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27 de septiembre de 2015

QUERIDO DIARIO...



Pero la vieja solamente fingía ser amable; en realidad era una bruja mala que espiaba a los niños pequeños y había construido su casita de pan solamente para atraerlos. Cuando uno caía en su poder, lo mataba, lo cocinaba, lo comía y para ella ese era un día de fiesta” (“Hansel y Gretel” Jacob y Wilhelm Grimm).

El 26 de julio de este año, los perros de los vecinos de la calle Dimitrova, en San Petersburgo (Rusia), estaban inquietos. Las causantes de dicha inquietud eran unas bolsas tiradas cerca de un estanque. Y no era para menos, ya que en su interior se hallaban los restos de una mujer: el torso, las piernas, los brazos...pero no se pudo encontrar ni las manos, ni la cabeza, lo que hacía más difícil identificar a la víctima. Difícil, pero no imposible. Se trataba de Valentina Ulanova, de 79 años, que vivía en un bloque de apartamentos de la misma calle en que fue encontrado su cuerpo desmembrado.
Valentina Ulanova
Como en la película, Valentina estaba durmiendo con su enemigo, o mejor dicho, enemiga, ya que fue asesinada por su compañera de piso y cuidadora, Tamara Samsonova, de 68 años. Sí, de 68 años, hecho por el cual, en un alarde inaudito de imaginación, se le ha dado el apodo de “La abuela destripadora” (“Granny Ripper” en inglés, quién le hubiera dicho a Jack the Ripper que se abusaría tanto de su alias). La policía no tuvo dificultad para vincular a Samsonova con el crimen, ella misma confesó haber asesinado a su amiga...bueno, a ella y a dos personas más.
Tras el correspondiente registro de su casa, la policía encontró pruebas suficientes para demostrar que la mujer decía la verdad: Valentina había sido una más. Una sierra, cuchillos, manchas de sangre en el baño...su piso hubiera sido el paraíso para Gil Grissom (CSI Las Vegas). Pero, además, tenían una confesión por escrito de la oscura vida de Tamara: su propio diario.
Estaba entre libros “de magia negra y astrología” (hecho destacado en los distintos medios, seguros de que es un detalle importantísimo que no se puede obviar) y escrito en ruso, inglés y alemán. Esto fue algo que me llamó la atención, porque me indujo a pensar que Tamara esperaba ser detenida o bien, tras su muerte, quería que su diario fuera encontrado y leído. Aunque es cierto que había trabajo como ayudante en uno de los principales hoteles de la ciudad, así que puede que se le quedara la costumbre de emplear varios idiomas. Pero no puedo evitar pensar que lo que pretendía era entrar en el “selecto” club de los asesinos en serie famosos. Una de sus vecinas, Marina Krivenko, que asegura conocerla desde hace quince años, dice que Tamara estaba interesada en Chikatilo, uno de los peores asesinos en serie que ha conocido el país. Según cuenta, la detenida “reunía información sobre él y cómo cometía sus asesinatos”. Si es así, puede que quisiera ser famosa de alguna forma, por eso escribió el diario en tres idiomas y lo colocó en un lugar visible, en vez de esconderlo, ya que, al fin y al cabo, constituye una de las mejores pruebas. Pero no son más que elucubraciones mías.

Tamara portando la olla con la cabeza de Ulanova

Como dijo uno de los investigadores: “o es mucho más estúpida o más inteligente de lo que parece”. Y es que Tamara no sólo dejó constancia por escrito de sus aventuras, sino que, encima, fue pillada por las cámaras de seguridad del edificio cuando bajaba las escaleras y se dirigía a la calle, llevando las bolsas y dejando manchas de sangre en su camino. Bajó en siete ocasiones. En una de las grabaciones se ve que, en vez de una bolsa, lleva una gran olla entre las manos. En ella había hervido la cabeza y las manos de la víctima, aunque no se sabe exactamente si para evitar su identificación o si había algún otro oscuro motivo detrás, ya que no han aparecido, así como sus órganos internos. Esto ha llevado a la policía a no descartar ninguna posibilidad, lo que incluye el canibalismo. Algunos diarios ingleses, tan sutiles como siempre, afirman que Tamara sentía predilección por los pulmones, algo que se sabe, según ellos, por fuentes del Comité de Investigaciones de Rusia (el equivalente ruso del FBI estadounidense), ya que al parecer las víctimas (en plural) carecían de los órganos internos, especialmente los pulmones. Las “fuentes” de este Comité no son muy discretas que digamos y ya se sabe que en el diario se describen asesinatos que tuvieron lugar hace más de diez años. Las autoridades piensan que pudo haber matado a 13 personas, pero están comprobando los casos sin resolver, de un período de veinte años, en que aparecieron cuerpos descuartizados por la zona y comparando los datos que tienen con los escritos de Tamara. Así que la cifra podría aumentar.


En la casa de la acusada encontraron la tarjeta de visita de un hombre cuyos restos aparecieron en la calle Dimitrova, también en bolsas de plástico, hace 12 años. La descripción de sus tatuajes constaba en el macabro diario, así que es evidente que Tamara lo conocía. Añadimos uno más al recuento.
El diario de Tamara
A pesar de que la policía, al parecer, no quieren dar a conocer los extractos de su diario hasta que se complete la investigación (al menos eso es lo que decía el artículo del Daily Mail del 5 de agosto), no han sido pocas las filtraciones del mismo. En una de las anotaciones, entre detalles mundanos y sin importancia como “bebí café” o “he dormido mal”, Tamara cuenta qué hizo con uno de sus inquilinos: “Maté a Volodya, le corté en pedazos en el cuarto de baño con un cuchillo, puse las piezas de su cuerpo en bolsas de plástico y las tiré en distintas partes del distrito de Frunzensky”. Se sospechaba que había matado a un tercer inquilino, pero éste, por suerte para él, seguía vivo y se ha convertido en testigo del caso. Por lo que se ve, era peligroso alquilarle una habitación a Samsonova. Fuentes policiales aseguran que también mató a otro de sus inquilinos, un hombre de Norilsk de 44 años, en septiembre de 2003, tras una discusión. Su modus operandi era sencillo: drogar, descuartizar y deshacerse del cuerpo en bolsas. Es lo mismo que le hizo a Valentina Ulanova y así lo confesó en uno de los interrogatorios: “Llegué a casa y le puse todo el paquete de Phenazepam (cincuenta pastillas) en su ensalada Olivier (ensaladilla rusa). A ella le gustaba mucho”. “ Me desperté después de las 2 a.m y ella estaba tendida en el suelo. Así que empecé a cortarla en trozos” “Era difícil para mí llevarla al cuarto de baño, ella era gorda y pesada. Lo hice todo en la cocina, donde estaba tirada”.
Durante la reconstrucción del asesinato de Ulanova, Tamara mostró cómo descuartizó su cuerpo con una sierra de arco, tras lo cual envolvió los trozos en unas cortinas y los introdujo en el interior de las bolsas de plástico. También declaró haber hervido la cabeza y las manos en una olla, en la propia cocina de Ulanova. En cuanto a los motivos que le llevaron a cometer este crimen, la verdad, es que parecen algo nimios, relevantes solo en su más que probable desquiciada mente. Según su testimonio, ambas mujeres habían tenido una discusión (según algunas fuentes el detonante había sido unas tazas sin lavar) y Valya, como cariñosamente llamaba Tamara a su compañera de piso, le dijo: “Estoy cansada de ti”. Le pidió que volviera a su casa (Tamara y Valya vivían juntas en el apartamento de la última, pero Tamara tenía su propio piso en el bloque), lo cual, según la propia acusada, hizo que le diera un ataque de pánico. Le asustaba volver a su casa, quizá por los fantasmas que la habitaban...demasiada sangre se había derramado allí. Pensó que el matar a su compañera le daría unos meses más de tranquilidad, que podría “vivir aquí en paz durante otros cinco meses, hasta que sus familiares se presentaran, o alguien más”. Al final, el que se presentó fue, no un familiar, sino un asistente social, que dio la voz de alarma tras la negativa de Samsonova de dejarle entrar en el piso de Ulanova.
Samsonova, como es obvio, tendrá que someterse a una evaluación psiquiátrica. Mijail Vinogradov, psiquiatra forense, no dudó en dar un diagnóstico al ser preguntado por medios rusos. Para él era evidente que padecía esquizofrenia. Habrá que esperar al diagnóstico oficial, aunque parece que es cierto que la mente de Samsonova no tiene al alguien responsable a los mandos, ya que, según wikipedia (tan pronto y con su propia entrada en wikipedia) había sido ingresada en un sanatorio mental hasta en tres ocasiones. Por su parte, los vecinos la catalogan de paranoica, siempre pensando mal de ellos. Cuando los agentes la detuvieron, les dijo que era actriz y que había estudiado en la prestigiosa Academia de Ballet Vaganov...para admitir finalmente que en realidad había trabajado en un hotel de San Petersburgo. Y es que su comportamiento es algo errático, pasa de declararse culpable, a decir que en realidad fue un vecino, a deleitar a los agentes con historias imaginativas y contradictorias.

