La historia de cómo a Mary Shelley empezó a
concebir Frankenstein es de sobra conocida, llegando a adoptar tintes de
leyenda. En el verano de 1816, la aún Mary Godwin y Percy Shelley (no se
casaron hasta diciembre de ese año), se trasladaron a Ginebra, a Villa Diodati,
la residencia de Lord Byron. Durante una desapacible noche, y tras leer cuentos
de corte sobrenatural, Byron retó a los presentes, incluyendo a su secretario y
médico personal, John William Polidori, a escribir cada uno su propio relato.
Mary no terminó el suyo, de hecho ninguno de los presentes lo hizo, pero empezó
a darle vueltas a una idea, hasta el punto de soñar con lo que sería el
capítulo cuatro de la que se convertiría en la obra por la que más conocida
sería: “Frankenstein o el moderno Prometeo”, publicada por primera vez en enero
de 1818, siendo revisada y publicada nuevamente en 1831 (la novela original
constaba de tres volúmenes, en 1831 se revisó el primero, en 1833 se hizo lo
mismo con los otros dos).
La novela empieza con unas cartas dirigidas
por Robert Walton a su hermana, que reside en Inglaterra. En ellas le expresa
su excitación ante el viaje que se dispone a realizar, sin duda una auténtica
aventura, se dirige al Ártico. En sucesivas cartas le explica las distintas situaciones
que se dan en el transcurso de dicho viaje, nada demasiado grave, pero sí le
relata un suceso extraño. En un momento
en que la embarcación se encontraba rodeada de hielo, pudieron observar a lo
lejos un trineo tirado por perros y guiado por lo que parece un enorme hombre,
que no tarda en desaparecer tierra adentro. Por si esto no fuera lo
suficientemente raro, a la mañana siguiente, sobre una placa de hielo que ha
ido avanzando durante la noche hasta ellos, encuentran a otro hombre, extenuado
y casi congelado. Con dificultad, lo suben al barco. Poco a poco Robert y el
extraño se van haciendo amigos, hasta el punto que un día éste decide contarle la
historia de su vida, de cómo acabó en el Ártico persiguiendo a un demonio.
Evidentemente el hombre al que rescataron
es Victor Frankenstein. A partir de aquí, y en primera persona, Victor nos va desgranando
su infancia, lo maravillosos que eran sus padres, la llegada de su prima
Elizabeth, la importancia que tenían los estudios para él. En realidad nada nos
llama mucho la atención en este relato, salvo dos cosas: el descubrimiento de
los alquimistas, los primeros químicos, como Cornelius Agrippa, Alberto Magno o
Paracelso, y el de la potencia destructiva del rayo. De su primer
descubrimiento Victor aprende a amar la filosofía natural y la química,
materias que cursará cuando empiece sus estudios superiores en la Universidad
de Ingolstadt, materias que, como él dice, serán su perdición. Respecto al
segundo descubrimiento, el joven Frankenstein queda fascinado por la
electricidad, a pesar de darse cuenta que sin duda es un fenómeno que supera a
sus amado “filósofos”. Cuando el lector (al menos es lo que me pasó a mí) se
enfrenta al suceso del rayo no puede evitar sonreír: “Hey, Victor, ya sé por
qué te interesa tanto la electricidad...”. Pensamos en las películas que hemos
visto sobre la novela, en que un desquiciado Victor...perdón, Dr. Frankenstein,
maneja un montón de aparatos eléctricos y aprovecha una tormenta para dar un
chispazo de vida a su criatura. Nada más lejos de la realidad, ya que, en
primer lugar, Victor no es doctor, abandona los estudios cuando cree que ya
sabe lo suficiente, obsesionado con sus propias ideas, descubrir el origen de
la vida. Por otra parte, Mary Shelley nunca nos dice cómo logró darle vida a su
criatura, seguramente porque se dio cuenta que era algo difícil de explicar, lo
importante es que lo consiguió, no por qué medios, de hecho ni siquiera se
alude a la electricidad. En cuanto al monstruo, no se parece en nada al
encarnado por Boris Karloff, un ser torpe y de inteligencia muy limitada...no,
el verdadero es capaz de aprender y de hacerlo rápido, puesto que el hombre que
él considera su padre, su amo, su dios, su todo, lo abandona de forma
inmisericorde cuando más le necesitaba...lo abomina, a él, un ser indefenso que
no entiende nada, que ni siquiera sabe el por qué está vivo. Sin duda un error
por parte de Victor Frankenstein, un error que su criatura le hará pagar...pero
no seré yo quien cuente como.
Mary Shelley, de Richard Rothwell |
Es indudable que Mary Shelley hizo una obra
maestra, sería un pecado imperdonable no leer este clásico. A pesar de tratarse
de una novela del S.XIX, es más, a pesar de tratarse de una novela gótica, no usa
un lenguaje muy rebuscado, su lectura no se hace pesada, excepto en las eternas
descripciones de los paisajes que Victor contempla en sus viajes. En
Frankenstein podemos ver muchos de los rasgos comunes de este género, desde el
uso de la noche tormentosa como momento ideal en que se desencadene el “suceso
sobrenatural”, a la exageración respecto a los sentimientos de los personajes,
bastante volubles, pues son capaces de pasar de la mayor alegría a la más
profunda depresión (de hecho Victor se pasa toda la novela sufriendo,
lamentando sus decisiones y odiándose a sí mismo y a su creación) y muy
susceptibles a padecer episodios febriles. A pesar de estar escrita por una
mujer, y muy liberal para la época por cierto, el tratamiento que hace Shelley
de la mujer, sobre todo de Elizabeth, es bastante decepcionante, aunque normal
en este tipo de novelas: bella, encantadora, muy femenina, emana pureza y
virtud por cada poro de su piel...vamos, que no es precisamente una Carmilla. A
veces se vuelve un personaje insufrible. Victor es todo lo contrario, es un
hombre independiente, egoísta, pues antepone sus deseos y sus obsesiones a su
propia familia, inteligente y con ansias de superación, algo que le lleva a su
perdición y a la de los que le rodean, porque en cierta forma el único culpable
de su destino es él mismo. En mi opinión el personaje más completo es el
monstruo, capaz de sentir y hacernos sentir sentimientos contrapuestos. Nos
apena que la soledad sea su única compañera desde el momento de su nacimiento,
el ser despreciado y temido por todos sin ni siquiera darle la oportunidad de
demostrar que su deformidad es sólo aparente, que cabe bondad en su enorme y
monstruosa carcasa. Entendemos que sienta desconfianza ante cualquier persona y
que se convierta en un ser cruel, aunque no compartamos sus acciones. En
definitiva, “Frankenstein” supera con creces al relato de Polidori, “El
Vampiro”, ambos engendrados esa famosa noche de 1816...esa gótica noche de
tormenta.
No, Igor tampoco sale en la novela |
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