Los celtas dividían el año en dos partes de 6 meses cada una: una mitad oscura y la otra luminosa. El Año Nuevo empezaba con el fin del tiempo de la cosecha. Era el inicio de la estación oscura, en que la noche le roba horas al día: era Samhain.
Samhaín (que significa "final del verano") se celebraba a finales de octubre y principios de noviembre, el momento más adecuado para disfrutar del último banquete antes del invierno y de unas buenas historias de dioses y héroes.
Samhaín (que significa "final del verano") se celebraba a finales de octubre y principios de noviembre, el momento más adecuado para disfrutar del último banquete antes del invierno y de unas buenas historias de dioses y héroes.
En esta festividad, al igual que en la que marca el inicio de la mitad luminosa del año, Beltane (el uno de mayo), el fuego era fundamental, así, en Irlanda, se encendía en la víspera un fuego nuevo a partir de cuyas llamas se iniciarían los demás. Pero Samhain no sólo era una fiesta del fuego, era el momento del año en que las fronteras entre el mundo mortal y el de los espíritus se volvían menos nítidas y las normas que regían ambos mundos quedaban en suspenso. Los muertos podían caminar entre los vivos,
reunirse con sus familiares, pero las puertas se abrían en ambos sentidos, así pues los vivos debían tener cuidado de no acabar en el otro lado, donde tendrían que permanecer hasta el próximo Samhain. Por supuesto, no todos los que volvían eran visitantes deseados, por eso se intentaban alejar de las casas tapando las chimeneas o colocando comida fuera del hogar.
Los muertos no eran los únicos que salían a disfrutar en esta noche tan especial, también era el momento en que hadas y duendes podían deambular por ahí sin restricciones. Abrían sin pudor sus túmulos (sidh) a los humanos, dándoles la oportunidad de vivir aventuras maravillosas...aunque a veces no fuera ése su deseo. Y es que las hadas eran bastante aficionadas a secuestrar mortales, por eso aquéllos que habían perdido a un ser querido por el capricho de un hada debían estar pendientes, porque éste era el momento de recuperarle, siempre que no hubiera pasado más de un año y medio desde su desaparición, éste es el límite para traerlo a nuestro mundo, si pasara más tiempo en el sidh podría convertirse en polvo al volver.
La persona que deseaba arrebatar a un cautivo de las garras de las hadas debía esperar pacientemente a que la procesión féerica pasara por un cruce o bien debía procurar deshacer un corro de hadas con un cuchillo de hierro, haciendo que huyeran despavoridas dejando al pobre prisionero atrás.
Esto era Samhain, al menos hasta que llegó la Iglesia y lo cristianizó, convirtiéndose en la Fiesta de Todos los Santos. Pero detrás del aroma a incienso y de las cruces, se huele el bosque, se vislumbra el altar pagano, y se siente el miedo y la excitación ante lo desconocido.
En esta noche en que las puertas se abren, en que un espíritu vigila nuestros sueños y un duende con aviesas intenciones se esconde debajo de la cama esperando tener uno de nuestros tobillos a mano, no me queda más que desearles que Samhain les sea propicio y que permanezcan en nuestro mundo...el mortal, claro.
Sara H. Bethencourt
Fuentes:
- Juliette Wood: "El libro celta de la vida y la muerte", Duncan Baird Publishers, 2000 (en España publicado por Círculo de Lectores)
- Sira García Casado: "Los celtas, un pueblo de leyenda", Ediciones Temas de Hoy, 1995.
- http://es.wikipedia.org/wiki/Samhain
Muy bueno. Gracias
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