En la vista que tuvo lugar para determinar si ingresaba en prisión preventiva, Samsonova parecía estar más preocupada por los periodistas que seguían el caso, que por su propia suerte: “Sabía que vendrían...es una desgracia para mí, toda la ciudad lo sabrá” (gracias a internet lo sabemos medio mundo, Tamara). Al Juez, Roman Chetobar, le dijo: “Me he estado preparando para esta acción judicial durante docenas de años. Todo se hizo deliberadamente...no hay forma de vivir. Con este último asesinato cerré el capítulo” “(...) soy culpable y merezco un castigo”. Aplaudió cuando aquél dictó su entrada en prisión preventiva.
La preocupación de Tamara porque su oscuridad fuera revelada era fundada y ahora sus vecinos deben estar preguntándose si realmente su esposo se fue con otra mujer, allá por el 2005, como ella les dijo, o si también terminó en bolsas. Ella denunció su desaparición ante la policía, pero de él no se sabe nada.
En fin, por mi parte no he dejado de pensar en todos esos cuentos en que una, en principio, inocente ancianita se transforma en caníbal ante la mera presencia de un niño de carnes tiernas. ¿Acaso las abuelitas no han aprendido aún que los cuentos nunca deparan un final feliz para ellas?.

      “Mientras la niña se sentaba ante el telar y se ponía a tejer, la bruja salió de la habitación, llamó a su sirvienta y le dijo:
Calienta el baño de prisa y lava bien a mi sobrina, porque la quiero de desayuno.
La pobre niña escuchó a Baba-Yaga, y muerta de miedo, cuando la bruja se marchó, le pidió a la sirvienta:
Por favor, no quemes mucha leña; mejor es que eches agua al fuego y lleves el agua al baño con un colador. Y le regaló un pañuelo.
Luego de un rato, Baba-Yaga, impaciente, se acercó a la ventana y preguntó:
¿Estás tejiendo, sobrinita? ¿Estás tejiendo, querida?” (“La Bruja Baba-Yaga”, cuento popular ruso)

Sara H. Bethencourt

Fuentes: 














16 de enero de 2015

GEORGE PARROT: UN DESTINO MARCADO POR LA PIEL

  La historia de George Parrott, también conocido como George Manuse, George Warden o «Big Nose», es bastante peculiar, digamos que fue un hombre que se hizo a sí mismo... pero algo torcido, pues escogía siempre trabajos al margen de la ley. Así, fue salteador de caminos, de diligencias, cuatrero... no es de extrañar que terminara en un banda de delincuentes dirigida por un tal Sim James y formada por Frank McKinney, Jack o Sandy Campbell, Cully McDonald, John Wells, Tom Reed, Frank Towle, «Dutch Charley»Buress y el propio George «Big Nose» (hay que decir que el apodo de George no era gratuito, realmente era la versión cowboy de Cyrano de Bergerac).


    
    
George "Big Nose" Parrot
 La banda de James, que así se llamaba (no es que fueran muy originales buscando nombres), decidió robar un tren. Para hacer su trabajo más sencillo pensaron que lo mejor sería hacer que descarrilara, puesto que era más fácil robar un tren parado que en movimiento, lógicamente. El 14 de agosto de 1878, a 6 millas de Medicine Bow, la banda se dedicó en cuerpo y alma a manipular la vía por la que debía pasar el tren nº3 de Westbound, de la Union Pacific, pero no contaban con que ese día un grupo de operarios hubiera estado trabajando en el puente de Medicine Bow. Al final del día, el capataz fue a recoger las herramientas que habían dejado atrás y se dio cuenta de que las vías no estaban como antes. Temiendo que quien hubiera hecho eso estuviera por los alrededores, intentó mantener la sangre fría, recogió sus herramientas y se fue, como si no se hubiera dado cuenta de nada. Tan pronto supo que estaba fuera de la vista de quien estuviera allí, corrió a dar aviso al tren que se acercaba, pudiendo así evitar el robo. El capataz no se equivocaba, la banda de James estaba aún allí, escondidos tras unos arbustos, esperando a que se fuera, pero, ante a imposibilidad de seguir con el plan, prefirieron huir.
       Evidentemente, la cosa no se iba a quedar así, y pronto fueron enviados dos hombres en busca de los forajidos: el ayudante del Sheriff de Wyoming, Robert Widdofield, y el agente de la Union Pacific, Henry «Tip» Vincent. Estos siguieron el rastro de la banda hasta un campamento que montaron en Rattlesnake Canyon, cerca de Elk Mountain. Ni la suerte ni las matemáticas estaban del lado de la ley, ya que los agentes no sólo fueron divisados en seguida, sino que además les superaban en número. No salieron vivos de allí. En su huida la banda se separó.
    Tras el descubrimiento de los cuerpos, las autoridades se tomaron muy en serio el atrapar a los miembros de la banda de James y no dudaron en ofrecer una fuerte suma de dinero como recompensa por su captura. Al mes siguiente de los hechos, Frank Tole fue asesinado cuando intentaba atracar el Black Hills Stage Line.
Dr. John Osborne

    El siguiente en caer fue «Dutch Charley», detenido junto a su nueva banda el 25 de diciembre de 1879, en Montana. Fueron llevados a Laramie (Laramie City), pero debido a que el asesinato de Widdowfield y Vincent había ocurrido en el condado de Carbon (Carbon County), «Dutch Charley» sería llevado en tren (justamente en mismo que había intentado robar un año antes junto a la banda de James) a la ciudad de Rawlins, para ser juzgado. En el trayecto hacia Rawlins, el tren tuvo que hacer una parada, en Carbon, para abastecerse de agua y carbón, momento que fue aprovechado por una multitud para asaltarlo, no precisamente para robar, sino para atrapar a «Dutch». Este se había ocultado en el vagón de equipajes, debajo de unas pieles de búfalo, pero no le sirvió de nada, fue arrastrado hasta un poste de telégrafos del que colgaba una cuerda. Lo único que le mantenía con vida era un barril de whisky al que había sido obligado a subir, mientras le colocaban la cuerda alrededor del cuello. La idea era asustarle lo suficiente para conseguir una confesión, algo que a la madre de Widdowfield parecía no hacer falta, ella tenía claro que «Dutch» había matado a su hijo. El ladrón se balanceaba sobre el barril, recibiendo un tirón de la cuerda de vez en cuando, pero Elizabeth Widdowfield, la cuñada de Robert, no aguantó más y le dio una patada al barril. Y ahí se quedó «Dutch», hasta que al día siguiente llegó el Sheriff de Rawlins e hizo que lo bajaran.

    Por su parte, a «Big Nose» parecía sonreírle la fortuna. Su negocio de atracos a diligencias iba viento en popa y, lo más importante, seguía vivo. Sin embargo, a pesar del apodo, «Big Nose» tenía la boca más grande que la nariz y la bebida le hacía presumir de sus aventuras. Así, no sólo contaba sus hazañas como ladrón de diligencias, sino que también dijo que había participado en el robo frustrado del tren de la Union Pacific y en el asesinato a los dos agentes que les perseguían. Fue detenido en julio de 1880. La historia de «Dutch» se iba a repetir, ya que George fue trasladado en tren hasta Rawlin, tren que nuevamente paró en Carbon y, para variar, la turba entró en el mismo en busca de «Big Nose». Fue arrastrado fuera del tren, sin que al parecer nadie se atreviera a llevarles la contraria, y es que no a todos les agrada ser linchado. A George le llevaron al andén y le colocaron la cuerda alrededor del cuello. Como ocurrió con «Dutch», la idea de la partida de linchamiento no era matarle, sino que confesara, así que daban unos tironcitos a la cuerda a ver si le convencían. A pesar de eso, George dudaba, por lo que pensaron que si tiraban algo más fuerte y le prometían un juicio justo seguro que el hombre cedería. Así fue, aunque seguro que también tuvo algo que ver el que una condición indispensable para asistir al juicio era estar vivo. Cuando Parrott empezó a hablar no hubo quien le parara, confesó el intento de robo al tren, los asesinatos de Widowfield y Vincent, y cualquier cosa que hubiera hecho. Una vez satisfechos, le devolvieron al Sheriff Rankin para que continuara su viaje a Rawlins. Una vez comenzado el juicio, un error en el acta de acusación anuló la confesión de culpabilidad de George, así que tenía vía libre para arrepentirse y declararse inocente. Sin embargo, al final no sirvió de nada, fue encontrado culpable y condenado a muerte. La fecha señalada para la ejecución era el dos de abril de 1881. Ni que decir tiene que George no estaba de acuerdo con eso de ser ahorcado y en marzo decidió salir de prisión por sus propios medios, que básicamente consistían en agredir a Rankin con sus grilletes (fracturándole el cráneo de paso), pero no contaba con que éste pudiera defenderse ni con el arrojo de su esposa, que apareció con una pistola. Una vez de vuelta en su celda, el Sheriff Rankin reforzó la vigilancia del preso.

