Martin Dumollard, llamado también “L’assassin des bonnes” (“El asesino de
sirvientas”) o “El vampiro de Lyon”
(aunque nunca se ha podido demostrar que bebiera la sangre de sus víctimas),
realizó su macabra actuación a mediados del S.XIX en Francia. Es considerado el
primer asesino en serie documentado de este país (parece que los franceses
tienen la memoria ligera y se olvidan de Gilles de Rais –tranquilos, pronto se
pasará por aquí-).
El joven Dumollard no tuvo una vida
sencilla. Su padre era un emigrante húngaro llegado a Francia huyendo de la
justicia austriaca, pues por lo que se ve, había formado parte de un complot
para atentar contra la vida del emperador austro-húngaro. Una vez en Francia,
Jean-Pierre Dumollard, que así se llamaba el fugitivo (evidentemente era un
nombre falso), conoció a Marie-Josephte Rey. De su unión nació Martin, hijo
único de la pareja, pues su segundo vástago no superó la infancia. Según
declaró él mismo en el juicio celebrado en su contra, la familia huyó de Ain en
1814 por el temor del padre a ser reconocido por algún miembro de las tropas
austro-húngaras llegadas a la zona. Llegaron a Padua (Italia), con tal mala
suerte que fue precisamente ahí donde es detenido y ejecutado. Marie-Josephte
vuelve a Francia, con su hijo de cuatro años, donde les espera una vida de
miseria. Condenada a la mendicidad, muere en 1842.
En junio de 1840 se casa con Marie-Ann
Martinet y se instalan en Dagneux, cerca de Lyon. No se sabe con certeza a qué
se dedicaba Dumollard, aparte de mendigar y robar, pues no se le conoce oficio
ni trabajos retribuidos. Parece que tuvo que huir de algún que otro pueblo
precisamente por su afición a apropiarse de lo ajeno y tampoco era muy querido
en la aldea en que vivía. Sus vecinos no tuvieron reparos en contar a las
autoridades los detalles de su extraño comportamiento. Y es que, si es cierto
lo que dijeron, era un hombre bastante excéntrico y, entre otros detalles,
mencionaron que la pareja, sobre todo la
esposa, no se relacionaba con los vecinos (al parecer Martin le había prohibido
que tuviera contacto con ellos), él tenía hábitos nocturnos y,al llegar a su
casa, la esposa no abría la puerta hasta que daba una contraseña. Todo
ciertamente muy sospechoso, aunque sus vecinos no imaginaron que “el tipo raro
del pueblo” era un auténtico monstruo.
Como ya se ha dicho, Dumollard era un
delincuente consumado y se le ocurrió una excelente idea para conseguir un buen
botín en un solo robo: abordar a mujeres jóvenes en la calle y ofrecerles un puesto de sirvienta muy bien pagado (y
ficticio, por supuesto) y al acompañarlas al lugar de trabajo, procedía a robar
todas sus cosas. Su coto de caza favorito eran las calles de Lyon. Nunca cambió
su modus operandi, al menos que se sepa, y no le fue mal, pues se cree que estuvo
actuando unos diez años, hasta que fue detenido. Y sin embargo, el fin de su
carrera criminal no llegó gracias a una buena labor policial, sino a su propia
“negligencia”, pues varias de sus presas huyeron de sus garras, pero fue el
testimonio de una de ellas, Marie Pichon, el que hizo que por fin las
autoridades se movieran.
Martin Dumollard |
Una noche de mayo de 1861, una joven llega
a una granja pidiendo ayuda a gritos. Está herida, descalza y aterrada. Cuando
ve salir de la casa a su rescatador, le dice que un hombre ha intentado matarla.
