7 de agosto de 2014

DARYA NIKOLAYEVNA SALTYKOVA

   


  Para conocer a Darya Nikolayevna Satykova, a la que también llamaban Saltychikha, hemos de remontarnos a la Rusia del S.XVIII. Darya nació en 1730, en el seno de una familia adinerada (aunque según algunas fuentes su familia no era noble). Se casó joven, con un oficial del ejército perteneciente a la aristocracia, Gleb Saltykov. El matrimonio no duró, pues Gleb murió dejando a una mujer aún joven (sólo tenía 26 años) con dos hijos y  un buen patrimonio, de hecho se convirtió en la viuda más rica de Moscú. Entre sus propiedades estaba una hacienda cerca de Podolsk, al sur de Moscú, llamada Troitskoe, lugar en que hizo y deshizo a su antojo.
  Saltykova nunca fue una mujer que llamara la atención por tener un comportamiento extraño o violento, por lo menos en vida de su marido, lo único mencionable era su estado de perpetua melancolía (¿o quizá simple aburrimiento?). Pero tras enviudar y con el paso del tiempo el carácter de Darya se avinagró, sobre todo tras un desengaño amoroso, y es que la soledad es mala consejera. Se enamoró de un apuesto hombre, Nikolay Tyutchev (abuelo del poeta Fyodor Tyutchev), que al parecer era más joven que ella. Quizá a Nikolay le gustaba el modo de vida de la adinerada viuda, quizá sólo estaba jugando con ella o simplemente no tenía nada más que eco en el interior de su cabeza, el hecho es que tomó la peor decisión posible: mentir a Saltykova y casarse en secreto con otra mujer. Sin duda un error fatal, pues se encontró de frente con la furia desatada de la mujer, que casi acaba con su vida al enterarse de la "feliz unión". Nikolay y su esposa huyeron lo más lejos que pudieron, no era cuestión de hacerse los valientes y reivindicar su amor. En la vida real las estupideces se pagan.
    Saltykova se convirtió en una mujer irascible que necesitaba desahogar su rabia y ésta se focalizó en quienes más cerca tenía, pero no piensen mal, no fueron sus hijos el objetivo, sino los sirvientes. Junto a las propiedades heredadas de su esposo, Darya recibió una enorme cantidad de sirvientes (suena mal, lo sé, pero estamos hablando de la Rusia del S.XVII), por lo que se dice, unos 600. Para ella no eran más que cosas que podía romper si se le antojaba y eso fue precisamente lo que hizo, romper. Pero ella ni estaba loca ni era tonta, así que prefirió siempre a las mujeres jóvenes (incluso niñas y embarazadas), algo que pudiera manejar, pero nunca hombres...bueno, sólo mató a tres, pero por accidente.

    Todo asesino se inicia en su particular ocio poco a poco. Lo mismo se puede decir de Saltykova. En su caso aprovechaba el momento en que alguna criada hacía la limpieza para quejarse de su incompetencia, un pretexto para tirarle un leño o golpearla con un palo. Después de la paliza propinada, Saltykova exigía a la dolorida muchacha que continuara con su labor, pero, evidentemente, le era imposible, así que el castigo continuaba. Su sadismo fue aumentando y pronto empezó a emplear técnicas más refinadas que los simples bastonazos: les azotaba, les tiraba de las orejas con tenazas, les echaba agua hirviendo sobre la cabeza o la cara (cualquiera diría que la juventud o la belleza le hería la vista), les dejaba morir de inanición o de sed, las dejaba a la intemperie desnudas (cuando más frío hacía, por supuesto)...incluso se llegó a hablar de canibalismo, pero nunca se pudo probar. El hecho es que no todas sus víctimas sobrevivían a semejante "tratamiento", tampoco le debía importar mucho, morían con la suficiente lentitud como para darle satisfacción, pero cada cuerpo constituía una prueba condenatoria. Evidentemente Saltykova contaba con cómplices, que no sólo retenían a la pobre muchacha para que pudiera torturarla, sino que además se deshacían del cuerpo después. Al parecer más de una vez los secuaces de Darya fueron interceptados cuando transportaban los cuerpos a otro lugar,  los campesinos ya no se creían que hubiera tanta muerte natural o por accidente en la casa de la señora, estaban hartos de las mismas excusas.
   Aunque para ella no significaran nada, las mujeres que Darya mataba tenían familiares que las querían y no estaban dispuestos a permitir que su muerte fuera en vano. Fueron muchas las denuncias presentadas ante las autoridades, que se limitaban a ignorarlas, no tenían ninguna intención de incomodar a dama tan poderosa. Es más, a modo de cruel  broma, fueron algunos los de los denunciantes los que pagaron por quejarse. Pero la suerte es caprichosa y se aparta del lado de uno cuando le apetece, y esto fue lo que le ocurrió a Saltykova, pues dos campesinos, Martynov e Ilyn (que gracias a ella había enviudado tres veces), pudieron escapar de su feudo y llegar a San Petersburgo. Allí lograron lo que parecía imposible, que sus peticiones de justicia llegaran hasta la propia zarina, Catalina la Grande. Corría el verano de 1762 y Catalina hacía poco que había llegado al poder (la zarina Isabel I había gobernado desde 1741 a 1762), pero estaba dispuesta a demostrar que era una buena gobernante para sus súbditos, así que de inmediato ordenó que se llevara a cabo una minuciosa investigación. Y así se hizo.
    Realmente la investigación fue minuciosa, pues duró nada más y nada menos que seis años, durante los cuales Saltykova estuvo detenida (el "dónde" no lo he podido averiguar). Se examinaron los registros referentes a la hacienda y se interrogaron a los posibles testigos y a las víctimas supervivientes de la violencia de esta mujer, pero no se pudo sacar mucha información, ya que éstos tenían miedo a hablar, algo completamente comprensible pues durante el reinado de Isabel I los boyardos (así se llamaban las familias nobles, los grandes terratenientes) habían visto incrementados sus privilegios, así que no tenían mucha esperanza de que la señora fuera a pagar por sus crímenes. Sin embargo, la investigación continuó y el resultado de la misma resultó sorprendente: Salykova era sospechosa de haber asesinado a unas 138 personas en un período de 6 o 7 años. Pero sólo se pudo demostrar que había torturado hasta la muerte a 38 personas.
    Saltykova nunca se arrepintió de lo que había hecho (supongo que para ella sólo eran cosas, juguetes de los que se había desecho una vez cumplida su función de entretener), ni siquiera se confesó con el sacerdote que le habían enviado para que reconociera su culpa. Por otro lado, nunca se reconoció la posibilidad de que pudiera tener alguna enfermedad mental. Así que la pobre Catalina se encontró con un dilema: ¿qué hacer con Darya Saltykova?. Por una parte, esta mujer, aunque asesina y despreciable, era noble y la zarina no quería tener problemas con los boyardos (famosos por sus intrigas palaciegas), pero tampoco quería que se tomaran a risa sus medidas legislativas y los delitos de Darya eran demasiado graves como para darle una palmadita en la espalda y permitir que volviera a casa con la promesa de que no lo iba a hacer más. Hay que tener en cuenta que en Rusia la pena de muerte había quedado en suspenso durante el reinado de Isabel I (hecho que tuvo lugar en 1744), pero dicha suspensión, que no abolición, duró sólo 11 años, así que técnicamente, Darya podía haber sido ejecutada sin más, sin embargo Catalina, como su antecesora, no era muy partidaria de esta medida. Así pues optó por tomar un camino que no supusiera el ataque de la nobleza: Saltykova recibiría un castigo ejemplar, pero seguiría conservando un corazón latiente.
  El 2 de octubre de 1768 fue sentenciada a cadena perpetua, pero antes tuvo que someterse a público escarnio. Fue encadenada en una plataforma con un cartel al cuello que rezaba: "Esta mujer ha torturado y asesinado". Después de pasar una hora en la plataforma, Darya fue conducida al lugar donde pasaría el resto de su vida: al convento Ivanovsky. Por ser una "invitada" tan particular, se construyó una celda especial, sólo para su uso y disfrute, sin luces, sin ventanas...para que gozara de la más completa oscuridad (era parte de la condena). Sólo una vela iluminaba parte de sus días, luz que se apagaba según terminaba de comer. Darya estaba obligada a escuchar los servicios religiosos, pero sin darle la oportunidad de posar un pie en el templo, relegada a algún lugar donde pudiera oír simplemente la voz del sacerdote.

    Se suele decir que "hierba mala nunca muere" y es cierto, porque Darya aguantó esta muerte en vida durante 11 años. En 1779 fue llevada a una nueva celda, esta vez con ventanas. Una multitud de personas que habían venido a curiosear tuvieron la oportunidad de verla en todo su esplendor: una desquiciada Saltykova se asomó a la ventana y les obsequió con insultos, escupitajos y con el lanzamiento de algún que otro objeto. Parece que tantos años de oscuridad habían hecho que olvidara su refinamiento, si es que alguna vez lo tuvo. Murió en 1800 o 1801, con unos 71 años. No creo que muchos lloraran su muerte.

Monasterio Ivanosky
Fuentes:

19 de julio de 2014

EL FANTASMA DEL CASTILLO CORTACHY




    La única certeza que tenemos en esta vida es que tarde o temprano todos moriremos. Y sin embargo, tal certeza viene acompañada de una incertidumbre: cuándo lo haremos. A veces es mejor vivir en la ignorancia, aunque es cierto que en ocasiones sería una gran ventaja saber el momento en que haremos nuestro último viaje, al menos nos daría tiempo a despedirnos, dejar los cabos bien atados o, simplemente, pedir perdón. Parece que hay quien tiene la posibilidad de conocer el momento en que van a morir. En ocasiones se trata de todo un clan familiar que, por circunstancias diversa, tiene unido a su estirpe un heraldo que les advierte de la muerte de algún miembro de la familia. Es el caso de los Ogilvy, un antiguo clan escocés.