    La noticia del intento de huida pronto recorrió la ciudad. Los vecinos de Rawlins no estaban dispuestos a permitir que lo sucedido se volviera a repetir, además, temían que los abogados de George consiguieran evitar la ejecución presentando la documentación necesaria para alegar demencia (esto era al menos lo que decía el períodico de Carbon County). Así pues, la población de Rawlin esperaba lo peor y estaban decididos a no permitir que «Big Nose» se librara de la horca. A pesar de que en Front Street había dos salones, dos hoteles, dos salas de billar y un restaurante abierto toda la noche, la calle se quedó en silencio, estaba todo tranquilo. Entre las 10 y las 11 de la noche, un grupo de hombres enmascarados entraron por la fuerza en la prisión y, apuntando a Rawkin con sus pistolas, sacaron a George a rastras de su celda. 
    «Big Nose» fue llevado a Front Street donde colgaba una cuerda de un poste de telégrafos. Allí unas doscientas personas se reunieron para asistir al espectáculo, aunque hubo cierta desilusión al principio pues, tras hacer subir a George a un barril de whisky (lo del barril resultó ser profético) la cuerda ser rompió, así que cogieron una escalera, que fue retirada una vez que el nudo le adornaba el cuello. Murió el 22 de marzo de 1881. Su cuerpo quedó balanceándose en el extremo de la cuerda hasta que llegó el enterrador, unas horas después. 

  Y ahora es cuando viene la parte llamativa la historia. Como el cuerpo de «Big Nose» no fue reclamado por ningún familiar, los doctores Thomas Maghee y John Osborne se hicieron cargo del mismo, no precisamente para darle un entierro digno. No, lo que ellos querían era comparar el cerebro de un criminal como Parrott con el de una persona «normal», en un intento de saber si la maldad del hombre era visible en su cerebro. pero no tuvieron éxito: ambos cerebros eran iguales (supongo que no se les ocurrió pensar que ambos especímenes eran igual de malvados). Ante la decepción y ya que tenían un cuerpo esperando ser «útil a la ciencia», ambos médicos decidieron reciclar los restos de Parrott.
Dra. Lillian Heat y su "tope" de puerta
Así, Lillian Heat, la ayudante del Dr.Maghee, de tan sólo 15 años, recibió un regalo muy especial: la parte superior del cráneo de «Big Nose». Con los años, Lillian se convirtió en la primera mujer que ejerció la medicina en Wyoming, y usó su regalo como cenicero (en realidad fue su marido quien le dio ese uso), en tope de puerta e incluso como recipiente para apoyar la pluma. Sin embargo, era el Dr. Osborne el que demostró tener los gustos más macabros. Lo primero que hizo fue hacer una máscara mortuoria de la cara, máscara que carecía de orejas, según se dice, porque al forcejar mientras colgaba fueron arrancadas por la cuerda, aunque es algo que no está confirmado. Pero realizar una máscara mortuoria no era algo tan extraño, más de un asesino tiene la suya, como Martin Dumollar o el dúo asesino, Burke y Hare (a Burke también lo reciclaron), el problema es que al Dr. Osborne parece que le gustó la piel de George y pensó que era lo suficientemente buena como para hacerse ¡unos zapatos!. Así que, le quitó la piel de los muslos y el torso (incluyendo los pezones) y la mandó a Denver, para dar gusto a su extraño capricho (y además le sobró piel para hacerse un maletín).
Los zapatos de "piel"
El Dr.Osborne estaba realmente contento con sus zapatos nuevos, a pesar de que el zapatero no le puso los pezones del forajido en sus puntas, no se puede tener todo. Y tan contento estaba que no dudaba en ponérselos en las ocasiones especiales, como en el baile que tuvo lugar cuando fue elegido Gobernador del Estado de Wyoming (fue el primer Gobernador demócrata de Wyoming). Al parecer, una vez dejado este cargo, se convirtió en director de un banco en la ciudad y ¿adivinan qué se le ocurrió exponer en el vestíbulo del banco? ¡Sí! sus zapatos de piel humana, en una preciosa vitrina de cristal.
    Después de esto, los restos de Parrott fueron introducidos en un barril de whisky (¿ven que era profético?) lleno de una solución salina, al menos durante un año. Cuando se cansaron de manipular los restos, el barril fue enterrado en el jardín trasero de la oficina del Dr. Maghee. Y allí permaneció hasta 1950, en que, a causa de unas obras que se estaban realizando en el lugar, desenterraron el barril. Al abrirlo, los obreros se llevaron un buen susto, pues lo que encontraron fue un buen montón de huesos y un cráneo con la parte superior serrada. Uno de los curiosos que se congregaron alrededor del hallazgo recordó a la Dra. Heath y su peculiar tope de puerta, por lo que enseguida contactaron con ella para saber si sería capaz de identificar a quién correspondían esos huesos. Su marido llegó con la parte superior del cráneo, que casaba perfectamente con el encontrado en el barril.
Restos de Big Nose
    Actualmente en el museo de Carbon County en Rawlins se exhiben tanto los zapatos hechos con la piel de George Parrott como la máscara mortuoria y la parte inferior de su cráneo. Los grilletes que llevaba el día de su linchamiento y la parte superior del cráneo están en el museo de la Union Pacific, en Omaha, Nebraska. No se puede decir que George «Big Nose» Parrott desperdició su vida... mejor dicho, su muerte.

Cráneo de George Parrot


Fuentes:
  • http://www.justtrails.com/tag/big-nose-george-parrot/
  • http://www.legendsofamerica.com/wy-bignose.html
  • http://www.executedtoday.com/2013/03/22/1882-george-parrott-rawlins-lynched/
  • http://www.wyohistory.org/encyclopedia/big-nose-george-grisly-frontier-tale










7 de agosto de 2014

DARYA NIKOLAYEVNA SALTYKOVA

   


  Para conocer a Darya Nikolayevna Satykova, a la que también llamaban Saltychikha, hemos de remontarnos a la Rusia del S.XVIII. Darya nació en 1730, en el seno de una familia adinerada (aunque según algunas fuentes su familia no era noble). Se casó joven, con un oficial del ejército perteneciente a la aristocracia, Gleb Saltykov. El matrimonio no duró, pues Gleb murió dejando a una mujer aún joven (sólo tenía 26 años) con dos hijos y  un buen patrimonio, de hecho se convirtió en la viuda más rica de Moscú. Entre sus propiedades estaba una hacienda cerca de Podolsk, al sur de Moscú, llamada Troitskoe, lugar en que hizo y deshizo a su antojo.
  Saltykova nunca fue una mujer que llamara la atención por tener un comportamiento extraño o violento, por lo menos en vida de su marido, lo único mencionable era su estado de perpetua melancolía (¿o quizá simple aburrimiento?). Pero tras enviudar y con el paso del tiempo el carácter de Darya se avinagró, sobre todo tras un desengaño amoroso, y es que la soledad es mala consejera. Se enamoró de un apuesto hombre, Nikolay Tyutchev (abuelo del poeta Fyodor Tyutchev), que al parecer era más joven que ella. Quizá a Nikolay le gustaba el modo de vida de la adinerada viuda, quizá sólo estaba jugando con ella o simplemente no tenía nada más que eco en el interior de su cabeza, el hecho es que tomó la peor decisión posible: mentir a Saltykova y casarse en secreto con otra mujer. Sin duda un error fatal, pues se encontró de frente con la furia desatada de la mujer, que casi acaba con su vida al enterarse de la "feliz unión". Nikolay y su esposa huyeron lo más lejos que pudieron, no era cuestión de hacerse los valientes y reivindicar su amor. En la vida real las estupideces se pagan.
    Saltykova se convirtió en una mujer irascible que necesitaba desahogar su rabia y ésta se focalizó en quienes más cerca tenía, pero no piensen mal, no fueron sus hijos el objetivo, sino los sirvientes. Junto a las propiedades heredadas de su esposo, Darya recibió una enorme cantidad de sirvientes (suena mal, lo sé, pero estamos hablando de la Rusia del S.XVII), por lo que se dice, unos 600. Para ella no eran más que cosas que podía romper si se le antojaba y eso fue precisamente lo que hizo, romper. Pero ella ni estaba loca ni era tonta, así que prefirió siempre a las mujeres jóvenes (incluso niñas y embarazadas), algo que pudiera manejar, pero nunca hombres...bueno, sólo mató a tres, pero por accidente.

