27 de enero de 2014

FRANKENSTEIN O EL MODERNO PROMETEO, MARY SHELLEY

  
Boris Karloff "Frankenstein" Universal Pictures (1931)


  La historia de cómo a Mary Shelley empezó a concebir Frankenstein es de sobra conocida, llegando a adoptar tintes de leyenda. En el verano de 1816, la aún Mary Godwin y Percy Shelley (no se casaron hasta diciembre de ese año), se trasladaron a Ginebra, a Villa Diodati, la residencia de Lord Byron. Durante una desapacible noche, y tras leer cuentos de corte sobrenatural, Byron retó a los presentes, incluyendo a su secretario y médico personal, John William Polidori, a escribir cada uno su propio relato. Mary no terminó el suyo, de hecho ninguno de los presentes lo hizo, pero empezó a darle vueltas a una idea, hasta el punto de soñar con lo que sería el capítulo cuatro de la que se convertiría en la obra por la que más conocida sería: “Frankenstein o el moderno Prometeo”, publicada por primera vez en enero de 1818, siendo revisada y publicada nuevamente en 1831 (la novela original constaba de tres volúmenes, en 1831 se revisó el primero, en 1833 se hizo lo mismo con los otros dos).

   La novela empieza con unas cartas dirigidas por Robert Walton a su hermana, que reside en Inglaterra. En ellas le expresa su excitación ante el viaje que se dispone a realizar, sin duda una auténtica aventura, se dirige al Ártico. En sucesivas cartas le explica las distintas situaciones que se dan en el transcurso de dicho viaje, nada demasiado grave, pero sí le relata un suceso  extraño. En un momento en que la embarcación se encontraba rodeada de hielo, pudieron observar a lo lejos un trineo tirado por perros y guiado por lo que parece un enorme hombre, que no tarda en desaparecer tierra adentro. Por si esto no fuera lo suficientemente raro, a la mañana siguiente, sobre una placa de hielo que ha ido avanzando durante la noche hasta ellos, encuentran a otro hombre, extenuado y casi congelado. Con dificultad, lo suben al barco. Poco a poco Robert y el extraño se van haciendo amigos, hasta el punto que un día éste decide contarle la historia de su vida, de cómo acabó en el Ártico persiguiendo a un demonio.
    Evidentemente el hombre al que rescataron es Victor Frankenstein. A partir de aquí, y en primera persona, Victor nos va desgranando su infancia, lo maravillosos que eran sus padres, la llegada de su prima Elizabeth, la importancia que tenían los estudios para él. En realidad nada nos llama mucho la atención en este relato, salvo dos cosas: el descubrimiento de los alquimistas, los primeros químicos, como Cornelius Agrippa, Alberto Magno o Paracelso, y el de la potencia destructiva del rayo. De su primer descubrimiento Victor aprende a amar la filosofía natural y la química, materias que cursará cuando empiece sus estudios superiores en la Universidad de Ingolstadt, materias que, como él dice, serán su perdición. Respecto al segundo descubrimiento, el joven Frankenstein queda fascinado por la electricidad, a pesar de darse cuenta que sin duda es un fenómeno que supera a sus amado “filósofos”. Cuando el lector (al menos es lo que me pasó a mí) se enfrenta al suceso del rayo no puede evitar sonreír: “Hey, Victor, ya sé por qué te interesa tanto la electricidad...”. Pensamos en las películas que hemos visto sobre la novela, en que un desquiciado Victor...perdón, Dr. Frankenstein, maneja un montón de aparatos eléctricos y aprovecha una tormenta para dar un chispazo de vida a su criatura. Nada más lejos de la realidad, ya que, en primer lugar, Victor no es doctor, abandona los estudios cuando cree que ya sabe lo suficiente, obsesionado con sus propias ideas, descubrir el origen de la vida. Por otra parte, Mary Shelley nunca nos dice cómo logró darle vida a su criatura, seguramente porque se dio cuenta que era algo difícil de explicar, lo importante es que lo consiguió, no por qué medios, de hecho ni siquiera se alude a la electricidad. En cuanto al monstruo, no se parece en nada al encarnado por Boris Karloff, un ser torpe y de inteligencia muy limitada...no, el verdadero es capaz de aprender y de hacerlo rápido, puesto que el hombre que él considera su padre, su amo, su dios, su todo, lo abandona de forma inmisericorde cuando más le necesitaba...lo abomina, a él, un ser indefenso que no entiende nada, que ni siquiera sabe el por qué está vivo. Sin duda un error por parte de Victor Frankenstein, un error que su criatura le hará pagar...pero no seré yo quien cuente como.

Mary Shelley, de Richard Rothwell

  Es indudable que Mary Shelley hizo una obra maestra, sería un pecado imperdonable no leer este clásico. A pesar de tratarse de una novela del S.XIX, es más, a pesar de tratarse de una novela gótica, no usa un lenguaje muy rebuscado, su lectura no se hace pesada, excepto en las eternas descripciones de los paisajes que Victor contempla en sus viajes. En Frankenstein podemos ver muchos de los rasgos comunes de este género, desde el uso de la noche tormentosa como momento ideal en que se desencadene el “suceso sobrenatural”, a la exageración respecto a los sentimientos de los personajes, bastante volubles, pues son capaces de pasar de la mayor alegría a la más profunda depresión (de hecho Victor se pasa toda la novela sufriendo, lamentando sus decisiones y odiándose a sí mismo y a su creación) y muy susceptibles a padecer episodios febriles. A pesar de estar escrita por una mujer, y muy liberal para la época por cierto, el tratamiento que hace Shelley de la mujer, sobre todo de Elizabeth, es bastante decepcionante, aunque normal en este tipo de novelas: bella, encantadora, muy femenina, emana pureza y virtud por cada poro de su piel...vamos, que no es precisamente una Carmilla. A veces se vuelve un personaje insufrible. Victor es todo lo contrario, es un hombre independiente, egoísta, pues antepone sus deseos y sus obsesiones a su propia familia, inteligente y con ansias de superación, algo que le lleva a su perdición y a la de los que le rodean, porque en cierta forma el único culpable de su destino es él mismo. En mi opinión el personaje más completo es el monstruo, capaz de sentir y hacernos sentir sentimientos contrapuestos. Nos apena que la soledad sea su única compañera desde el momento de su nacimiento, el ser despreciado y temido por todos sin ni siquiera darle la oportunidad de demostrar que su deformidad es sólo aparente, que cabe bondad en su enorme y monstruosa carcasa. Entendemos que sienta desconfianza ante cualquier persona y que se convierta en un ser cruel, aunque no compartamos sus acciones. En definitiva, “Frankenstein” supera con creces al relato de Polidori, “El Vampiro”, ambos engendrados esa famosa noche de 1816...esa gótica noche de tormenta.

No, Igor tampoco sale en la novela

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