Blasón del Clan Ogilvy
   Los Ogilvy comparten residencia con su heraldo, viven todos juntitos en el castillo Cortachy, y es que este ser parece estar anclado a este lugar. Esta familia de rancio abolengo obtuvo la gracia de Guillermo I de Escocia, en forma de tierras y títulos, tras prestarle auxilio ante un ataque. Con el paso del tiempo su poder y patrimonio fueron aumentando, gracias a matrimonios bien elegidos y a escoger con cuidado a amigos y enemigos, si bien tuvieron desigual fortuna con sus alianzas. Una de estas alianzas fue con el rey Jaime II, que les otorgó en 1473 las tierras donde ahora se levanta el castillo Cortachy. Este castillo fue la única propiedad que resistió el embate del Marqués de Argyll, Archibald Campbell, en 1640. No ocurrió lo mismo con los castillos de Airlie y Forther, cuyo ataque dio origen a una canción, "The Bonny House of Airlie", compuesta en el S.XVII. Tan sólo un año antes del arrebato del Marqués de Argyll, en 1639, Carlos I de Inglaterra había nombrado a James Ogilvy (nieto del quinto Lord Ogilvy) Conde de Airlie. En 1745, durante la Rebelión Jacobita, los Ogilvy apoyaron a los Estuardo y la Corona les confiscó sus bienes y títulos, que no les fueron devueltos hasta principios del S.XIX.


    Sin duda el Castillo de Cortachy es especial, no sólo por ser el único que quedó en pie porque allí sucedió algo que marcaría a la familia Ogilvy para siempre. Según la leyenda, un tamborilero murió tras haber sido arrojado desde la torre más alta de este castillo por orden de uno de los Señores de Ogilvy. Pero como toda buena leyenda, ésta es también imprecisa en algunos aspectos, como en lo referente a la identidad del asesino y la fecha del nefasto crimen, pero lo compensa ofreciéndonos distintos motivos por los que el Señor del Castillo decidió hacer volar al tamborilero. Pueden elegir el que les plazca:

      1. Quien la hace, la paga: Una de las versiones de la historia cuenta que el tamborilero era un traidor, bien porque no dio la señal de alarma, con su tambor, cómo no, ante un ataque, o bien porque se convirtió en informante de uno de los enemigos de su Señor (muy mal tamborilero, muy mal).
      2. Los mensajeros siempre reciben propina: Se dice que el asesinado era el mensajero de un clan rival.
      3. Hay amores que matan: Y es que al joven no se le ocurrió otra cosa, sabiendo cómo se las gastaba el Señor, de flirtear con su esposa...pero son sólo rumores.
    En cualquier caso, el chico fue introducido dentro de su tambor y arrojado desde lo más alto de la más alta torre (hmm...esto me suena de algo), pero el joven, en vez de ponerse a rezar ante su inminente muerte, prefirió lanzar una maldición a toda el clan Ogilvy...seguramente maldiciendo su alma al mismo tiempo, pues desde ese momento, el sonido de un tambor sería escuchado justo antes de que un miembro de la familia muriera.
  Supongo que la maldición fue todo un éxito y que los miembros de la familia Ogilvy se iban al otro mundo con un redoble de tambor, pero en realidad no se tiene constancia de que esto sucediera, no al menos hasta diciembre de 1844. Los Condes de Arilie tenían invitados en casa (quien dice casa dice castillo) y fue uno de estos invitados quien oyó el sonido del macabro tambor. Mientras se vestía para la cena, la señorita Dalrymple oyó un tamborileo. Extrañada, les comentó lo sucedido a los anfitriones, que palidecieron ante la noticia de que el espectro del tambor había vuelto. Le contaron a la aterrada dama la historia de la maldición que su familia debía soportar, sin ahorrarse los detalles más siniestros. Ahora que sabía lo que ocurría, Miss Dalrymple no dudó en abandonar el castillo al día siguiente, tras escuchar la fatal musiquilla  una vez más. Los Condes de Airlie no podían hacer lo mismo. Sin embargo no ocurrió nada ¿habría perdonado por fin el vengativo tamborilero a la familia Ogilvy? Pues parece que no, porque seis meses después de ser oído el tambor, Lady Airlie se suicidó, obsesionada por la idea de que el heraldo de la muerte venía a por ella. Y no se equivocaba, al fin y al cabo ella murió. Debe ser horrible irse a a la cama pensando que al día siguiente puede que no abras los ojos.
David Graham Drummond Ogilvy
 El tambor no volvió a ser oído hasta agosto de 1849, una vez más por un invitado. En esta ocasión se trataba de un inglés, del que no se menciona el nombre, que esperaba para reunirse con el conde. De repente oyó el sonido del tambor, pero parecía que en todo el castillo había sido el único que lo había hecho, pues nadie a quien preguntó dijo haberlo escuchado. Mientras todo esto ocurría, el conde se había marchado, a requerimiento de su padre, para que le acompañara en su lecho de muerte. Se trataba del noveno Conde de Airlie, David Ogilvy (1785-1849). Pero su hijo, David Graham Drummond Ogilvy, décimo Conde de Airlie, no corrió mejor suerte, pues una vez más el aviso de su muerte fue oído por dos damas, Lady Dalkeith y Lady Skelmersdale, tan sólo una hora antes de que La Parca se lo llevara con ella. Esto ocurrió en 1881.

    Por lo que sé, no hay más testimonios acerca del tamborilero del Castillo Cortachy, aunque supuestamente los miembros de la familia maldita han seguido muriendo. Quizá el fantasma esté ya cansado de tanto darle al tambor o quizá no sea más que una leyenda, un cuento de fantasmas...pero ¿qué es eso? ¿no lo han oído? Qué curioso, me ha parecido escuchar algo...bah, habrá sido el viento.




Fuentes:
    http://thelongestlistofthelongeststuffatthelongestdomainnameatlonglast.com/haunted58.html

    http://www.mysteriousbritain.co.uk/scotland/angus/hauntings/cortachy-castle.html

10 de julio de 2014

ANDREAS BICHEL: POR UN PUÑADO DE VESTIDOS

   

 ¿Cómo se decide una persona a empezar a matar? Supongo que es un paso importante, no es precisamente como decidir si teñirse el pelo o no. Qué puede hacer que un día te levantes de la cama (seguramente con el pie izquierdo) y digas mientras te desperezas: “Lo he decidido. Hoy cogeré mi mejor cuchillo y saldré a cargarme a un par de vecinos”. Ya sé que suena absurdo...no, ES absurdo. Pero, sinceramente, algo semejante a esto parece que le ocurrió a Andreas Bichel, que de la noche a la mañana pasó de ladrón de poca monta a asesino.
    Andreas Bichel vivía en Regendorf, Baviera. No tenía mala reputación entre sus vecinos, que le consideraban un hombre trabajador y algo tacaño. No era bebedor, ni jugador, ni iba por ahí buscando bronca, al contrario, tenía  fama de tranquilo y hasta de cobarde. Hombre devoto, no faltaba a misa los domingos, aunque, teniendo en cuenta lo que ocurrió después, algunos de los Diez Mandamientos no le quedaron claros, quizá pensaba que eran meros consejos y no prohibiciones. Pero está claro que nadie le conocía bien, ni siquiera su propia esposa. Nadie sabía de su lado oscuro, a pesar de que él iba dejando pistas, ya que era incapaz de mantenerse alejado de las cosas de los demás, vicio éste que le costó su puesto de trabajo en una posada de Regendorf. Durante tres años el patrón aguantó con paciencia sus pequeños robos hasta que no pudo más y le despidió. Y parece que fue este deseo de poseer lo que los otros tenían lo que le hizo dar un paso más.
Andreas era un fashion victim

   En mayo de 1808, como suele suceder, la casualidad hizo que el secreto de Andreas Bichel fuera descubierto. Las ruedas del destino empezaron a girar en su contra cuando Walburga Seidel decidió ir a la tienda de un sastre y le encontró confeccionando un chaleco con una tela que a la joven le resultó demasiado familiar: era parte de la enagua de su hermana Catherine, que estaba desaparecida. El chaleco había sido encargado por Bichel, a quien la familia Seidel ya había preguntado si sabía algo de ella, a lo que éste siempre respondía lo mismo: “no sé nada, sólo que se fugó con un extraño”. Sin duda una contestación algo rara y, sin embargo, parece que la familia de la joven no hizo mucho más por averiguar su paradero. Pero esto ya era demasiado sospechoso como para volver a cruzarse de brazos y, por fin, acudieron a la policía para que fuera ésta quien interrogara a Andreas.
    El 20 de mayo de 1808 la policía fue a casa de Bichel para proceder a su detención. Mientras tanto, Theresa, otra de las hermanas de Catherine, explicaba en el Palacio de Justicia lo ocurrido justo antes de que su hermana desapareciera, corroborando punto por punto lo dicho por Walburga el día anterior. Según ellas, hacía ya varios meses una mujer había ido a su casa con un mensaje de Bichel para Catherine. Ésta salió, pero volvió al poco tiempo a recoger tres de sus mejores vestidos y, con ellos bajo el brazo, desapareció el 15 de febrero de 1808. Theresa fue capaz de dar una descripción de las ropas que Catherine se había llevado. No había terminado su testimonio, cuando llegó un policía con un pañuelo que habían arrebatado a Bichel, un pañuelo que primero había intentado esconder y después tirar, tratando de que nadie se diera cuenta. Cuando Theresa lo vio quedó claro el porqué del extraño comportamiento del hombre: era el pañuelo de Catherine.
    Cuando comenzó el interrogatorio, Bichel fingió desconocer el motivo de su arresto. Al preguntarle por el pañuelo, contestó que lo había traído del mercado de Ratisbon y, respecto a la tela que le había dado al sastre para que le hiciera el chaleco, dijo que se la había comprado a un vendedor ambulante. En cuanto a Catherine Seidel, repitió lo mismo que le había dicho a sus hermanas, que no sabía nada de ella, salvo que un joven, un completo extraño para él, había ido a su casa y le había pedido que mandara a buscar a Catherine. Estaba convencido de que se habían marchado juntos...es más, aseguraba que había oído rumores de que estaban en Landshut.
    Sin embargo, era evidente que el hombre sabía más de lo que decía. Contestaba de forma apresurada, titubeaba, se mostraba confuso...estaba claro que escondía algo. Y vaya si escondía algo, en concreto en el cobertizo de su casa, que estaba siendo registrada mientras él era interrogado. Allí encontraron un baúl con mucha ropa de mujer, pero que no era precisamente de su esposa. Cuando le preguntaron, la mujer dijo que parte de la ropa era una tal Bárbara y el resto de una chica que había desaparecido, la tenía allí porque los padres de la chica se la habían regalado a su esposo. Algunos de estos vestidos eran los de Catherine. Todo parecía indicar que, como se sospechaba, Bichel estaba relacionado de algún modo con su desaparición, pero no se sabía exactamente hasta qué punto. El perro de uno de los agentes no dejaba de olisquear en el cobertizo de la casa, el lugar que servía de leñera. Esto llamó la atención del dueño, que se dirigió allí con algunos hombres, decidido a descubrir qué era lo que ponía tan nervioso al animal. En una esquina del cobertizo había un montón de paja y hojarasca y allí empezaron a cavar. No tuvieron que esperar mucho antes de encontrar un pie y la parte inferior del cuerpo de una mujer, envuelta en unos trapos. Cuando retiraron un poco más de tierra surgió la parte superior del mismo cuerpo y una cabeza medio descompuesta. A poco distancia de esta tumba, encontraron otro cadáver, que pudo ser reconocido como el de Catherine gracias a que aún conservaba sus pendientes. Parecía haber sido abierta en canal.
  