    Todo asesino se inicia en su particular ocio poco a poco. Lo mismo se puede decir de Saltykova. En su caso aprovechaba el momento en que alguna criada hacía la limpieza para quejarse de su incompetencia, un pretexto para tirarle un leño o golpearla con un palo. Después de la paliza propinada, Saltykova exigía a la dolorida muchacha que continuara con su labor, pero, evidentemente, le era imposible, así que el castigo continuaba. Su sadismo fue aumentando y pronto empezó a emplear técnicas más refinadas que los simples bastonazos: les azotaba, les tiraba de las orejas con tenazas, les echaba agua hirviendo sobre la cabeza o la cara (cualquiera diría que la juventud o la belleza le hería la vista), les dejaba morir de inanición o de sed, las dejaba a la intemperie desnudas (cuando más frío hacía, por supuesto)...incluso se llegó a hablar de canibalismo, pero nunca se pudo probar. El hecho es que no todas sus víctimas sobrevivían a semejante "tratamiento", tampoco le debía importar mucho, morían con la suficiente lentitud como para darle satisfacción, pero cada cuerpo constituía una prueba condenatoria. Evidentemente Saltykova contaba con cómplices, que no sólo retenían a la pobre muchacha para que pudiera torturarla, sino que además se deshacían del cuerpo después. Al parecer más de una vez los secuaces de Darya fueron interceptados cuando transportaban los cuerpos a otro lugar,  los campesinos ya no se creían que hubiera tanta muerte natural o por accidente en la casa de la señora, estaban hartos de las mismas excusas.
   Aunque para ella no significaran nada, las mujeres que Darya mataba tenían familiares que las querían y no estaban dispuestos a permitir que su muerte fuera en vano. Fueron muchas las denuncias presentadas ante las autoridades, que se limitaban a ignorarlas, no tenían ninguna intención de incomodar a dama tan poderosa. Es más, a modo de cruel  broma, fueron algunos los de los denunciantes los que pagaron por quejarse. Pero la suerte es caprichosa y se aparta del lado de uno cuando le apetece, y esto fue lo que le ocurrió a Saltykova, pues dos campesinos, Martynov e Ilyn (que gracias a ella había enviudado tres veces), pudieron escapar de su feudo y llegar a San Petersburgo. Allí lograron lo que parecía imposible, que sus peticiones de justicia llegaran hasta la propia zarina, Catalina la Grande. Corría el verano de 1762 y Catalina hacía poco que había llegado al poder (la zarina Isabel I había gobernado desde 1741 a 1762), pero estaba dispuesta a demostrar que era una buena gobernante para sus súbditos, así que de inmediato ordenó que se llevara a cabo una minuciosa investigación. Y así se hizo.
    Realmente la investigación fue minuciosa, pues duró nada más y nada menos que seis años, durante los cuales Saltykova estuvo detenida (el "dónde" no lo he podido averiguar). Se examinaron los registros referentes a la hacienda y se interrogaron a los posibles testigos y a las víctimas supervivientes de la violencia de esta mujer, pero no se pudo sacar mucha información, ya que éstos tenían miedo a hablar, algo completamente comprensible pues durante el reinado de Isabel I los boyardos (así se llamaban las familias nobles, los grandes terratenientes) habían visto incrementados sus privilegios, así que no tenían mucha esperanza de que la señora fuera a pagar por sus crímenes. Sin embargo, la investigación continuó y el resultado de la misma resultó sorprendente: Salykova era sospechosa de haber asesinado a unas 138 personas en un período de 6 o 7 años. Pero sólo se pudo demostrar que había torturado hasta la muerte a 38 personas.
    Saltykova nunca se arrepintió de lo que había hecho (supongo que para ella sólo eran cosas, juguetes de los que se había desecho una vez cumplida su función de entretener), ni siquiera se confesó con el sacerdote que le habían enviado para que reconociera su culpa. Por otro lado, nunca se reconoció la posibilidad de que pudiera tener alguna enfermedad mental. Así que la pobre Catalina se encontró con un dilema: ¿qué hacer con Darya Saltykova?. Por una parte, esta mujer, aunque asesina y despreciable, era noble y la zarina no quería tener problemas con los boyardos (famosos por sus intrigas palaciegas), pero tampoco quería que se tomaran a risa sus medidas legislativas y los delitos de Darya eran demasiado graves como para darle una palmadita en la espalda y permitir que volviera a casa con la promesa de que no lo iba a hacer más. Hay que tener en cuenta que en Rusia la pena de muerte había quedado en suspenso durante el reinado de Isabel I (hecho que tuvo lugar en 1744), pero dicha suspensión, que no abolición, duró sólo 11 años, así que técnicamente, Darya podía haber sido ejecutada sin más, sin embargo Catalina, como su antecesora, no era muy partidaria de esta medida. Así pues optó por tomar un camino que no supusiera el ataque de la nobleza: Saltykova recibiría un castigo ejemplar, pero seguiría conservando un corazón latiente.
  El 2 de octubre de 1768 fue sentenciada a cadena perpetua, pero antes tuvo que someterse a público escarnio. Fue encadenada en una plataforma con un cartel al cuello que rezaba: "Esta mujer ha torturado y asesinado". Después de pasar una hora en la plataforma, Darya fue conducida al lugar donde pasaría el resto de su vida: al convento Ivanovsky. Por ser una "invitada" tan particular, se construyó una celda especial, sólo para su uso y disfrute, sin luces, sin ventanas...para que gozara de la más completa oscuridad (era parte de la condena). Sólo una vela iluminaba parte de sus días, luz que se apagaba según terminaba de comer. Darya estaba obligada a escuchar los servicios religiosos, pero sin darle la oportunidad de posar un pie en el templo, relegada a algún lugar donde pudiera oír simplemente la voz del sacerdote.

    Se suele decir que "hierba mala nunca muere" y es cierto, porque Darya aguantó esta muerte en vida durante 11 años. En 1779 fue llevada a una nueva celda, esta vez con ventanas. Una multitud de personas que habían venido a curiosear tuvieron la oportunidad de verla en todo su esplendor: una desquiciada Saltykova se asomó a la ventana y les obsequió con insultos, escupitajos y con el lanzamiento de algún que otro objeto. Parece que tantos años de oscuridad habían hecho que olvidara su refinamiento, si es que alguna vez lo tuvo. Murió en 1800 o 1801, con unos 71 años. No creo que muchos lloraran su muerte.

Monasterio Ivanosky
Fuentes:

10 de julio de 2014

ANDREAS BICHEL: POR UN PUÑADO DE VESTIDOS

   

 ¿Cómo se decide una persona a empezar a matar? Supongo que es un paso importante, no es precisamente como decidir si teñirse el pelo o no. Qué puede hacer que un día te levantes de la cama (seguramente con el pie izquierdo) y digas mientras te desperezas: “Lo he decidido. Hoy cogeré mi mejor cuchillo y saldré a cargarme a un par de vecinos”. Ya sé que suena absurdo...no, ES absurdo. Pero, sinceramente, algo semejante a esto parece que le ocurrió a Andreas Bichel, que de la noche a la mañana pasó de ladrón de poca monta a asesino.
    Andreas Bichel vivía en Regendorf, Baviera. No tenía mala reputación entre sus vecinos, que le consideraban un hombre trabajador y algo tacaño. No era bebedor, ni jugador, ni iba por ahí buscando bronca, al contrario, tenía  fama de tranquilo y hasta de cobarde. Hombre devoto, no faltaba a misa los domingos, aunque, teniendo en cuenta lo que ocurrió después, algunos de los Diez Mandamientos no le quedaron claros, quizá pensaba que eran meros consejos y no prohibiciones. Pero está claro que nadie le conocía bien, ni siquiera su propia esposa. Nadie sabía de su lado oscuro, a pesar de que él iba dejando pistas, ya que era incapaz de mantenerse alejado de las cosas de los demás, vicio éste que le costó su puesto de trabajo en una posada de Regendorf. Durante tres años el patrón aguantó con paciencia sus pequeños robos hasta que no pudo más y le despidió. Y parece que fue este deseo de poseer lo que los otros tenían lo que le hizo dar un paso más.
Andreas era un fashion victim