Es evidente que no está mintiendo. Inmediatamente es llevada a la gendarmería
de Montluel, donde Marie Pichon, que así se llamaba la mujer, relata su
pesadilla. Ésta comienza en Lyon, en Place La Guillotière, donde un hombre se
le acerca para preguntarle por una calle. Parece que tiene cierta urgencia por
contratar a una criada. Pichon le dice que ella está buscando trabajo ¡qué
feliz coincidencia! Él tiene lo que ella está buscando, encima un trabajo con condiciones
excelentes. Su señora está desesperada y dispuesta a pagar lo que sea por su
nueva empleada. Demasiado bueno para ser verdad, pero el aspecto del hombre, su
forma de hablar y comportarse inspiran confianza a la joven, quizá era más su
necesidad de trabajar que la prudencia. El caso es que Marie acepta la oferta y
queda ese mismo día con el “buen samaritano”, que no es otro que Martin
Dumollard. La idea es que viajen en tren hasta su destino, pero llegan tarde a
la estación de Montluel, así que deciden ir a pie. Él se echa al hombro el
equipaje de Marie y empiezan a caminar. Dumollard va guiando a la muchacha por
el camino, abandonándolo a menudo para coger atajos. En un momento dado, en un
lugar lleno de arbustos, el hombre empieza a quejarse de que el baúl es muy
pesado y que aún queda mucho camino por delante, así que lo esconde entre unos
arbustos, donde estaría seguro hasta que volviera al día siguiente a por él.
Marie no pone objeción y reanudan el camino. Sin embargo su confianza se va
difuminando, pues el comportamiento de su guía cada vez es más extraño. Cuando
llegan a un campo de vides, Dumollard, que había dejado atrás a la joven,
empieza a tirar de una larga estaca, intentando arrancarla de la tierra sin
éxito, así que desiste y sigue caminando. Más adelante su interés se centra en
el suelo, a ella le parece que está buscando algo, pero cuando le pregunta qué hace
él simplemente responde que está recogiendo unas plantas para su jardín. Reinician
el camino, pero Marie está cada vez más asustada, teme por su seguridad y,
cuando llegan a una casa destartalada, a medio construir, se niega a seguir
avanzando. Es entonces cuando se revelan las verdaderas intenciones de
Dumollard: alza los brazos e intenta pasarle una cuerda por el cuello. Marie
Pichon se defiende y le empuja con todas sus fuerzas. En cuanto se sintió libre
sale corriendo, sin mirar atrás. En la mente del hombre parece que no estaba el
que la joven se librara del destino que tenía pensado para ella y la persigue,
pero no logra darle alcance antes de que ella llegue a una granja, donde es
auxiliada. Ahora le toca a él huir.
Marie Pichon no pudo decir el nombre de su
atacante, sólo que era de mediana edad (unos cincuenta años) y que tenía una
cicatriz o una hinchazón sobre el labio superior. Las autoridades empezaron a
buscar inmediatamente al agresor. Una lástima que no lo hubiera hecho antes,
porque Marie no había sido la única en escapar de Dumollard, ni la única que
había denunciado la agresión de un hombre con el labio superior deformado. En
marzo de 1855 Olympe Alubert había huido de su atacante y su historia era un
calco de la de Pichon: un hombre le había ofrecido un trabajo en Place La
Guillotière por el que recibiría un buen salario y, al día siguiente, se
citaron para que la llevara hasta la casa donde iba a servir. Como a Pichon, a
Alubert el hombre le había inspirado confianza.
Josephte Charletty estaba en Lyon cuando un
hombre la aborda simplemente para ofrecerle un puesto de sirvienta. Ella acepta
y se cita con él para ir al día siguiente a la casa donde va a trabajar.
Estamos en septiembre de 1855. Ambos salen de la ciudad a pie y, durante la
caminata, él no deja de preguntarle sobre su equipaje y el dinero que la joven
llevaba, lo cual no hace sino hacerle sospechar de que sus intenciones no son
precisamente las de llevarle a conocer a su jefe. Aprovechando que se hace
tarde, ella le convence de pasar la noche en algún lugar y quedar para otro
día.