Los médicos examinaron los restos minuciosamente. Estaban convencidos de que el acusado había mutilado a ambas mujeres con un cuchillo afilado, ayudándose de un martillo. En el informe se planteaba una siniestra duda respecto a Catherine Seidel: ¿estaría realmente muerta cuando Bichel empezó a diseccionarla?. Según el forense, Catherine había recibido un golpe en la cabeza y una puñalada en el cuello, pero en su opinión ni el golpe ni la puñalada habían sido suficientes para causar la muerte. Consideraba que ésta se había producido cuando Bichel “abrió” a la joven por la mitad.
    Evidentemente Bichel aún tenía mucho que contar y se procedió a un segundo interrogatorio. Al tribunal le costó sacar algo en claro, pues él  contestaba a las preguntas con mentiras que no podía sostener, algunas realmente absurdas (como que a Catherine había sido asesinada por un desconocido en su casa), pero inmediatamente cambiaba la versión por otra que parecía estar más próxima a la verdad o al menos tenía algo más de sentido, pero sólo rozaba lo que realmente había ocurrido. Al final confesó haber matado a Catherine simplemente por su ropa. Sin embargo, en lo referente a la otra mujer, palideció, pero negó rotundamente cualquier conocimiento respecto a ella. Habría que ver la cara de los interrogadores ante la confesión sui generis de Bichel: admite haber matado a Catherine, pero a la vez afirma desconocer quién es la mujer que yace al lado. ¿Quién la habría enterrado allí? Seguramente ese “extraño” del que tanto hablaba.
    Aunque él dijera que no conocía a la otra víctima, había ropas en su casa que no eran de Catherine. ¿A quién pertenecían?. Esta vez Bichel sí sabía la respuesta: eran de Bárbara, una prima lejana de la que decía no recordar el apellido (debía ser muy lejana). Vivía con sus padres en Loisenrieth, pero había dejado su casa en busca de trabajo. Bichel dijo que la había visto por última vez en Ratisbon y que ella, en un alarde de generosidad, le había dado unos vestidos para que los vendiera por ella, pudiéndose él quedar el resto. Y aquí terminó su confesión.
    En 1806 en Baviera se había abolido la tortura, así que, en lo que a ello respecta, Bichel podía estar tranquilo, nadie le obligaría a claudicar a base de hos...de golpes. Pero siempre había medios para hacer hablar a los reos y uno que había dado muy buenos resultados, a pesar de su sencillez, era el de  enfrentar al asesino con sus actos, para lo cual se le solía llevar al lugar en que se había encontrado el cuerpo, y si se podía contar con el cadáver, mucho mejor. Así pues, Bichel fue llevado a Regendorf, a su propia casa, donde le esperaban sus víctimas, bien visibles, cada una sobre una tabla.
    Bichel se sintió desmayar, sus piernas apenas le sostenía, la visión de los cuerpos le afectó notablemente, pero seguía en sus trece: admitía haber matado a Catherine, pero no a la otra chica. Sin embargo, al volver a su celda ya no estaba solo, le acompañaba el recuerdo de las dos jóvenes asesinadas y, por lo que se ve, su alma albergaba una pizca de eso que llaman “remordimiento”. Y por fin se supo quién era la desconocida.
    Bárbara Reisinger buscaba trabajo y Andreas Bichel le había prometido que le conseguiría uno. Así pues, se trasladó desde Loisenrieth, donde vivía con sus padres, a Regendorf.
Cuando llegó a casa de Bichel se llevó una decepción, él no había podido colocarla en ningún lugar, pero Bárbara no se iba a rendir, si en Regendorf no encontraba nada quizá debía ir a Ratisbon . La que sí  tenía trabajo era la esposa de Bichel y, desgraciadamente, dejó sola a Bárbara con su marido. Según él, en ese momento le asaltó el pensamiento de matarla y quedarse con sus ropas, a pesar de que ella no llevaba equipaje y de que su botín se iba a limitar a lo que la joven llevaba puesto. Aunque esto no le detuvo, él sabía que el resto de su ropa estaba en casa de sus padres y que seguramente no le sería difícil hacerse con ellas más adelante. Con esta idea en la cabeza, consiguió derivar la conversación al tema de la brujería y de la adivinación, y le contó su secreto: poseía un objeto fabuloso, un espejo mágico con el que podía ver el futuro.¿Querría Bárbara conocer su destino? Pues claro que quería. Fue a buscar tan asombroso espejo (que, entre nosotros, no era más que una lupa colocada sobre una pequeña tabla) y, con gran solemnidad, puso el místico objeto en la mesa, ante la ansiosa joven. Pero el conocer el destino no era algo simple, había que seguir un ritual, unas normas, y la más importante era que Bárbara no podía tocar nada, ni hacer ningún movimiento que rompiera el hechizo. Bichel le dijo que, sólo para evitar que eso sucediera, lo mejor sería que le atara las manos a la espalda y le vendara los ojos. Bárbara accedió, al fin y al cabo él era el experto...y no se equivocaba, Bichel conocía el futuro, al menos el de ella: iba a morir en breve. Aprovechando la incapacidad de defensa de la chica, le clavó un cuchillo en el cuello. Una vez muerta, para poder deshacerse más fácilmente del cuerpo, la descuartizó y enterró sus restos en el cobertizo.

    Siguió con su vida, como si no hubiera ocurrido nada. Desde un principio aclaró que su esposa debía estar libre de sospecha, ni había tomado parte en los asesinatos ni sabía nada de lo ocurrido en la casa.
    Este hombre se caracterizaba por su codicia. Siempre dijo haber matado a Bárbara al haberse “sentido tentado por sus finas ropas”...y deseaba tener el resto. En época navideña se dirigió a Loisenrieth, a casa de la joven, pero por el camino se encontró con el padre, que precisamente iba a Regendorf a preguntar por su hija. Bichel se mostró extrañado, le dijo que le había mandado varios mensajes de parte de Bárbara en los que le pedía que le mandara su ropa. Evidentemente el padre no había recibido ningún mensaje (digamos que fue una mentirijilla sin importancia de Bichel), pero por suerte se habían encontrado y podía hacerle llegar la ropa a través de él. Parece que era una de esas personas de las que nadie sospecha, que inspiran confianza. Los padres de Bárbara creyeron en sus palabras y a pesar de que su hija no se puso nunca en contacto con ellos, parece que no denunciaron la desaparición a la policía, ni siquiera cuando se enteraron que el hombre en quien confiaban había vendido algunas prendas de la chica.
    Por lo que se ve, el haber matado a una mujer sólo por unos vestidos (o al menos era lo que él decía, nunca se supo si hubo otros motivos) y tener su cuerpo descuartizado muy cerquita de su casa, no le causaba remordimientos, ni le quitaba el sueño, al contrario, Bichel vio oportunidades de negocio y, una vez más, se dejó llevar por su codicia. Empezó a buscar a nuevas víctimas, jovencitas con bonitos vestidos que quisieran saber qué les deparaba el destino. Lo intentó con varias, pero no tuvo suerte, hasta que encontró a Catherine Seidel. Quién le iba a decir a la joven que su ropa la iba a llevar a la tumba. Bichel empezó a hablar con ella e intentó convencerla de que fuera a su casa a conocer el futuro (ya sabemos cuál fue). Pero Seidel no estaba muy convencida y tardó varios meses en ceder a los requerimientos del hombre. Un día mandó a una mujer a casa de Catherine con un mensaje de su parte y esta vez ella cedió.
Bichel ya tenía una nueva víctima y encima había ido ella solita a su guarida, pero le dijo que, como parte del ritual, debía cambiarse varias veces de ropa, así que era mejor que volviera a casa a buscar sus mejores vestidos. Ella obedeció sin hacer preguntas y cuando regresó a casa de Bichel, éste inició su teatrillo. Trajo el “espejo mágico” y, como había hecho con Bárbara, le advirtió que no debía hacer ni tocar nada, por lo que lo mejor maniatarla y vendarle los ojos. Eso sí, se le olvidó decirle que lo siguiente era clavarle el cuchillo en el cuello...simples detalles sin importancia. Sin embargo, de Catherine no sólo  ansiaba sus ropas, también deseó saber “cómo estaba hecha por dentro” y sólo había una forma de saberlo: abrirla en canal. Cogió una cuña y se ayudó con un martillo de zapatero para abrirle el pecho, tal como habían dicho los forenses. Después, con el cuchillo, cortó las partes carnosas y, según su testimonio, estaba tan excitado que podría haber cortado un pedazo y haberlo comido, pero parece que no llegó a ese extremo. Con respecto a si Catherine estaba viva o no, Bichel dijo que tras apuñarla, la joven gritó, forcejeó un poco y suspiró 6 o 7 veces, pero que él no comprobó si estaba muerta antes de comenzar con su particular “disección”.

 
Su condena incluía el no recibir el golpe de gracia
  El 4 de febrero Andreas Bichel fue condenado a la rueda y a que su cuerpo quedara expuesto en la misma. Sin embargo la condena fue conmutada por la de decapitación, un castigo que conllevaba menos sufrimiento para el acusado, pero no por misericordia, sino porque es Estado no debía “competir en crueldad con el asesino”.