   En mayo de 1808, como suele suceder, la casualidad hizo que el secreto de Andreas Bichel fuera descubierto. Las ruedas del destino empezaron a girar en su contra cuando Walburga Seidel decidió ir a la tienda de un sastre y le encontró confeccionando un chaleco con una tela que a la joven le resultó demasiado familiar: era parte de la enagua de su hermana Catherine, que estaba desaparecida. El chaleco había sido encargado por Bichel, a quien la familia Seidel ya había preguntado si sabía algo de ella, a lo que éste siempre respondía lo mismo: “no sé nada, sólo que se fugó con un extraño”. Sin duda una contestación algo rara y, sin embargo, parece que la familia de la joven no hizo mucho más por averiguar su paradero. Pero esto ya era demasiado sospechoso como para volver a cruzarse de brazos y, por fin, acudieron a la policía para que fuera ésta quien interrogara a Andreas.
    El 20 de mayo de 1808 la policía fue a casa de Bichel para proceder a su detención. Mientras tanto, Theresa, otra de las hermanas de Catherine, explicaba en el Palacio de Justicia lo ocurrido justo antes de que su hermana desapareciera, corroborando punto por punto lo dicho por Walburga el día anterior. Según ellas, hacía ya varios meses una mujer había ido a su casa con un mensaje de Bichel para Catherine. Ésta salió, pero volvió al poco tiempo a recoger tres de sus mejores vestidos y, con ellos bajo el brazo, desapareció el 15 de febrero de 1808. Theresa fue capaz de dar una descripción de las ropas que Catherine se había llevado. No había terminado su testimonio, cuando llegó un policía con un pañuelo que habían arrebatado a Bichel, un pañuelo que primero había intentado esconder y después tirar, tratando de que nadie se diera cuenta. Cuando Theresa lo vio quedó claro el porqué del extraño comportamiento del hombre: era el pañuelo de Catherine.
    Cuando comenzó el interrogatorio, Bichel fingió desconocer el motivo de su arresto. Al preguntarle por el pañuelo, contestó que lo había traído del mercado de Ratisbon y, respecto a la tela que le había dado al sastre para que le hiciera el chaleco, dijo que se la había comprado a un vendedor ambulante. En cuanto a Catherine Seidel, repitió lo mismo que le había dicho a sus hermanas, que no sabía nada de ella, salvo que un joven, un completo extraño para él, había ido a su casa y le había pedido que mandara a buscar a Catherine. Estaba convencido de que se habían marchado juntos...es más, aseguraba que había oído rumores de que estaban en Landshut.
    Sin embargo, era evidente que el hombre sabía más de lo que decía. Contestaba de forma apresurada, titubeaba, se mostraba confuso...estaba claro que escondía algo. Y vaya si escondía algo, en concreto en el cobertizo de su casa, que estaba siendo registrada mientras él era interrogado. Allí encontraron un baúl con mucha ropa de mujer, pero que no era precisamente de su esposa. Cuando le preguntaron, la mujer dijo que parte de la ropa era una tal Bárbara y el resto de una chica que había desaparecido, la tenía allí porque los padres de la chica se la habían regalado a su esposo. Algunos de estos vestidos eran los de Catherine. Todo parecía indicar que, como se sospechaba, Bichel estaba relacionado de algún modo con su desaparición, pero no se sabía exactamente hasta qué punto. El perro de uno de los agentes no dejaba de olisquear en el cobertizo de la casa, el lugar que servía de leñera. Esto llamó la atención del dueño, que se dirigió allí con algunos hombres, decidido a descubrir qué era lo que ponía tan nervioso al animal. En una esquina del cobertizo había un montón de paja y hojarasca y allí empezaron a cavar. No tuvieron que esperar mucho antes de encontrar un pie y la parte inferior del cuerpo de una mujer, envuelta en unos trapos. Cuando retiraron un poco más de tierra surgió la parte superior del mismo cuerpo y una cabeza medio descompuesta. A poco distancia de esta tumba, encontraron otro cadáver, que pudo ser reconocido como el de Catherine gracias a que aún conservaba sus pendientes. Parecía haber sido abierta en canal.
  

Los médicos examinaron los restos minuciosamente. Estaban convencidos de que el acusado había mutilado a ambas mujeres con un cuchillo afilado, ayudándose de un martillo. En el informe se planteaba una siniestra duda respecto a Catherine Seidel: ¿estaría realmente muerta cuando Bichel empezó a diseccionarla?. Según el forense, Catherine había recibido un golpe en la cabeza y una puñalada en el cuello, pero en su opinión ni el golpe ni la puñalada habían sido suficientes para causar la muerte. Consideraba que ésta se había producido cuando Bichel “abrió” a la joven por la mitad.
    Evidentemente Bichel aún tenía mucho que contar y se procedió a un segundo interrogatorio. Al tribunal le costó sacar algo en claro, pues él  contestaba a las preguntas con mentiras que no podía sostener, algunas realmente absurdas (como que a Catherine había sido asesinada por un desconocido en su casa), pero inmediatamente cambiaba la versión por otra que parecía estar más próxima a la verdad o al menos tenía algo más de sentido, pero sólo rozaba lo que realmente había ocurrido. Al final confesó haber matado a Catherine simplemente por su ropa. Sin embargo, en lo referente a la otra mujer, palideció, pero negó rotundamente cualquier conocimiento respecto a ella. Habría que ver la cara de los interrogadores ante la confesión sui generis de Bichel: admite haber matado a Catherine, pero a la vez afirma desconocer quién es la mujer que yace al lado. ¿Quién la habría enterrado allí? Seguramente ese “extraño” del que tanto hablaba.
    Aunque él dijera que no conocía a la otra víctima, había ropas en su casa que no eran de Catherine. ¿A quién pertenecían?. Esta vez Bichel sí sabía la respuesta: eran de Bárbara, una prima lejana de la que decía no recordar el apellido (debía ser muy lejana). Vivía con sus padres en Loisenrieth, pero había dejado su casa en busca de trabajo. Bichel dijo que la había visto por última vez en Ratisbon y que ella, en un alarde de generosidad, le había dado unos vestidos para que los vendiera por ella, pudiéndose él quedar el resto. Y aquí terminó su confesión.
    En 1806 en Baviera se había abolido la tortura, así que, en lo que a ello respecta, Bichel podía estar tranquilo, nadie le obligaría a claudicar a base de hos...de golpes. Pero siempre había medios para hacer hablar a los reos y uno que había dado muy buenos resultados, a pesar de su sencillez, era el de  enfrentar al asesino con sus actos, para lo cual se le solía llevar al lugar en que se había encontrado el cuerpo, y si se podía contar con el cadáver, mucho mejor. Así pues, Bichel fue llevado a Regendorf, a su propia casa, donde le esperaban sus víctimas, bien visibles, cada una sobre una tabla.
    Bichel se sintió desmayar, sus piernas apenas le sostenía, la visión de los cuerpos le afectó notablemente, pero seguía en sus trece: admitía haber matado a Catherine, pero no a la otra chica. Sin embargo, al volver a su celda ya no estaba solo, le acompañaba el recuerdo de las dos jóvenes asesinadas y, por lo que se ve, su alma albergaba una pizca de eso que llaman “remordimiento”. Y por fin se supo quién era la desconocida.
    Bárbara Reisinger buscaba trabajo y Andreas Bichel le había prometido que le conseguiría uno. Así pues, se trasladó desde Loisenrieth, donde vivía con sus padres, a Regendorf.
Cuando llegó a casa de Bichel se llevó una decepción, él no había podido colocarla en ningún lugar, pero Bárbara no se iba a rendir, si en Regendorf no encontraba nada quizá debía ir a Ratisbon . La que sí  tenía trabajo era la esposa de Bichel y, desgraciadamente, dejó sola a Bárbara con su marido. Según él, en ese momento le asaltó el pensamiento de matarla y quedarse con sus ropas, a pesar de que ella no llevaba equipaje y de que su botín se iba a limitar a lo que la joven llevaba puesto. Aunque esto no le detuvo, él sabía que el resto de su ropa estaba en casa de sus padres y que seguramente no le sería difícil hacerse con ellas más adelante. Con esta idea en la cabeza, consiguió derivar la conversación al tema de la brujería y de la adivinación, y le contó su secreto: poseía un objeto fabuloso, un espejo mágico con el que podía ver el futuro.¿Querría Bárbara conocer su destino? Pues claro que quería. Fue a buscar tan asombroso espejo (que, entre nosotros, no era más que una lupa colocada sobre una pequeña tabla) y, con gran solemnidad, puso el místico objeto en la mesa, ante la ansiosa joven. Pero el conocer el destino no era algo simple, había que seguir un ritual, unas normas, y la más importante era que Bárbara no podía tocar nada, ni hacer ningún movimiento que rompiera el hechizo. Bichel le dijo que, sólo para evitar que eso sucediera, lo mejor sería que le atara las manos a la espalda y le vendara los ojos. Bárbara accedió, al fin y al cabo él era el experto...y no se equivocaba, Bichel conocía el futuro, al menos el de ella: iba a morir en breve. Aprovechando la incapacidad de defensa de la chica, le clavó un cuchillo en el cuello. Una vez muerta, para poder deshacerse más fácilmente del cuerpo, la descuartizó y enterró sus restos en el cobertizo.