También en 1855, esta vez en octubre,
Jeanne-Marie Bourgeois, como otras habían hecho antes que ella, aceptó el
ofrecimiento de Martin Dumollard, citándose con él al día siguiente para ir a
su nuevo puesto de trabajo. Pero parece que Bourgeois no era tan confiada como
las otras mujeres y no esperó a que Dumollard la agrediera. Salió corriendo
hasta la casa más cercana. El hombre que la auxilió, Bernoit Berthelier, no se
sabe muy bien por qué, asoció lo ocurrido a esta chica con el hallazgo del
cuerpo de otra mujer joven, Marie Baday, y la lleva a la gendarmería. El juez
Genod finalmente interroga a Jeanne-Marie, aunque no se dio mucha prisa que
digamos, pues lo hizo entre marzo y abril de 1856. Él era el encargado de
investigar el caso del asesinato de Marie Baday, cuyo cuerpo fue encontrado en
febrero de 1855 en el bosque de Montaverne, desnudo y con profundas heridas en
la cara y la cabeza. Lo poco que se encontró junto al cuerpo (unos zapatos, un
pañuelo, un sombrero y un collar) ayudaron a identificar el cadáver, una joven
que tres días antes había dejado la habitación que ocupaba porque un hombre le
había ofrecido un puesto de sirvienta por doscientos francos anuales. Jacques
Verger es arrestado como principal sospechoso del asesinato de Baday, pero,
tras tres meses entre rejas, es liberado gracias en parte a la identificación
negativa de Bourgeois (no le identificó como su agresor, supongo que habría
otras causas pero no las he podido encontrar).
En noviembre de 1855 le toca el turno a
Victorine Perrin, a la que Dumollard convence, como a las demás, de que la va a
acompañar a su nuevo puesto de trabajo. Tiene suerte, se conforma con robar sus
cosas.
Julie Fargeat estaba desesperada. Se había
quedado embarazada y con el embarazo había llegado el despido de su trabajo,
así que la oferta de Dumollard le llegaba como caída del cielo. En enero de
1859 coge sus cosas y se va con él. Como siempre, cuando llegan a un lugar
apropiado a sus fines, Dumollard la asalta, pero ella grita tan fuerte que hace
que dos hombres se acerquen a ayudarla. Él se conforma con robarle sus cosas e
irse corriendo. Julie acudió a la gendarmería a relatar lo ocurrido, pero no
sólo no le hicieron caso, sino que encima la detuvieron por vagancia, pues no
tenía documentos encima que acreditaran su identidad...los tenía Dumollard.
En diciembre de 1859 un granjero de
Sainte-Croix, Jean Pierre Chréten, es testigo de la agresión a una mujer. Según
su testimonio la había visto pasar acompañada de un hombre, pero al poco rato
apareció huyendo de su acompañante, que según ella le había robado sus cosas.
Pasó la noche en el pueblo y al día siguiente volvió a Lyon. Esta chica no hizo
ninguna denuncia y se desconoce su identidad.
En mayo de 1860 Dumollard agrede a Louise
Michel. Como todas las anteriores consigue huir y es auxiliada por un
agricultor.
Como se puede comprobar, había muchos testigos de las actividades de Martin Dumollard. Además, su modus operandi parece que siempre era el mismo, solía elegir a sus víctimas en una misma zona (Lyon) y tenía una característica física que le hacía reconocible, entonces ¿por qué se tardó tanto en actuar? Estamos hablando de jóvenes que sobrevivieron a sus ataques y podían denunciar, aunque quizá pocas lo hicieron, pero Dumollard también asesinó ¿nadie echó de menos a estas mujeres? El caso es que la declaración de Marie Pichon despertó a las autoridades y pronto se empezó a buscar al “monstruo” que se dedicaba a asaltar a las jóvenes francesas. Sus indagaciones les conducen a un vecino de Dagneux, el ya mencionado Martin Dumollard: un hombre analfabeto, de mediana edad, con una hinchazón en el labio y de extrañas costumbres, según el testimonio de sus vecinos. Al ser interrogado sólo acertó a dar respuestas vagas respecto a qué había hecho el día de la agresión a Marie Pichon. Es detenido y llevado a Trevoux, donde la joven le identifica sin dudar. Por si esto fuera poco, lo hallado en el registro de la casa que Dumollard compartía con su esposa (que también fue detenida) no ayudaron a dudar de su culpabilidad: más de mil objetos de todo tipo, sobre todo ropas, muchas con desgarros y manchas de sangre, aunque algunas habían sido evidentemente lavadas. La policía tuvo claro que el objetivo de Dumollard era el robo y que Marie-Ann Martinet, la esposa, estaba involucrada en sus crímenes.