Fuentes:


"Remarkable Criminal Trials" traducción de la obra de Anselm Ritter von Feuerbach por Lady Duff Gordon, John Murray, Albemable Street, London  (1846)

Nota: Por mucho que lo intenté me fue imposible conseguir imágenes de Bichel o referidas a sus crímenes. Evidentemente, las que pueden ver aquí no tienen nada que ver con el caso, pero ayudan a ilustrarlo.






18 de mayo de 2014

DESTRIPANDO A JACK



    "Te aseguro que no encontrarás nada peor, nada más
    degradante, nada tan carente de esperanza, nada tan
    intolerablemente sombrío y miserable como la vida que dejé
    tras de mí en el East End de Londres"

                                                                 HUXLEY


   “Veni vidi vici” (“vine, vi, vencí). Con esta expresión se dirigió Julio César ante el Senado Romano, refiriéndose a su rápida victoria en la Batalla de Zela (sólo duró cinco días), frente a Farnaces II de Ponto. Algo parecido se puede decir de Jack el Destripador, ya que él “vino, mató y desapareció”. No se sabe nada de él, ni quién fue, ni de dónde venía, ni el por qué mató...sólo se sabe lo que dejó a su paso: cinco mujeres muertas, terror y morbo. Es más, sigue provocando fascinación después de más de 120 años de su letal actuación. Así que, sin más, pasen y vean, que la función va a empezar.

(Recomiendo escuchar la música para que la experiencia de la lectura sea distinta)




EL ENTORNO DE JACK

    En el S.XIX, durante el reinado de la reina Victoria, Gran Bretaña era un país en auge. Se había convertido en un gran imperio con colonias en varios continentes, altamente industrializado. En esta época (la reina Victoria reinó de 1837 a 1901) se produjeron grandes cambios en política, economía, cultura, ciencia...Y Londres era la gran metrópoli del Imperio, con un puerto de febril actividad donde anclaban barcos de todo el mundo. Esta fue la época del corset, de hecho la sociedad victoriana estaba bastante “encorsetada”, la moral, la rigidez y la disciplina constituían los pilares de la conducta a seguir. Sin embargo la distribución de la riqueza no era equitativa, apenas había políticas sociales, si acaso de beneficencia. Tal distinción entre ricos y pobres se apreciaba incluso en la división de Londres: el West End era la zona rica, de “privilegiados”; en el lado contrario estaba el East End, donde se aglutinaban los pobres y marginados, los inmigrantes, las prostitutas, donde el hambre era compañía indeseada y el alcohol dulcificaba las penas.


    Jack London (1876-1916) abandonó durante varias semanas su país natal, Estados Unidos, para vivir en el East End de Londres, conviviendo con sus gentes en las mismas condiciones. De esta experiencia nació “Gente del Abismo” (1903), que comienza de esta forma: “Lo que relato en este volumen me sucedió en el verano de 1902. Descendí al submundo londinense con una actitud mental semejante a un explorador”. Y es que estamos hablando de un lugar dónde más de la mitad de los niños no superaban los cinco años. No es de extrañar que  se convirtiera en el coto de caza de Jack el Destripador, aunque no le quedaba más remedio que compartirlo con otros asesinos y delincuentes, quizá no tan sangrientos como él, o, simplemente, que no llegaron a alcanzar la fama que el Destripador consiguió.


EL CLUB DE LAS CINCO

    “-¡Tú no puedes vivir allí!- decían todos con gestos desaprobatorios-¡Dicen que hay lugares donde la vida de un hombre no vale ni dos peniques!” (Jack London “Gente del Abismo”).
    Entre agosto y noviembre de 1888  murieron cinco mujeres a manos de Jack: Mary Ann “Polly” Nichols, Annie Chapman, Elizabeth “Liz” Stride, Catherine Eddowes y Mary Jane Kelly. Estas son las llamadas “víctimas canónicas”, porque en ellas se dan las características que se consideran propias de nuestro asesino, su modus operandi. ¿Quiere decir esto que no mató a más mujeres? No, simplemente que, en caso de ser así, no siguió el mismo patrón. De hecho, Tom Cullen en “Otoño de Terror” (1969), se pregunta el por qué la prensa le dio tanta importancia al asesinato de Polly Nichols, sobre todo cuando las muertes derivadas de todo tipo de  violencia sobre la mujer eran algo común. La respuesta era simple: se habían dado cuenta de que  se había producido una serie de crímenes que tenían algo que los diferenciaba de los demás. Tanto Tom Cullen como otros investigadores creen que  hay más asesinatos con la impronta de Jack, en concreto él hace referencia a tres: el de Fairy Fai, el de Emma Smith y el de Martha Tabram. Para otros investigadores, sin embargo, el verdadero bautizo de sangre del asesino de Whitechapel tuvo lugar con Martha Tabram.

    Emma Smith era una mujer de 45 años que ejercía la prostitución, como tantas otras del East Ends. El 13 de abril de 1888, Emma fue vista hablando con un hombre hacia las 12:15 de la madrugada. Cuatro horas más tarde apareció en el hostal donde se alojaba, tambaleándose, con la cara ensangrentada, una de las orejas cortadas, presionando su chal de lana entre sus muslos en un vano intento de taponar la herida que le dirigía inexorablemente a la muerte. La llevaron al London Hospital, en Whitechapel, y, aunque sobrevivió unas horas, no se pudo hacer nada, entró en coma y murió cuatro días más tarde. Pudo dar testimonio de su pesadilla, pero fue incapaz de describir a sus asaltantes, sólo llegó a decir que había sido atacada por tres o cuatro jóvenes de unos 19 años. Además de golpearla y violarla, le introdujeron un objeto romo en la vagina, perforándole el peritoneo. Esto le provocó una peritonitis y, finalmente, la muerte.
    La mayoría de los ripperólogos no creen que Emma fuera víctima de un joven Jack el Destripador, sino de una de las bandas que pululaban por el East End, como la The Old Nichols, que exigían a las mujeres una contraprestación económica a cambio de protección. Casi todas las muertes que se producían entre las prostitutas se achacaba a una de estas bandas. Para los investigadores, el relacionar a Jack con esta agresión supondría asumir que era miembro de alguna de ellas, ya que Emma aseguró que se trataba de un grupo de jóvenes, y se da por sentado que el Destripador era un asesino solitario. Otra cosa a tener en cuenta es que en sus crímenes no se daba agresión sexual.
Martha Tabram
  Cuatro meses después del asesinato de Emma Smith, se produjo el de Martha Tabram, que muchos consideran que sí que pudo ser obra de Jack el Destripador. De hecho el propio Frederick Abberline (el investigador de Scotland Yard a cargo de los crímenes de Whitechapel)  así lo creyó durante bastante tiempo. El 6 de agosto de 1888 era día festivo y Martha Tabram decidió celebrarlo con una amiga, Mary Ann Connelly, conocida como Pearly Polly, de la mejor manera que conocía: bebiendo. Se pasaron toda la tarde de pub en pub en compañía de unos soldados. Tanto Martha como Pearly Polly eran “mujeres soldado”, llamadas así porque ofrecían sus servicios sobre todo a los soldados. Sobre las 11:45 de la noche, las mujeres, acompañadas de sus respectivas parejas, separaron sus caminos: Pearly Polly se dirigió a Angel Alley y Martha a George Yard (en esta época las prostitutas solían llevar a sus clientes a callejones o patios traseros para “realizar el trabajo”, el lugar no importaba mucho).
    A las 3:30 de la madrugada, Alfred Crow volvía a su alojamiento en uno de los edificios de George Yard y, al subir las escaleras, vio a alguien durmiendo en los escalones del primer piso. No se extrañó, allí era algo habitual, así que se fue a acostar. En este punto hay que mencionar que hacia la 1:50 de la mañana Elizabeth Mahoney que también vivía en el mismo edificio, pasó por el mismo lugar para dirigirse a su casa pero ni vio a nadie ni notó nada extraño.