    Siguió con su vida, como si no hubiera ocurrido nada. Desde un principio aclaró que su esposa debía estar libre de sospecha, ni había tomado parte en los asesinatos ni sabía nada de lo ocurrido en la casa.
    Este hombre se caracterizaba por su codicia. Siempre dijo haber matado a Bárbara al haberse “sentido tentado por sus finas ropas”...y deseaba tener el resto. En época navideña se dirigió a Loisenrieth, a casa de la joven, pero por el camino se encontró con el padre, que precisamente iba a Regendorf a preguntar por su hija. Bichel se mostró extrañado, le dijo que le había mandado varios mensajes de parte de Bárbara en los que le pedía que le mandara su ropa. Evidentemente el padre no había recibido ningún mensaje (digamos que fue una mentirijilla sin importancia de Bichel), pero por suerte se habían encontrado y podía hacerle llegar la ropa a través de él. Parece que era una de esas personas de las que nadie sospecha, que inspiran confianza. Los padres de Bárbara creyeron en sus palabras y a pesar de que su hija no se puso nunca en contacto con ellos, parece que no denunciaron la desaparición a la policía, ni siquiera cuando se enteraron que el hombre en quien confiaban había vendido algunas prendas de la chica.
    Por lo que se ve, el haber matado a una mujer sólo por unos vestidos (o al menos era lo que él decía, nunca se supo si hubo otros motivos) y tener su cuerpo descuartizado muy cerquita de su casa, no le causaba remordimientos, ni le quitaba el sueño, al contrario, Bichel vio oportunidades de negocio y, una vez más, se dejó llevar por su codicia. Empezó a buscar a nuevas víctimas, jovencitas con bonitos vestidos que quisieran saber qué les deparaba el destino. Lo intentó con varias, pero no tuvo suerte, hasta que encontró a Catherine Seidel. Quién le iba a decir a la joven que su ropa la iba a llevar a la tumba. Bichel empezó a hablar con ella e intentó convencerla de que fuera a su casa a conocer el futuro (ya sabemos cuál fue). Pero Seidel no estaba muy convencida y tardó varios meses en ceder a los requerimientos del hombre. Un día mandó a una mujer a casa de Catherine con un mensaje de su parte y esta vez ella cedió.
Bichel ya tenía una nueva víctima y encima había ido ella solita a su guarida, pero le dijo que, como parte del ritual, debía cambiarse varias veces de ropa, así que era mejor que volviera a casa a buscar sus mejores vestidos. Ella obedeció sin hacer preguntas y cuando regresó a casa de Bichel, éste inició su teatrillo. Trajo el “espejo mágico” y, como había hecho con Bárbara, le advirtió que no debía hacer ni tocar nada, por lo que lo mejor maniatarla y vendarle los ojos. Eso sí, se le olvidó decirle que lo siguiente era clavarle el cuchillo en el cuello...simples detalles sin importancia. Sin embargo, de Catherine no sólo  ansiaba sus ropas, también deseó saber “cómo estaba hecha por dentro” y sólo había una forma de saberlo: abrirla en canal. Cogió una cuña y se ayudó con un martillo de zapatero para abrirle el pecho, tal como habían dicho los forenses. Después, con el cuchillo, cortó las partes carnosas y, según su testimonio, estaba tan excitado que podría haber cortado un pedazo y haberlo comido, pero parece que no llegó a ese extremo. Con respecto a si Catherine estaba viva o no, Bichel dijo que tras apuñarla, la joven gritó, forcejeó un poco y suspiró 6 o 7 veces, pero que él no comprobó si estaba muerta antes de comenzar con su particular “disección”.

 
Su condena incluía el no recibir el golpe de gracia
  El 4 de febrero Andreas Bichel fue condenado a la rueda y a que su cuerpo quedara expuesto en la misma. Sin embargo la condena fue conmutada por la de decapitación, un castigo que conllevaba menos sufrimiento para el acusado, pero no por misericordia, sino porque es Estado no debía “competir en crueldad con el asesino”.


Fuentes:


"Remarkable Criminal Trials" traducción de la obra de Anselm Ritter von Feuerbach por Lady Duff Gordon, John Murray, Albemable Street, London  (1846)

Nota: Por mucho que lo intenté me fue imposible conseguir imágenes de Bichel o referidas a sus crímenes. Evidentemente, las que pueden ver aquí no tienen nada que ver con el caso, pero ayudan a ilustrarlo.






5 de abril de 2014

MARTIN DUMOLLARD "L'ASSASSIN DES BONNES"


 
La casa de Martin Dumollard y Marie-Anne Martinet
  
    Martin Dumollard, llamado también “L’assassin des bonnes” (“El asesino de sirvientas”) o “El vampiro de Lyon” (aunque nunca se ha podido demostrar que bebiera la sangre de sus víctimas), realizó su macabra actuación a mediados del S.XIX en Francia. Es considerado el primer asesino en serie documentado de este país (parece que los franceses tienen la memoria ligera y se olvidan de Gilles de Rais –tranquilos, pronto se pasará por aquí-).

    El joven Dumollard no tuvo una vida sencilla. Su padre era un emigrante húngaro llegado a Francia huyendo de la justicia austriaca, pues por lo que se ve, había formado parte de un complot para atentar contra la vida del emperador austro-húngaro. Una vez en Francia, Jean-Pierre Dumollard, que así se llamaba el fugitivo (evidentemente era un nombre falso), conoció a Marie-Josephte Rey. De su unión nació Martin, hijo único de la pareja, pues su segundo vástago no superó la infancia. Según declaró él mismo en el juicio celebrado en su contra, la familia huyó de Ain en 1814 por el temor del padre a ser reconocido por algún miembro de las tropas austro-húngaras llegadas a la zona. Llegaron a Padua (Italia), con tal mala suerte que fue precisamente ahí donde es detenido y ejecutado. Marie-Josephte vuelve a Francia, con su hijo de cuatro años, donde les espera una vida de miseria. Condenada a la mendicidad, muere en 1842.
    En junio de 1840 se casa con Marie-Ann Martinet y se instalan en Dagneux, cerca de Lyon. No se sabe con certeza a qué se dedicaba Dumollard, aparte de mendigar y robar, pues no se le conoce oficio ni trabajos retribuidos. Parece que tuvo que huir de algún que otro pueblo precisamente por su afición a apropiarse de lo ajeno y tampoco era muy querido en la aldea en que vivía. Sus vecinos no tuvieron reparos en contar a las autoridades los detalles de su extraño comportamiento. Y es que, si es cierto lo que dijeron, era un hombre bastante excéntrico y, entre otros detalles, mencionaron que  la pareja, sobre todo la esposa, no se relacionaba con los vecinos (al parecer Martin le había prohibido que tuviera contacto con ellos), él tenía hábitos nocturnos y,al llegar a su casa, la esposa no abría la puerta hasta que daba una contraseña. Todo ciertamente muy sospechoso, aunque sus vecinos no imaginaron que “el tipo raro del pueblo” era un auténtico monstruo.
 