Acta de Defunción de Martin Dumollard |
Como se puede comprobar, había muchos testigos de las actividades de Martin Dumollard. Además, su modus operandi parece que siempre era el mismo, solía elegir a sus víctimas en una misma zona (Lyon) y tenía una característica física que le hacía reconocible, entonces ¿por qué se tardó tanto en actuar? Estamos hablando de jóvenes que sobrevivieron a sus ataques y podían denunciar, aunque quizá pocas lo hicieron, pero Dumollard también asesinó ¿nadie echó de menos a estas mujeres? El caso es que la declaración de Marie Pichon despertó a las autoridades y pronto se empezó a buscar al “monstruo” que se dedicaba a asaltar a las jóvenes francesas. Sus indagaciones les conducen a un vecino de Dagneux, el ya mencionado Martin Dumollard: un hombre analfabeto, de mediana edad, con una hinchazón en el labio y de extrañas costumbres, según el testimonio de sus vecinos. Al ser interrogado sólo acertó a dar respuestas vagas respecto a qué había hecho el día de la agresión a Marie Pichon. Es detenido y llevado a Trevoux, donde la joven le identifica sin dudar. Por si esto fuera poco, lo hallado en el registro de la casa que Dumollard compartía con su esposa (que también fue detenida) no ayudaron a dudar de su culpabilidad: más de mil objetos de todo tipo, sobre todo ropas, muchas con desgarros y manchas de sangre, aunque algunas habían sido evidentemente lavadas. La policía tuvo claro que el objetivo de Dumollard era el robo y que Marie-Ann Martinet, la esposa, estaba involucrada en sus crímenes.
Marie-Anne Martinet |
El día 31 de julio de 1861 comenzó la
búsqueda del cuerpo de la “desconocida de la posada Laborde” en el bosque de
Montmain. Estuvieron buscando durante horas, pues Marie-Anne no podía concretar
el lugar y Martin no abría la boca. Pero por fin encontraron lo que parecía una
tumba entre unos arbustos. Ciertamente era una tumba, poco profunda además, que
escondía el esqueleto de una mujer. Su cráneo presentaba una gran fractura.
Pero Marie-Anne aún tenía más secretos que
revelar. En el bosque Communes se ocultaba el cuerpo de otra joven. Esta vez
Dumollard les dijo dónde la había enterrado, también de forma superficial.
Sorprendentemente, las características del suelo de la zona habían hecho que el
cadáver estuviera bien conservado. Dumollard parecía tranquilo, aunque era
evidente que evitaba mirar el rostro de su víctima. Más tarde, en el juicio,
los médicos confirmaron que la herida que presentaba la mujer no había sido
mortal y que fue enterrada viva. Se trataba de Marie Eulalie Bussod.
Etiqueta de la réplica de la cabeza de Dumollard |
Martin no parecía ser un hombre muy
inteligente, algo que se confirmó cuando empezó a contar una rocambolesca (e
increíble) historia en aras de exculparse. Y es que el pobre hombre no había
hecho nada...bueno, algo sí que había hecho, aceptar la propuesta de dos
hombres malvados. Según él, en diciembre de 1953, estaba tan tranquilo paseando
por las calles de Lyon cuando dos hombres se le acercaron y le invitaron a
tomar unos tragos. Al parecer a él no le pareció raro que dos extraños le
invitaran a beber (parece que los franceses eran muy confiados en esta época).
Una vez en la taberna, le propusieron un buen trabajo: 40 francos por cada
chica que les consiguiera. Sorprendentemente él aceptó.