    Más de una hora más tarde, hacia las 4:45 de la mañana, salía a trabajar John Reeves. Al igual que Alfred Crow, vio a esa persona que aparentaba dormir en las escaleras, pero como ya había algo de luz que iluminara el hueco de las escaleras, también pudo comprobar que el cuerpo yacía en un charco de sangre coagulada. Salió corriendo a avisar a la policía.
    El cuerpo de Martha Tabram se encontraba decúbito supino (boca arriba), con los brazos a ambos lados del mismo, pero sus piernas estaban abiertas, como si acabara de realizar el acto sexual. ¿El asesino estaba exhibiendo a su víctima?.
    El encargado de realizar la autopsia fue el Dr. Timothy Killen. A pesar de tener 39 años, el Dr. Killen describió en el informe a Martha como una mujer de mediana edad, obesa, de pelo y tez oscura, y de 162 cm. Se estimó que el deceso se había producido unas tres horas antes del examen del cuerpo, esto es, sobre las 2:30 o 2:45 de la mañana (la autopsia se empezó a realizar sobre las 5:30 de la mañana). Martha Tabram había recibido 30 puñaladas, sobre todo en el torso y en la zona genital. Una de ellas había sido en el corazón, la herida que, según el Dr. Killen, fue la que la mató. En opinión del forense, todas las puñaladas, salvo una, parecían haber sido producidas por una persona diestra y todas, excepto una, parecían  hechas con una navaja pequeña. Esa “una” se trataba de una herida en el esternón, que parecían haber sido producida por una bayoneta, Así pues, para el Dr.Killen el asesino había usado dos armas.
    Patricia Cornwell en “Retrato de un asesino” (2003) hace una crítica feroz a esta autopsia, tachándola prácticamente de chapuza. Parece olvidarse que se realizó en el S.XIX y no en el XXI. Para ella es probable que el arma empleada fuera una daga, ya que ésta tiene la  punta fina y el cuerpo ancho, algo que pudo llevar a error al forense, ya que no tuvo en ni siquiera el ángulo de la herida o si el cuchillo usado tenía o no doble filo, por lo que terminó considerando que se usaron dos armas. Por otro lado, la violencia empleada en el crimen y las heridas causadas en la zona genital demostrarían su carácter sexual, a pesar de no haber mediado agresión de este tipo. Este hecho colocaría a Martha Tabram junto a las víctimas oficiales del destripador, ya que ninguna presentaba signos de violación o agresión sexual.  Sin embargo, hay algo que se dio en todas las demás y en ella no: todas fueron degolladas, pero Martha no.
    Algunos investigadores creen que hubo más víctimas que no han sido reconocidas como oficiales, puede que una diez o más. Sin embargo hay muchos más que, como Sir Melville Macnaghten, Subcomisario y Jefe del Departamento de Investigación Criminal (llegó al cuerpo sólo un año después de los crímenes del Destripador), opinan que sólo hubo “cinco víctimas y nada más que cinco”. Reciben el nombre de “víctimas canónicas” y en ellas se puede reconocer la firma del asesino, su modus operandi: mutilación post mortem, ya que primero las degollaba (se ha dicho que es probable que antes de degollarlas le provocara una pérdida de conciencia empleando el estrangulamiento) e inexistencia de agresión sexual.
Mary Ann Nichols
   Se considera que la primera mujer a la que mató Jack fue Mary Ann Nichols, “Polly”, el 31 de agosto de 1888. Polly era una mujer de 42 años, regordeta y de unos 161 cm. Era alcohólica desde hacía tiempo, de hecho esa fue la causa de que su marido se hubiera separado de ella siete años atrás, aunque Polly insistía en que la verdadera razón era que él tenía una amante. Habían tenido cinco hijos, pero  había perdido su custodia. Como tantas mujeres, Polly se dedicaba a la prostitución, de hecho, la noche de su muerte fue vista por Emily Holland, a las 2:30 de la mañana, a la que explicó que necesitaba conseguir el dinero del albergue para poder pasar la noche. Había ganado ese día tres veces más de lo que le costaba la cama, pero se lo había gastado en bebida y, al volver al albergue de la calle Thrawl, la habían echado porque le faltaban cuatro peniques. Polly, dignamente, le dijo al encargado del albergue que le reservara la cama, que pronto conseguirían el dinero...tenía un bonito sombrero nuevo.
        Sobre las 3:45 de la madrugada del 31 de agosto, George Cross caminaba por Buck’s Row, un callejón de Whitechapel, para dirigirse a su trabajo en el mercado de Spitalfields. De repente vio lo que parecía ser un paquete envuelto, se acercó con la esperanza de haberse encontrado algo de valor. Era una mujer con las ropas desordenadas. En ese momento apareció otro trabajador del mercado, John Paul. Un poco asustados, ambos intentaron averiguar si la mujer estaba bien. A Paul le dio la sensación de  que aún respiraba, que sólo estaba borracha, así que le dijo a Cross que le ayudara a ponerla en pie, pero este pensó que lo mejor era dejarla como estaba y avisar a un policía, pues tenía la falda levantada hasta las caderas y podía haber sido víctima de una violación. Ninguno de los dos se había dado cuenta del profundo corte que tenía en el cuello. Le bajaron la falda y se fueron.
    Poco tiempo después volvieron con  G. Mizen, pero se encontraron con otro policía, John Neil, que ya estaba dando voces en un intento de alertar a otros compañeros. John Neil hacía su ronda por Buck’s Row cada media hora y, mientras Paul y Cross comunicaban su macabro hallazgo a Mizen, Neil había encontrado el cuerpo de la mujer. Él si vio el tajo del cuello. Según Colin Wilson y Robin Odell en “Recapitulación y Veredicto”: “...Cuando dirigió el haz de luz de su linterna de lente abombada a la entrada, el policía Neil se dio cuenta inmediatamente de que el fardo amorfo era el cuerpo de una mujer. Yacía de espaldas, con un brazo cerca de la verja del establo y el otro estirado sobre el suelo; su toca de paja negra se encontraba a corta distancia. A la luz de la lámpara, el policía Neil vio una horrible cuchillada en el cuello de la mujer, de la cual la sangre había salido en pequeños chorros hacia el arroyo.”. Se llamó al Dr. Llewellyn, que llegó sobre las 4:00, enfadado por haber sido despertado a esas horas. Sólo hizo un reconocimiento rápido antes de ordenar el traslado del cuerpo a depósito. Dijo que hacía media hora aproximadamente que se había producido el deceso. El cuerpo yacía de espaldas al suelo, con la mano izquierda contra una verja, las piernas estiradas y presentaba un profundo corte en el cuello. Sin embargo, a pesar de que el corte era de tal envergadura que casi le secciona la cabeza, en el suelo no había mucha sangre. Esto le llamó la atención y pensó  que en ese lugar no se había producido el crimen. Se procedió al traslado de la víctima y, después, a limpiar la zona. Echaron agua en el suelo para que arrastrara la sangre a las alcantarillas. El agente John Phil había sido testigo de estas labores y observó que había una mancha de unos 15 cm de diámetro de sangre coagulada, es decir, que sí había bastante sangre, sólo que se hallaba bajo el cuerpo, con sólo haberlo girado el Dr. Llewellyn se hubiera dado cuenta.


    El cuerpo de Polly Nichols fue llevado al depósito de Old Montage, que en realidad no era más que un cobertizo en el patio trasero de un asilo, donde las autopsias se practicaban en las peores condiciones que se pueda imaginar. Allí fue cuando descubrieron, al levantar las enaguas, que le habían rajado el abdomen, dejando los intestinos a la vista. Presentaba varias heridas realizadas, según el forense, con un cuchillo de hoja larga, empleado con gran violencia. Según Llewellyn, el asesino le había tapado la boca (ya que presentaba unos morados en la cara que sugería tal idea) y después la había degollado, no por detrás, sino por delante y de izquierda a derecha. Por tanto, creía que era zurdo. La posterior instrucción del caso terminó, como los demás, con la declaración de que Mary Ann Nichols había sido asesinada por persona o personas desconocidas.
Annie Chapman
    La siguiente víctima fue Annie Chapman, “Annie la Morena”, de 47 años y también obesa. Annie solía vender flores, labores de costura o cuidar ancianos. Pero, aun así, solía prostituirse para ganar algo más. Había estado casada y tenía dos hijos de esa relación. Pero hacía tiempo que la pareja se había separado debido al alcoholismo de ella. Annie no estaba del todo abandonada, ya que recibía una pensión por parte de su exmarido de 10 chelines semanales. Por lo menos así fue hasta que él murió, entonces fue cuando Annie terminó de hundirse en el pozo en que se había convertido su vida. Cada vez se encontraba peor y empezó a sufrir mareos y desmayos. Vivía en un antro regentado por Timothy Donovan, en Dorset Street. En la madrugada del 8 de septiembre, Donovan le exigió el coste de la cama, 8 peniques. Annie, no estaba de suerte, le dijo que había estado en el hospital y que no tenía dinero, se encontraba débil. A él le dio igual, las normas eran las normas. Ella salió a buscar el dinero. Eran cerca de las dos de la madrugada y nadie volvió a verla con vida.
    Eran aproximadamente las cinco de la mañana cuando John Richardson, se sentó en unos escalones del patio trasero del nº29 de Hanbury Street  (este lugar era frecuentemente utilizado por las prostitutas, que llevaban allí a sus clientes) para cortar un trozo de cuero de su bota que le estaba molestando. Se cree que a esa hora Annie Chapman estaba justo a su lado, seguramente acababa de ser asesinada. Pero realmente no fue hasta aproximadamente las seis de la mañana hasta que su cuerpo fue encontrado por John Davies, muy cerca de los escalones donde Richarson había estado, entre la casa y la valla. Tras recobrarse, cubrió el hallazgo con una lona y fue a avisar a la policía. Esta vez se dio aviso al Dr. George Phillips.
  Annie Chapman yacía decúbito supino, con la mano derecha apoyada sobre el seno izquierdo y el brazo izquierdo extendido. Las piernas estaban flexionadas, con la falda levantada hasta las rodillas. Como a Polly Nichols, la habían degollado, pero esta vez de una forma tan brutal que la cabeza estaba casi totalmente separada del cuerpo, apenas se mantenía. La habían eviscerado y colocado los intestinos sobre el hombro izquierdo. El Dr. Phillips determinó que la muerte se había producido unas dos horas antes. Notó que tenía la cara hinchada y la lengua le asomaba un poco de entre los dientes, por lo que llegó a la conclusión de que la habían estrangulado antes de degollarla o, al menos, se había quedado inconsciente. En cualquier caso la mutilación fue postmortem. En “Recapitulación y veredicto” de Colin Wilson y Robin Odell podemos leer: “(...) el médico encontró que el rostro y la lengua de la mujer estaban hinchados y que había magulladuras en la cara y el pecho, el dedo anular presentaba también señales de abrasión donde los dos anillos de latón habían sido sacados a la fuerza. El cuello había sido cortado de izquierda a derecha con dos incisiones paralelas bien determinadas como a un centímetro de distancia una de otra. El abdomen había sido abierto por completo y una parte de los intestinos, seccionada de su sostén mesentérico, le habían sacado el abdomen y colocado en el hombro izquierdo de la mujer postrada, mientras que, de la región pélvica del cuerpo, el útero y los ovarios, parte de la vagina y una parte de la vejiga habían sido seccionadas totalmente y arrancados. Comprobó que la causa de la muerte fue un sincope o fallo del corazón debido a una pérdida masiva de sangre por el cuello cortado...”.
    Una curiosidad: las pertenencias de Annie, salvo esos anillos, estaban colocadas a sus pies: un trozo de muselina gruesa, un peine y un trozo de sobre en el que guardaba unas píldoras. Posiblemente se llevó los anillos como trofeo.
    Tras la muerte de Chapman se formó el Comité de Vigilancia de Whitechapel. Se trataba de un grupo de ciudadanos que pretendían vigilar la zona y servir de apoyo a la policía. Lo dirigía George Akin Lusk. Fue Lusk quien el 16 de octubre de 1888 recibió un paquete, en cuyo interior había una carta y un macabro regalo: medio riñón. Según los estudios practicados era humano, no se pudo decir mucho más, y, después de lo sucedido el 30 de septiembre se creyó que era el que le había sido extirpado a Catherine Eddowes, aunque los resultados no eran concluyentes. La carta empezaba con una frase que se ha hecho famosa, “Desde el infierno”: “Desde el infierno. Señor Lusk. Señor le adjunto la mitad de un riñón que tomé de una mujer y que he conservado para usted, la otra parte la freí y me la comí, estaba muy rica. Puedo enviarle el cuchillo ensangrentado con que se extrajo, si se espera usted un poco. Firmado, Atrápeme si puede Señor Lusk.”
George A. Lusk