Martin Dumollard
 Como ya se ha dicho, Dumollard era un delincuente consumado y se le ocurrió una excelente idea para conseguir un buen botín en un solo robo: abordar a mujeres jóvenes en la calle y  ofrecerles  un puesto de sirvienta muy bien pagado (y ficticio, por supuesto) y al acompañarlas al lugar de trabajo, procedía a robar todas sus cosas. Su coto de caza favorito eran las calles de Lyon. Nunca cambió su modus operandi, al menos que se sepa, y no le fue mal, pues se cree que estuvo actuando unos diez años, hasta que fue detenido. Y sin embargo, el fin de su carrera criminal no llegó gracias a una buena labor policial, sino a su propia “negligencia”, pues varias de sus presas huyeron de sus garras, pero fue el testimonio de una de ellas, Marie Pichon, el que hizo que por fin las autoridades se movieran.
    Una noche de mayo de 1861, una joven llega a una granja pidiendo ayuda a gritos. Está herida, descalza y aterrada. Cuando ve salir de la casa a su rescatador, le dice que un hombre ha intentado matarla. Es evidente que no está mintiendo. Inmediatamente es llevada a la gendarmería de Montluel, donde Marie Pichon, que así se llamaba la mujer, relata su pesadilla. Ésta comienza en Lyon, en Place La Guillotière, donde un hombre se le acerca para preguntarle por una calle. Parece que tiene cierta urgencia por contratar a una criada. Pichon le dice que ella está buscando trabajo ¡qué feliz coincidencia! Él tiene lo que ella está buscando, encima un trabajo con condiciones excelentes. Su señora está desesperada y dispuesta a pagar lo que sea por su nueva empleada. Demasiado bueno para ser verdad, pero el aspecto del hombre, su forma de hablar y comportarse inspiran confianza a la joven, quizá era más su necesidad de trabajar que la prudencia. El caso es que Marie acepta la oferta y queda ese mismo día con el “buen samaritano”, que no es otro que Martin Dumollard. La idea es que viajen en tren hasta su destino, pero llegan tarde a la estación de Montluel, así que deciden ir a pie. Él se echa al hombro el equipaje de Marie y empiezan a caminar. Dumollard va guiando a la muchacha por el camino, abandonándolo a menudo para coger atajos. En un momento dado, en un lugar lleno de arbustos, el hombre empieza a quejarse de que el baúl es muy pesado y que aún queda mucho camino por delante, así que lo esconde entre unos arbustos, donde estaría seguro hasta que volviera al día siguiente a por él. Marie no pone objeción y reanudan el camino. Sin embargo su confianza se va difuminando, pues el comportamiento de su guía cada vez es más extraño. Cuando llegan a un campo de vides, Dumollard, que había dejado atrás a la joven, empieza a tirar de una larga estaca, intentando arrancarla de la tierra sin éxito, así que desiste y sigue caminando. Más adelante su interés se centra en el suelo, a ella le parece que está buscando algo, pero cuando le pregunta qué hace él simplemente responde que está recogiendo unas plantas para su jardín. Reinician el camino, pero Marie está cada vez más asustada, teme por su seguridad y, cuando llegan a una casa destartalada, a medio construir, se niega a seguir avanzando. Es entonces cuando se revelan las verdaderas intenciones de Dumollard: alza los brazos e intenta pasarle una cuerda por el cuello. Marie Pichon se defiende y le empuja con todas sus fuerzas. En cuanto se sintió libre sale corriendo, sin mirar atrás. En la mente del hombre parece que no estaba el que la joven se librara del destino que tenía pensado para ella y la persigue, pero no logra darle alcance antes de que ella llegue a una granja, donde es auxiliada. Ahora le toca a él huir.
    Marie Pichon no pudo decir el nombre de su atacante, sólo que era de mediana edad (unos cincuenta años) y que tenía una cicatriz o una hinchazón sobre el labio superior. Las autoridades empezaron a buscar inmediatamente al agresor. Una lástima que no lo hubiera hecho antes, porque Marie no había sido la única en escapar de Dumollard, ni la única que había denunciado la agresión de un hombre con el labio superior deformado. En marzo de 1855 Olympe Alubert había huido de su atacante y su historia era un calco de la de Pichon: un hombre le había ofrecido un trabajo en Place La Guillotière por el que recibiría un buen salario y, al día siguiente, se citaron para que la llevara hasta la casa donde iba a servir. Como a Pichon, a Alubert el hombre le había inspirado confianza.

    Josephte Charletty estaba en Lyon cuando un hombre la aborda simplemente para ofrecerle un puesto de sirvienta. Ella acepta y se cita con él para ir al día siguiente a la casa donde va a trabajar. Estamos en septiembre de 1855. Ambos salen de la ciudad a pie y, durante la caminata, él no deja de preguntarle sobre su equipaje y el dinero que la joven llevaba, lo cual no hace sino hacerle sospechar de que sus intenciones no son precisamente las de llevarle a conocer a su jefe. Aprovechando que se hace tarde, ella le convence de pasar la noche en algún lugar y quedar para otro día.
    También en 1855, esta vez en octubre, Jeanne-Marie Bourgeois, como otras habían hecho antes que ella, aceptó el ofrecimiento de Martin Dumollard, citándose con él al día siguiente para ir a su nuevo puesto de trabajo. Pero parece que Bourgeois no era tan confiada como las otras mujeres y no esperó a que Dumollard la agrediera. Salió corriendo hasta la casa más cercana. El hombre que la auxilió, Bernoit Berthelier, no se sabe muy bien por qué, asoció lo ocurrido a esta chica con el hallazgo del cuerpo de otra mujer joven, Marie Baday, y la lleva a la gendarmería. El juez Genod finalmente interroga a Jeanne-Marie, aunque no se dio mucha prisa que digamos, pues lo hizo entre marzo y abril de 1856. Él era el encargado de investigar el caso del asesinato de Marie Baday, cuyo cuerpo fue encontrado en febrero de 1855 en el bosque de Montaverne, desnudo y con profundas heridas en la cara y la cabeza. Lo poco que se encontró junto al cuerpo (unos zapatos, un pañuelo, un sombrero y un collar) ayudaron a identificar el cadáver, una joven que tres días antes había dejado la habitación que ocupaba porque un hombre le había ofrecido un puesto de sirvienta por doscientos francos anuales. Jacques Verger es arrestado como principal sospechoso del asesinato de Baday, pero, tras tres meses entre rejas, es liberado gracias en parte a la identificación negativa de Bourgeois (no le identificó como su agresor, supongo que habría otras causas pero no las he podido encontrar).
    En noviembre de 1855 le toca el turno a Victorine Perrin, a la que Dumollard convence, como a las demás, de que la va a acompañar a su nuevo puesto de trabajo. Tiene suerte, se conforma con robar sus cosas.
    Julie Fargeat estaba desesperada. Se había quedado embarazada y con el embarazo había llegado el despido de su trabajo, así que la oferta de Dumollard le llegaba como caída del cielo. En enero de 1859 coge sus cosas y se va con él. Como siempre, cuando llegan a un lugar apropiado a sus fines, Dumollard la asalta, pero ella grita tan fuerte que hace que dos hombres se acerquen a ayudarla. Él se conforma con robarle sus cosas e irse corriendo. Julie acudió a la gendarmería a relatar lo ocurrido, pero no sólo no le hicieron caso, sino que encima la detuvieron por vagancia, pues no tenía documentos encima que acreditaran su identidad...los tenía Dumollard.
    En diciembre de 1859 un granjero de Sainte-Croix, Jean Pierre Chréten, es testigo de la agresión a una mujer. Según su testimonio la había visto pasar acompañada de un hombre, pero al poco rato apareció huyendo de su acompañante, que según ella le había robado sus cosas. Pasó la noche en el pueblo y al día siguiente volvió a Lyon. Esta chica no hizo ninguna denuncia y se desconoce su identidad.
    En mayo de 1860 Dumollard agrede a Louise Michel. Como todas las anteriores consigue huir y es auxiliada por un agricultor.

Acta de Defunción de Martin Dumollard

    
   Como se puede comprobar, había muchos testigos de las actividades de Martin Dumollard. Además, su modus operandi parece que siempre era el mismo, solía elegir a sus víctimas en una misma zona (Lyon) y tenía una característica física que le hacía reconocible, entonces ¿por qué se tardó tanto en actuar? Estamos hablando de jóvenes que sobrevivieron a sus ataques y podían denunciar, aunque quizá pocas lo hicieron, pero Dumollard también asesinó ¿nadie echó de menos a estas mujeres? El caso es que la declaración de Marie Pichon despertó a las autoridades y pronto se empezó a buscar al “monstruo” que se dedicaba a asaltar a las jóvenes francesas. Sus indagaciones les conducen a un vecino de Dagneux, el ya mencionado Martin Dumollard: un hombre analfabeto, de mediana edad, con una hinchazón en el labio y de extrañas costumbres, según el testimonio de sus vecinos. Al ser interrogado sólo acertó a dar respuestas vagas respecto a qué había hecho el día de la agresión a Marie Pichon. Es detenido y llevado a Trevoux, donde la joven le identifica sin dudar. Por si esto fuera poco, lo hallado en el registro de la casa que Dumollard compartía con su esposa (que también fue detenida) no ayudaron a dudar de su culpabilidad: más de mil objetos de todo tipo, sobre todo ropas, muchas con desgarros y manchas de sangre, aunque algunas habían sido evidentemente lavadas. La policía tuvo claro que el objetivo de Dumollard era el robo y que Marie-Ann Martinet, la esposa, estaba involucrada en sus crímenes.
  
