturaleza, en nuestro caso la del lobo, por el contrario, el incontrolable impulso destructor reside en su lado humano.
        -¿Cómo?
       -La rabia y la furia, son expresiones de la frustración, del miedo y de la impotencia sentida cada vez que te has visto a ti mismo como un ser débil o aplastado. Eso siempre permanece, aunque pienses que termina por desaparecer, queda contenido y reprimido, y ahora, simplemente, el poder lo hace brotar. Es tu lado humano el que te empuja a matar, no la naturaleza del lobo.
      -Es ... es... imposible.
     -No. Esa es la verdad, cuanto más rápido aceptes tu nueva naturaleza, antes desaparecerá la furia en tú interior. Es tu lucha por aferrarte al lado humano lo que te produce esa ira, que no es nada más que la pataleta suprema de un niño rompiendo sus juguetes. Acepta la fuerza, el poder, y la calma llegará por sí misma. Dile adiós a tu pasado y la frustración de todo ese tiempo se disipará como la niebla ante un Sol brillante.
       Andrés intentó calmar su mente, que procesaba aquellas palabras como fuego abrasador, viendo en ellas una verdad tan cruda que dolía.
      -Tu mundo se expande a cada segundo que pasa. Cada minuto que exploras lo que te rodea con tus nuevos sentidos tu conocimiento crece, con el conocimiento crece tu poder, con tu poder desaparece todo temor. Cuanto menos luches contra ese proceso, más fácil será.

    Andrés caminó hasta donde estaba Alba e intentó mirar y ver como ella lo hacía, comprender sin más, sin esfuerzo. Empezaba a darse cuenta de que en su desesperación por no ahogarse, se había agarrado a una roca que se hundía, y por tanto, que para sobrevivir, para salir a flote, simplemente tenía que soltarse, no hacer nada y dejarse llevar.

        Un aullido sonó entonces en la lejanía, una señal y un aviso, con la tonalidad y el juego de notas al final que indicaban quién lo lanzaba. Alba corrió ladera abajo y él la siguió sin saber a qué extraña aventura le conduciría en esta ocasión.

            Ramón Daninsky.
 
                                                                                                     Ramón Dávila.
                                        

2 comentarios:

  1. Me parece un relato fantástico. Está escrito de una manera que te llega hasta lo más profundo

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