    Esta vez la policía registró a fondo el callejón donde habían encontrado el cuerpo. Hallaron un mandil de cuero con leves rastros de sangre, visibles a pesar de que había sido lavado. Este hecho fue publicado en los periódicos y el asesino de Whitechapel se convirtió en “Mandil de Cuero”. Poco después se arrestó a John Pizer, un zapatero judío que, debido a su profesión, llevaba ese tipo de elementos. En “Jack the Ripper A-Z” de Paul Begg, Pizer no fue más que un cabeza de turco al que tuvieron que liberar poco después porque no se tenía ninguna prueba contra él.
    Al parecer había alguien oculto en las sombras al que no le agradaba mucho que “El Asesino de Whitechapel” no tuviera un nombre propio, y tampoco vería con buenos ojos el de “Mandil de Cuero”. Era hora de que apareciera Jack. El 27 de septiembre se recibió una carta en la Central News Agency (Agencia Central de Noticias). Se pensó que era un bulo, pero fue remitida a la policía (aunque parece que no se dieron mucha prisa, porque parece ser que la recibieron el 29 de septiembre). A la  misiva se le da el nombre de “Dear Boss” (“Querido jefe”), precisamente por el encabezamiento. Hay que tener en cuenta que esto es un americanismo, al igual que otras expresiones de la carta. Tiene varias faltas ortográficas y está escrita en tinta roja: “(...) Guardé algo de la sustancia roja en una botella de cerveza de jengibre para escribir, pero se puso tan espesa como la cola y no la pude usar. La tinta roja servirá igual, espero, ha.ha. (...)”. A partir de este momento nuestro asesino entra en la historia con el nombre que le daría la fama, y todo gracias a la firma de la carta: “Sinceramente suyo. Jack el Destripador.” (se cree que esta carta fue “creada” por un periodista).
   En principio, como se ha dicho, a esta misiva no se le dio mucha importancia, pero eso cambió a partir del 30 de septiembre, la llamada “Noche del Doble Evento”, ya que se cumpliría la promesa impresa en ella: “(...) En el próximo trabajo le cortaré las orejas a la dama (...)”. Y eso fue justamente lo que pasó.
   Elizabeth Stride, “Long Liz”, de 45 años, acababa de abandonar al que había sido su pareja, Michael Kidney. No era algo extraño, seguramente Kidney esperaba su regreso de un momento a otro, porque Liz de vez en cuando necesitaba alejarse de él para poder beber a gusto. El apellido de soltera de Liz era Gustafsdotter y era sueca. En 1869 se había casado con John Thomas Stride, que falleció en 1884 en el asilo para enfermos Poplar and Stepney. Sin embargo Elizabeth prefería contar que había perdido a su marido y a sus hijos (a pesar de que no se sabe ni si los tuvo) en el naufragio del Prince Alice, un barco de vapor que había chocado contra un carbonero. Murieron 600 o 700 personas. Al parecer contaba esta historia para recibir una ayuda económica que daba la Iglesia Sueca a los supervivientes del naufragio. Pero se enteraron de las mentiras y dejaron de pagarle. Cuando no tenía a nadie que la mantuviera, Liz cosía o, directamente, se prostituía. El 27 de septiembre había dejado a su actual pareja, Michael Kidney y se había mudado a una pensión en Flower and Dean Street. En la noche del 29 de septiembre fue vista con varios hombres o eso parece (quizá sólo estuvo con uno y los testigos dieron descripciones equivocadas). La última persona, sin ser el asesino, que la vio con vida fue un policía, William Smith, al que le había llamado la atención la flor que la mujer llevaba en la solapa. Según su testimonio, iba con un hombre afeitado, de aspecto respetable, de aproximadamente 173 cm. con abrigo, pantalones oscuros y gorra de cazador. Es interesante un dato que aportó: el hombre llevaba un paquete envuelto en papel de periódico de unos 40 cm.
Elizabeth Stride
  A la una de la madrugada del 30 de septiembre, Louis Diemschutz llegó con su carro a la parte trasera del Club Educativo Internacional de Trabajadores, en Berner Street, del que era administrador. A pesar de lo avanzado de la hora en el Club aun había “fiesta”. Algo extraño ocurrió cuando fue a entrar en el callejón: su poni se negó a seguir adelante. Diemschutz se bajó del carro y, a pesar de la oscuridad, distinguió un bulto en el suelo. Encendió una cerilla que le permitió ver lo que era: una mujer. Fue corriendo hacia el club a buscar una vela y a unos compañeros para auxiliar a la mujer que él creía que estaba borracha o desmayada. Era tarde, Elizabeth Stride había sido degollada, pero sólo eso, su cuerpo no presentaba el resto de las mutilaciones que se consideran “marca de la casa” del Destripador. Se cree que el asesino fue interrumpido por la llegada de Diemschutz, no pudiendo culminar su obra.
    El siguiente escenario se sitúa en Mitre Square. Según Patricia Cornwell, tras huir de Bener Street, Jack pudo ir por Commercial Road en dirección oeste y después girar a la izquierda en Aldagate High Street. Este es el camino más directo para llegar a Mitre Square, a la City de Londres, no hubiera tardado más de 15 minutos. Allí encontró a Catherine Eddowes, de 43 años. Según John Kelly, Catherine no era alcohólica, aunque a veces bebiera mucho, y tampoco era prostituta (muchas mujeres del East End sólo se prostituían de forma ocasional). Ambos habían llegado hacía poco de Kent, donde habían recogido lúpulo para la fabricación de cerveza. El día 29 de septiembre, John no había conseguido el dinero que le hacía falta para quedarse en la habitación que compartían en Flower and Dean Street. El sábado por la mañana Catherine había empeñado las botas de su pareja y por la tarde salió en busca de su hija (tenía tres hijos a los que hacía tiempo que no veía), para pedirle algo de dinero. No la encontró. A las 20:30 fue llevada a comisaria, borracha, y allí pasaría las siguientes cuatro horas. Había dado una dirección y nombre falsos: “Mary Anne Kelly, de Fashion Street”.
Catherine Eddowes
  Cuando Catherine salió, se dirigió a Houndsdith, donde había quedado en verse con Kelly, pero después se dirigió a Mitre Square. Allí se encontró su cuerpo a sobre la 1:45 de la madrugada. Estaba tendida boca arriba, con los brazos extendidos a ambos lados del cuerpo, la cara girada hacia la izquierda, una pierna flexionada y la otra extendida. Esta vez las ropas habían sido cortadas o, más posiblemente, desgarradas, dejando el cuerpo medio desnudo. La vista no era agradable: la cara estaba horriblemente mutilada, le habían cortado la punta de la nariz, tenía cortes bajo los párpados, el abdomen había sido rajado desde el esternón hasta la zona genital, los intestinos descansaban sobre el hombro derecho. Le habían extirpado el riñón izquierdo y cortó la mitad del útero, se los  llevó. Por supuesto, también había sido degollada.  El cuerpo fue llevado al depósito de cadáveres de la City. Cuando se procedió a desnudarla el lóbulo de la oreja izquierda cayó. Al parecer se había quedado enredado entre las ropas. Esta vez la autopsia practicada fue mucho más profesional que las anteriores, ya que, debido a su tamaño, la City tenía más medios (la City es una superficie de alrededor de 2’6 km con un status especial).
   
Catherine Eddowes
A las 3:30 de la madrugada, se encontró una pintada hecha con tiza en un callejón cercano al lugar del crimen de Eddowes, un lugar donde había mucha población judía. Un agente encontró un trozo de delantal manchado de sangre (supuestamente perteneciente a Eddowes) y en la pared habían escrito: “The Juwes are the men that will not be blamed for nothing” (“ los judíos son los hombres a quienes no se culpará de nada”, aunque la palabra “juwes” está mal escrita). Temiendo que se produjeran revueltas racistas, y a pesar de que esta zona no estaba dentro de su jurisdicción, Charles Warren, Comisionado de Scotland Yard, mando a borrar el escrito.
    Aún quedaba un último acto, la culminación de su obra. Esta vez la protagonista iba a ser una hermosa joven de 25 años llamada Mary Jane Kelly. Vivía en una habitación del nº 13 de Miller’s Court, en una planta baja. La compartía con su pareja, Joseph Barnett, aunque solían pelearse a menudo y en el trascurso de una de sus discusiones rompieron el cristal de la ventana más próxima a la puerta. Esta circunstancia sería aprovechada por ambos para abrir la puerta, ya que al parecer habían perdido las llaves. Diez días antes de la muerte de Kelly, ésta había roto con su pareja, a causa de una mujer llamada  María Harvey, que se quedaba en ocasiones a dormir con Mary Jane, algo que Barnett no consentía. Después de esta discusión se volvieron a ver, él pasaba y le dejaba algo de dinero, pero no volvió a quedarse con ella. El 9 de noviembre por la mañana, Thomas Bowyer, “Indian Harry”, se acercó a la habitación de Mary Jane para intentar cobrar la renta que debía a su casero, John McCarthy.
Mary Kelly
Una vez allí llamó a la puerta, pero nadie le respondió. Intentó abrirla, pero estaba cerrada. Entonces se acercó a la ventana, introdujo la mano por el agujero y corrió un poco la cortina. Lo siguiente que hizo fue ir inmediatamente a avisar a la autoridad. Poco después el lugar estaba lleno de policías. Se tomaron fotografías a través del hueco de la ventana, que previamente habían retirado. La puerta estaba cerrada y tuvieron que echarla abajo. Ahora podían contemplar el escenario del crimen en toda su amplitud. Quedaba poco de la hermosa mujer que había sido Mary Jane, de hecho apenas quedaban algo de lo que había sido su cara: le había cortado la nariz y las orejas y parte de su cara estaba despellejada, al igual que la pierna derecha (se podía ver el fémur). La mujer había sido eviscerada (sus vísceras descansaban en la mesilla de noche), todos su órganos habían sido extirpados, los pechos seccionados...en realidad quedaba poco de Kelly. Se dedujo que el asesino había pasado varias horas mutilando a su víctima. Es curioso que sólo mutilara los rostros de sus víctimas más atractivas.