Marie-Anne Martinet
  Marie-Anne Martinet tenía claro que no quería compartir la suerte de su esposo y desde un principio dijo que si ella había hecho algo malo era porque éste le había amenazado de muerte. Pronto se mostró colaboradora y empezó a contar algunas de las andanzas de su marido. Se sabía que en noviembre de 1858), Dumollard había ido a la posada Laborde, donde tenía costumbre de pasar la noche cuando iba a Lyon, pero esta vez no había llegado solo, sino acompañado de una joven a la que presenta como su sobrina. Poco después la chica sale corriendo de la posada y é tras ella. Ninguno de los dos volvió y el equipaje de la joven se quedó allí, nadie lo reclamó nunca. Marie-Anne Martinet contó la otra parte de la historia. Esa noche su marido llegó tarde, con un reloj de plata y ropa manchada de sangre...sangre que ella debía lavar. Le dijo que había matado a una chica en el bosque de Montmain, así que iba a salir de nuevo para enterrarla. Al día siguiente, Dumollard se disponía a volver a la posada a buscar el equipaje de la joven, pero Marie le convenció de que no lo hiciera.
    El día 31 de julio de 1861 comenzó la búsqueda del cuerpo de la “desconocida de la posada Laborde” en el bosque de Montmain. Estuvieron buscando durante horas, pues Marie-Anne no podía concretar el lugar y Martin no abría la boca. Pero por fin encontraron lo que parecía una tumba entre unos arbustos. Ciertamente era una tumba, poco profunda además, que escondía el esqueleto de una mujer. Su cráneo presentaba una gran fractura.
    Pero Marie-Anne aún tenía más secretos que revelar. En el bosque Communes se ocultaba el cuerpo de otra joven. Esta vez Dumollard les dijo dónde la había enterrado, también de forma superficial. Sorprendentemente, las características del suelo de la zona habían hecho que el cadáver estuviera bien conservado. Dumollard parecía tranquilo, aunque era evidente que evitaba mirar el rostro de su víctima. Más tarde, en el juicio, los médicos confirmaron que la herida que presentaba la mujer no había sido mortal y que fue enterrada viva. Se trataba de Marie Eulalie Bussod.

Etiqueta de la réplica de la cabeza de Dumollard

    Martin no parecía ser un hombre muy inteligente, algo que se confirmó cuando empezó a contar una rocambolesca (e increíble) historia en aras de exculparse. Y es que el pobre hombre no había hecho nada...bueno, algo sí que había hecho, aceptar la propuesta de dos hombres malvados. Según él, en diciembre de 1953, estaba tan tranquilo paseando por las calles de Lyon cuando dos hombres se le acercaron y le invitaron a tomar unos tragos. Al parecer a él no le pareció raro que dos extraños le invitaran a beber (parece que los franceses eran muy confiados en esta época). Una vez en la taberna, le propusieron un buen trabajo: 40 francos por cada chica que les consiguiera. Sorprendentemente él aceptó.
    El plan era simple, cuando encontrara una joven le debía ofrecer un trabajo bien remunerado y conseguir salir de la ciudad con ella. Y eso fue lo que hizo. Convenció a una muchacha para que lo acompañara al lugar donde conseguiría un buen salario por poco trabajo. Una vez en las afueras de la ciudad aparecieron los “jefes” de Dumollard. Era el momento de desaparecer, así que se inventó  una excusa para dejar a la chica a solas con ellos. Unas horas después los hombres volvieron, trayendo con ellos un paquete para la mujer de Martin: las prendas de la joven, manchadas de sangre. Le dijo al juez que creía que habían matado a la mujer y tirado su cuerpo al río.
    En febrero de 1855 los dos hombres volvieron a encontrarse con él y esta vez traían una chica con ellos. Lo curioso es que, a pesar de que esta vez no había sido Martin el encargado de buscar a la víctima, parece que siente la obligación de acompañarlos. Llegados a un punto del camino, los hombres se alejaron y al cabo de unas horas volvieron, pero sin las ropas de la chica. Le dijeron que la chica estaba bien, que la habían dejado en una granja. Se cree que se estaba refiriendo a Marie Baday, cuyo cuerpo había sido encontrado unos días más tarde.
El cuerpo de Marie Baday

    Después de dos años de tranquilidad, según él, los dos hombres volvieron a requerir sus servicios, aunque no se sabe muy bien para qué, pues evidentemente ellos eran muy capaces por sí mismos de conseguir chicas. Esta vez Dumollard les llevó al bosque de Montmain. Allí los hombres mataron a la mujer y le dieron su premio, un reloj de plata y sus vestidos. Pero fue Martin quien enterró a la chica, tras ir a su casa a por las herramientas, por miedo a que su cadáver fuera encontrado, como ocurrió con Baday.
    Con respecto a Marie Eulalie Bussod, Dumollard dijo que la había encontrado en Lyon y le había ofrecido un buen trabajo. Ella no estaba del todo conforme con el salario, por lo que Dumollard tuvo que ir a la casa de la hermana de Marie para discutir las condiciones del puesto. Acordaron que él debía volver en una semana para acompañar a Marie. Una vez más ocurrió lo de siempre, llegaron los dos amigos de Martin y mataron a la chica.
    Por fin, empezó a hablar de Marie Pichon. Todo era tal y como había relatado la mujer, pero Dumollard contó ciertos detalles que modificaban en aspectos relevantes la historia. Era su punto de vista. Por supuesto, según él, su intención no era matar a Marie, sino, conocedor del destino que le esperaba, intentaba asustarla para que huyera y que por eso levantó las manos, pero no tenía ninguna cuerda. Se puso muy contento de que ella saliera huyendo.
    ¿Dumollard realmente pensaba que este cuento iba a ser creído? Está lleno de contradicciones. En un primer momento era él el encargado de buscar a las víctimas, pero después son esos hombres de los que habla los que aparecen acompañados de las mujeres, por lo tanto ¿para qué pagar por algo que ellos mismos eran muy capaces de hacer? Y no sólo recibía el pago por su trabajo, sino que además le daban las cosas de la pobre mujer. Entonces ¿qué conseguían ellos? Pues no se sabe. Aparte de esto, Dumollard parece olvidarse de todas las mujeres que sobrevivieron a su ataque y que podían testificar que había sido él, y no otros, el que les había asaltado. De todas formas se buscó a estos hombres y, evidentemente, no fueron encontrados.
   
Réplica de la cabeza de Dumollard
Así pues, a Martin Dumollard se le acusó del asesinato de Marie Baday, del de una joven desconocida (encontrada en Montmain) y del de Marie Eulalie Bussod. Pero también de las agresiones y robo de Josephte Charletty, Olympe Alubert, Jeanne-Marie Bourgeois, Victorine Perrin, Julie Fargeat, Marie Pichon y de otras tres mujeres no identificadas. Sin embargo no se sabe realmente a cuántas mujeres asesinó o simplemente agredió, pues había demasiados objetos en su casa, incluso ropas de talla pequeña, posiblemente de niños de unos 9 o 10 años. Este hecho hacía pensar en que el número de víctimas era alto.
    El juicio empezó el 29 de enero de 1862 y duró cuatro días. Fue condenado a morir en la guillotina. A él no le pareció mal, ya que su padre había sido atado a cuatro caballos y desmembrado, así que la guillotina le pareció mucho mejor. Marie-Anne Martinet fue condenada a 20 años de prisión y trabajos forzados.
    Fue ejecutado en Montluel el 8 de marzo de ese mismo año. Su cuerpo fue enterrado en un lugar del que no se reveló la situación, pero su cabeza corrió una distinta suerte: fue enviada a la Facultad de Medicina de Lyon. Allí le hicieron moldes de yeso y se expone en el Museo Testut-Latarjet.
  

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