El plan era simple, cuando encontrara una
joven le debía ofrecer un trabajo bien remunerado y conseguir salir de la
ciudad con ella. Y eso fue lo que hizo. Convenció a una muchacha para que lo
acompañara al lugar donde conseguiría un buen salario por poco trabajo. Una vez
en las afueras de la ciudad aparecieron los “jefes” de Dumollard. Era el momento
de desaparecer, así que se inventó una
excusa para dejar a la chica a solas con ellos. Unas horas después los hombres volvieron,
trayendo con ellos un paquete para la mujer de Martin: las prendas de la joven,
manchadas de sangre. Le dijo al juez que creía que habían matado a la mujer y
tirado su cuerpo al río.
En febrero de 1855 los dos hombres
volvieron a encontrarse con él y esta vez traían una chica con ellos. Lo
curioso es que, a pesar de que esta vez no había sido Martin el encargado de
buscar a la víctima, parece que siente la obligación de acompañarlos. Llegados a
un punto del camino, los hombres se alejaron y al cabo de unas horas volvieron,
pero sin las ropas de la chica. Le dijeron que la chica estaba bien, que la
habían dejado en una granja. Se cree que se estaba refiriendo a Marie Baday,
cuyo cuerpo había sido encontrado unos días más tarde.
El cuerpo de Marie Baday |
Después de dos años de tranquilidad, según
él, los dos hombres volvieron a requerir sus servicios, aunque no se sabe muy
bien para qué, pues evidentemente ellos eran muy capaces por sí mismos de
conseguir chicas. Esta vez Dumollard les llevó al bosque de Montmain. Allí los
hombres mataron a la mujer y le dieron su premio, un reloj de plata y sus
vestidos. Pero fue Martin quien enterró a la chica, tras ir a su casa a por las
herramientas, por miedo a que su cadáver fuera encontrado, como ocurrió con
Baday.
Con respecto a Marie Eulalie Bussod,
Dumollard dijo que la había encontrado en Lyon y le había ofrecido un buen
trabajo. Ella no estaba del todo conforme con el salario, por lo que Dumollard
tuvo que ir a la casa de la hermana de Marie para discutir las condiciones del
puesto. Acordaron que él debía volver en una semana para acompañar a Marie. Una
vez más ocurrió lo de siempre, llegaron los dos amigos de Martin y mataron a la
chica.
Por fin, empezó a hablar de Marie Pichon.
Todo era tal y como había relatado la mujer, pero Dumollard contó ciertos
detalles que modificaban en aspectos relevantes la historia. Era su punto de
vista. Por supuesto, según él, su intención no era matar a Marie, sino,
conocedor del destino que le esperaba, intentaba asustarla para que huyera y
que por eso levantó las manos, pero no tenía ninguna cuerda. Se puso muy
contento de que ella saliera huyendo.
¿Dumollard realmente pensaba que este
cuento iba a ser creído? Está lleno de contradicciones. En un primer momento
era él el encargado de buscar a las víctimas, pero después son esos hombres de
los que habla los que aparecen acompañados de las mujeres, por lo tanto ¿para
qué pagar por algo que ellos mismos eran muy capaces de hacer? Y no sólo
recibía el pago por su trabajo, sino que además le daban las cosas de la pobre
mujer. Entonces ¿qué conseguían ellos? Pues no se sabe. Aparte de esto,
Dumollard parece olvidarse de todas las mujeres que sobrevivieron a su ataque y
que podían testificar que había sido él, y no otros, el que les había asaltado.
De todas formas se buscó a estos hombres y, evidentemente, no fueron
encontrados.
Réplica de la cabeza de Dumollard |
El juicio empezó el 29 de enero de 1862 y
duró cuatro días. Fue condenado a morir en la guillotina. A él no le pareció
mal, ya que su padre había sido atado a cuatro caballos y desmembrado, así que
la guillotina le pareció mucho mejor. Marie-Anne Martinet fue condenada a 20
años de prisión y trabajos forzados.
Fue ejecutado en Montluel el 8 de marzo de
ese mismo año. Su cuerpo fue enterrado en un lugar del que no se reveló la
situación, pero su cabeza corrió una distinta suerte: fue enviada a la Facultad
de Medicina de Lyon. Allí le hicieron moldes de yeso y se expone en el Museo
Testut-Latarjet.
Fuentes:
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