    A partir de aquí, Jack el Destripador desaparece en la bruma. No se sabe por qué, pero dejó de matar de una forma tan repentina como había comenzado (aunque algunos investigadores consideran que no fue así, que hubo víctimas posteriores). ¿Por qué dejó de matar? No hay una única respuesta: pudo haber muerto, emigrado o huido a otra ciudad o país, detenido por otra causa, encerrado en alguna institución...El caso es que se considera que Mary Jane Kelly fue la última víctima de Jack.

Localización de los cuerpos


SOSPECHAS Y CONSPIRACIÓN

    En 1977 se publicó un libro llamado “Jack the Ripper: The Final Solution” de Stephen Knight (Jack el Destripador: la solución final). En ella se relacionaba a la familia real con las muertes de estas cinco mujeres. Una orgía de sangre que empezaba con una hermosa historia de amor. Según Knight, el Príncipe Albert Victor conoció a una joven llamada Annie Crook a través de su amigo, el pintor Walter Sickert. Annie, que desconocía la verdadera identidad del príncipe, mantuvo un romance con él y se quedó embarazada. La pareja se casó en secreto, siendo testigos Sickert y Mary Jane Kelly, que sí reconoció al novio. En abril del 1885 nació la hija de Annie Crook, Alice. Knight dice que Mary Kelly contó toda la historia a sus amigas, que más tarde se convertirían, junto a ella, en las “víctimas canónicas”, y, al parecer, les pareció que era algo demasiado bueno como para no aprovecharlo. Surgió la idea del chantaje.

Príncipe Albert Víctor
  Estas nefastas noticias llegaron a oídos de la reina Victoria, que no estaba dispuesta a que unas sucias prostitutas mancharan la reputación de la familia real. Había que solucionar el problema. El elegido fue William Gull, el médico que ya había salvado en una ocasión la vida del príncipe, que tenía sífilis. El doctor Gull había sufrido en 1887 un infarto que le había producido afasia (al parecer este trastorno le producía alucinaciones). La idea era, al parecer, que asustara a las mujeres, o les practicara una lobotomía, como ya habría hecho con Annie Crook.  Pero Gull, seguramente debido a sus problemas psíquicos, exageró el encargo y solucionó el problema definitivamente y a su manera.
    Esta teoría conspirativa no tiene ningún crédito entre los ripperólogos. Sin embargo el nombre de Gull ya había surgido en relación a los sucesos de Whitechapel, en una fecha tan temprana como 1895. El Chicago Sunday Times-Herald publicó una historia contada por un cirujano de Londres, el Dr. Benjamin Howard. Según el artículo, un vidente llamado Robert Lees condujo a un inspector de la policía a la casa de un importante cirujano, asegurando que era Jack el Destripador. Les recibió su esposa, que en un primer momento se mostró furiosa, pero terminó por admitir que era cierto que en las noches de los crímenes su marido había estado ausente. Cuando llegó Gull confesó que en ocasiones se había despertado con manchas de sangre en su camisa, pero no recordaba nada. Hay que decir que en el artículo no se menciona directamente a Gull, pero se deduce que es él por las informaciones indirectas que se aportan.
    Pero la cosa no queda ahí. En el informe se explica que a Gull le hicieron una especie de juicio secreto masónico (aunque no se ha podido demostrar fehacientemente que Gull fuera masón). Cuando el artículo salió en una publicación inglesa, el Dr. Howard se desvinculó de tal información, estaba furioso. Se cree que toda esta historia fue un invento de la prensa, que sacó conclusiones de rumores.
Dr.William Gull

    En realidad, durante mucho tiempo se consideró que el asesino de Whitechapel era médico o, al menos tenía conocimientos de medicina. Sin embargo, ya desde el principio, existían voces contrarias a esta teoría. En octubre de 1888, Scotland Yard envió al Dr.Thomas Bond los informes que tenían sobre los crímenes de Jack el Destripador, le solicitaban su propio análisis, estaban desesperados por tener una idea acerca de la identidad de Jack. El Dr. Bond hizo un auténtico perfil del asesino, no como los actuales, pero iba bien encaminado. Según él tras los asesinatos estaba la misma mano ejecutora, pero que no era médico, ya que las mutilaciones no mostraban que se tuviera ese tipo de conocimientos, al contrario, más bien creía que podría ser carnicero o matarife, una persona acostumbrada a matar animales (en la actualidad se considera que los asesinos psicópatas suelen practicar primero con animales, torturándolos cruelmente o matándolos). El objetivo no era matar a una mujer, era mutilarla. Es obvio que el nivel de violencia y la brutalidad en las mutilaciones fue in crescendo. Para Bond estaba claro que los crímenes tenían un claro componente sexual, a pesar de que en las autopsias no se pudo encontrar restos de semen o signos de agresión sexual. El caso es que las autopsias del S.XIX no son como las actuales, los forenses ejercían su profesión en condiciones nefastas, con pocas o nulas condiciones higiénicas. En varias ocasiones los cuerpos de las víctimas fueron lavados, aun sin autorización del forense.
Dr.Thomas Bond
 ¿Cómo se puede asegurar que no había semen? Ni siquiera contaban con buena iluminación y las mujeres eran prostitutas, en ocasiones ni se aseaban entre un coito y otro. Sus ropas estaban ajadas, seguramente se ponían el mismo vestido prácticamente todos los días, con lo que tendrían multitud de manchas. De todas formas, el que hubieran encontrado semen era irrelevante, sólo demostraría que el sexo era parte de la motivación del asesino, pero no nos diría nada de su identidad. Bond consideraba que seguramente el autor de los crímenes no podía mantener relaciones de forma normal o era impotente. De hecho, consideraba que se trataba de un asesino solitario al que periódicamente le daban “ataques” de furia asesina o sexual.
   Parte de las ideas de Bond coinciden con el perfil dado por Robert Ressler, un moderno perfilador criminal del FBI, ya retirado. En 1998 publicó “Dentro del Monstruo”, libro en que contaba parte de sus experiencias como perfilador de asesinos en serie. Pero también daba un perfil de Jack el Destripador, aunque de forma un tanto somera. Él consideraba que Jack pertenecía a la misma clase social de las víctimas, si no fuera así hubiera llamado mucho la atención en una zona deprimida como Whitechapel, además, parecía conocer bien el lugar. Como el Dr. Bond, también opina que se trata de crímenes con contenido sexual, por varios motivos, en primer lugar por la utilización de un cuchillo y la forma de emplearlo, su acometida contra el cuerpo de las mujeres sustituiría a la penetración sexual. Ressler opina que el empleo de cuchillo u otros objetos son sustitutivos del pene, lo llama “necrofilia regresiva”. Pero también hay que tener en cuenta el tema de las mutilaciones, la mayoría de las veces muy centradas en la zona genital, llegando a extraer el útero a algunas de ellas.
    Ressler clasificaba a los asesinos en serie en “organizados” y “desorganizados”. Jack pertenecería a este último grupo (aunque hay investigadores, como Grabiel Pombo, que considera que más bien se encuadraría en un tercer grupo, los asesinos mixtos, es decir, que reúne características de los dos grupos). Se trataba de un hombre perturbado que iba a más, algo que demuestra la intensificación de la violencia y del desorden reinante en la escena del crimen, culminando con la “locura” mostrada en la pequeña habitación de Mary Kelly. Para Ressler seguramente el asesino de Whitechapel dejó de matar porque llegó a tal nivel de perturbación mental que ya no podía seguir con su actividad, bien porque se suicidó o porque fue ingresado en alguna institución mental.
Montague John Druitt
    Y es curioso que Ressler mencione el tema del suicidio, ya que el 31 de diciembre de 1888 apareció en cuerpo, en avanzado estado de descomposición, de un joven abogado de 37 años llamado Montague John Druitt. Se piensa que se suicidó poco después del asesinato de Mary Kelly, aunque realmente se desconoce cuándo lo hizo, si es que lo hizo, ya que no faltan conspiradores que piensan que en realidad fue asesinado, pues había sido elegido como cabeza de turco. El 30 de enero había sido despedido de Blackheath School, una escuela para chicos donde daba clases. Sin embargo, este despido es improbable que fuera la causa del suicidio ya que Druitt era abogado, no le hacía falta el trabajo de profesor para mantenerse. Se piensa que la causa de este despido fue que se descubrió su homosexualidad, su mundo se desmoronaba. No se encontró ninguna nota entre los objetos que se encontraron en sus bolsillos, por lo que nunca se sabrá exactamente cuál fue la causa que le llevó a suicidarse, aunque sí se encontró una en su habitación en la que se podía leer: “Desde el viernes pasado, siento que voy a acabar como mi madre, y estaría mejor muerto”. La madre de John estaba internada en un centro psiquiátrico (de hecho varios miembros de su familia, incluyendo su hermana mayor, que también se suicidó, padecían trastornos mentales). ¿Por qué se relacionó a Druitt con Jack el Destripador?  En los años 70 del S.XX varios investigadores sacaron a la luz las notas que Sir Melville Leslie MacNaghten, un alto jerarca de Scotland Yard, expuso en un memorándum interno. Para él estaba claro que Druitt y el asesino de Whitechapel eran la misma persona: “ (...) el Sr. M.J.Druitt, un médico de unos 41 años de edad y de familia bastante acomodada, que desapareció cuando se cometió el asesinato de Miller´s Court, y cuyo cuerpo fue encontrado flotando en el Támesis el 31 de diciembre, o sea, siete semanas después de este asesinato. Era sexualmente insano y por informaciones privadas, tengo casi la certeza de que su propia familia sospechaba que era el responsable de los crímenes”. Lo curioso de este memorándum son los errores que contiene: Druitt tenía 31 años, no era médico y nunca se ha podido probar que su familia creyera que era un asesino. La teoría de que este abogado fuera Jack el Destripador está abandonada.
  
George Chapman
  También el famoso detective de Scotland Yard, Frederick Abberline, tenía un favorito para ser Jack. Se trataba de George Chapman, aunque su verdadero nombre era Severin Klosowski, un barbero polaco de 23 años. Después de los acontecimientos de Whitechapel se descubrió que Chapman había matado con arsénico a sus tres esposas. En 1903 fue detenido por el Sargento George Godley, que recibió una efusiva felicitación de Abberline, su antiguo jefe: “¡Al fin has cazado a Jack el Destripador!”. (H.L.Adam, “The trial of George Chapman” 1930). Chapman fue ahorcado en abril de 1903, proclamando su inocencia. Abberline siempre le consideró el asesino de las prostitutas de Whitechapel, sólo había una cosa que le incomodaba, su edad. La mayoría de los testigos que habían visto al presunto asesino aseguraban haber visto un hombre de unos 35 años, y Chapman tenía sólo 23 cuando sucedieron los hechos. Por otra parte, está claro que una persona que alcanza el nivel de violencia al que llegó Jack no va a emplear arsénico para matar a sus esposas, es un cambio muy radical de modus operandi.
    Otro envenenador que fue sospechoso de ser Jack el Destripador fue el Dr.T.Neville Cream. Se graduó como médico en Canadá, en 1876. Poco después conoció a una rica joven llamada Flora Elizabeth Brooks. El amor llevó a la pasión, y la pasión a que la joven quedara embarazada. Cream no se lo pensó dos veces y, aun sin experiencia, le practicó un aborto que casi le cuesta la vida a Flora. El padre de la joven, encolerizado, les obligó a casarse. Así lo hicieron en septiembre de 1876. Al día siguiente se marchó a Inglaterra y volvió unos años después.
Dr.Cream
    De nuevo en Canadá, Cream, sin remordimientos por su anterior experiencia, se hizo médico abortista. Todo le iba bien, hasta que sucedió algo que estuvo a punto de acabar con todo lo conseguido: se encontró en su despacho el cuerpo de una joven criada llamada Kate Gardener, con un bote de cloroformo a su lado. Esta vez Cream tuvo suerte, ya que no fue acusado de asesinato. Aun así, el buen doctor decidió trasladar su negocio a Chicago, donde en 1880 fue arrestado por el homicidio de Julia Faulkner, que había muerto en extrañas circunstancias. Sin embargo otra vez apareció su suerte y tampoco pisó la cárcel por este hecho. Como Cream era un hombre emprendedor, empezó a vender un elixir creado por él para combatir la epilepsia. Entonces apareció Daniel Stott, que se convirtió en uno de sus clientes. Al Stoott no se le ocurrió otra cosa que mandar a su mujer a buscar su medicina a la consulta de Cream, y a ella le daba un “tratamiento especial” Cuando Stott se enteró del romance firmó su sentencia de muerte, ya que la siguiente dosis de su medicamento tendría un ingrediente extra: estricnina.
    La muerte de Stott pasó como muerte natural, se consideró que la epilepsia que sufría era la causante. Pero, en una extraña maniobra, Cream mandó una carta al forense. Debido a esa carta el cuerpo de Stott fue finalmente exhumado y encontraron la estricnina. Cream fue a prisión, en Illinois. Aunque su condena era de por vida, por buena conducta quedó libre en 1891.
    No tardó en volver a Inglaterra y, tan sólo dos días después de su llegada, conoció a Matilda Clover, una prostituta que fue envenenada al poco tiempo con “nux vómica” (nuez vómica). La misma suerte corrieron Ellen Donworth, Alice Marsh y Emma Shrivell. Al final Cream fue detenido y condenado a muerte. Cuando la soga lamía su cuello, Cream exclamó: “¡ Yo soy Jack...!”...y ahí se quedó. Por supuesto, todos pensaron que había confesado ser Jack el Destripador. Increíble...pero no podía ser, ya que Cream estaba cumpliendo condena en Illinois cuando el Destripador estaba actuando. Estuvo en prisión de 1881 a 1891.
   
Walter Sickert
En el año 2002, Patricia Cornwell, famosa creadora de bestsellers de novela negra, decidió darle vacaciones a su querida Kay Scarpetta (la protagonista de muchas de sus novelas). En este año publicó “Retrato de un asesino”, en el que explicaba de forma pormenorizada que el verdadero Jack el Destripador era el pintor Walter Sickert. No es una idea nueva, ya había sido relacionado con los crímenes por Stephen Knight en 1977 en “Jack the Ripper: The Final Solution”. Realmente el libro de Cornwell es interesante, más que por la idea de que Sickert era el destripador, por el retrato que hace de las prácticas forenses del S.XIX en comparación con las actuales, las referencias a las víctimas, etc. En cuanto a Sickert, no le deja bien parado, llega a afirmar que tenía el pene atrofiado y que por eso no existía agresión sexual en las víctimas; que las mujeres eran de edades que rondaban los 40 años, porque Sickert había asegurado que no le gustaban las mujeres de menor edad; que las cartas que se mandaron con la firma de Jack habían sido realizadas por él, incluso que tras los, en un principio, burdos dibujos que se trazaron en algunas cartas existía técnica pictórica...en fin, todo sirve para apoyar los argumentos propios. En mi modesta opinión, y en la de otros, Sickert seguramente era una persona morbosa, obsesionada con la figura y los crímenes de Jack, y que, seguramente, sí que mandó algunas cartas, pero no creo que fuera el asesino. Le gustaba contar que la casera de uno de los alojamientos donde había estado le había asegurado que donde él estaba durmiendo se había alojado el propio Jack el Destripador (tiene un cuadro llamado “La habitación de Jack el Destripador” 1908), no parece algo muy propio del verdadero Jack.

"Jack the Ripper's bedroom" Walter Sickert (1909)

    En el 2006 se reunió a un grupo de expertos en distintas ramas (historiadores, patólogos, perfiladores, etc.) dirigidos por Laura Richard, jefa del Equipo de Crímenes Violentos de Scotland Yard. La idea era realizar un retrato robot del asesino de Whitechapel, estudiar sus crímenes desde otra perspectiva, con técnicas actuales y realizar un perfil, teniendo en cuenta los testimonios que les parecieron más fiables. El resultado fue el siguiente: debía tener entre 25 y 30 años, de 165 o 170 cm., de complexión fuerte, con una cara angulosa de pómulos marcados, con cejas pobladas y un gran bigote negro.
Retrato robot hecho en 2007

    Aparentemente era una persona normal, pero de carácter explosivo y tendente a la violencia. Vivía de forma permanente en la zona donde se produjeron los crímenes, seguramente cerca de Dorset Street o Flower and Dean. Posiblemente era inmigrante. Es decir, no era noble ni pertenecía a las clases más pudientes. Mataba a las personas más accesibles y no lejos de donde vivía, de lo que conocía.
    En el año 2007 se publicó “Jack the Ripper: The 21st. Century investigación” de Trevor Marriot, un detective de homicidios de Estados Unidos. Según Marriot el verdadero Jack no es otro que Carl Feingenbaum, un marino mercante alemán. Es muy probable, debido a su profesión, que hubiera estado en el Easte End en la época de los crímenes, aunque este extremo no se ha podido comprobar. En 1896 fue ejecutado por asesinar a su casera, Juliana Hoffman, en Estados Unidos. La degolló, pero apareció el hijo de la mujer y Carl huyó. Nunca se sabrá si iba a mutilar el cuerpo o no. El caso es que su abogado, el Dr. William Lawton, declaró a la prensa que su defendido era, ni más ni menos, que el propio Jack el Destripador. El otro abogado de Feingenbaum negó lo afirmado por su compañero. Lawton se suicidó poco después de esto, por lo que sus afirmaciones fueron consideradas realizadas por un hombre inestable y no se tuvieron en cuenta. Carl Feingenbaum murió sin satisfacer nuestra curiosidad, nunca afirmó ni negó ser Jack el Destripador.
Carl Feingenbaum


    A pesar de que Jack nunca fue identificado, hubo, y hay, un buen número de sospechosos de esconderse tras esta identidad. Posiblemente nunca se sabrá quién fue y no parece que los archivos sobre la investigación de Scotland Yard vayan a ser desclasificados en próximas fechas, a pesar de haber pasado más de 120 años (al final va a ser cierta la teoría de la conspiración). Se quedan muchas cosas en el tintero: las cartas que se mandaron con la firma del asesino, las sospechosas de ser Jack o Jill la Destripadora (algo que creo altamente improbable), la posibilidad de que una mujer salvara la vida de las prostitutas de Whitechapel (me refiero a Florence Maybrick acusada de envenenar a su marido, James Maybrick, otro sospechoso), la aparición de más mujeres asesinadas presuntamente por Jack...en fin, que aunque parezca que Jack mató y desapareció, no fue así, porque si no ¿qué hacemos hablando aun de él?. Para terminar, me parece apropiado dejarles con un último apunte sobre la personalidad de nuestro asesino.


JACK EL LUNÁTICO


    El Dr.Lyttelton Stewart Forbes Winslow, un prestigioso  psiquiatra contemporáneo a Jack el Destripador, alarmado por la violencia de los asesinatos, quiso dar su opinión al respecto, su perfil. Su teoría era que el asesino de Whitechapel actuaba influenciado por la luna...es decir, que era un lunático. Pero no se quedó ahí, para Forbes, Jack tenía que ser un estudiante de medicina, de buena familia y de fuertes convicciones religiosas. Seguramente creía que Dios le había designado para llevar a cabo una gesta, una labor de limpieza. Y qué mejor que empezar por las rameras, lo peor de lo peor...y es que, para muchos, las mujeres aun simbolizan el pecado, la maldad, cuando en realidad sólo ven reflejadas en ellas toda la oscuridad que guardan en su interior.

                                          Sinceramente suya
                                                                                 
                                                                        Sara H.Bethencourt




    Bibliografía:
    Alan Moore y Eddie Campbell: “From Hell” (novela gráfica) Planeta DeAgostini, 2001
    Gabriel Pombo: “El monstruo de Londres. La leyenda de Jack el Destripador”
    Patricia Cornwell: “Retrato de un asesino: Jack el Destripador. Caso cerrado” , Ediciones B, 2002
    Robert Ressler y Tom Shachtman: “Dentro del monstruo” Ediciones Alba, 2010
    Jack London: “Gente del Abismo” © 2002 – Copyright http://www.librodot.com.

  Web:

Artículo publicado originalmente en la revista digital: Cuadernos de Bitácora