27 de enero de 2014

FRANKENSTEIN O EL MODERNO PROMETEO, MARY SHELLEY

  
Boris Karloff "Frankenstein" Universal Pictures (1931)


  La historia de cómo a Mary Shelley empezó a concebir Frankenstein es de sobra conocida, llegando a adoptar tintes de leyenda. En el verano de 1816, la aún Mary Godwin y Percy Shelley (no se casaron hasta diciembre de ese año), se trasladaron a Ginebra, a Villa Diodati, la residencia de Lord Byron. Durante una desapacible noche, y tras leer cuentos de corte sobrenatural, Byron retó a los presentes, incluyendo a su secretario y médico personal, John William Polidori, a escribir cada uno su propio relato. Mary no terminó el suyo, de hecho ninguno de los presentes lo hizo, pero empezó a darle vueltas a una idea, hasta el punto de soñar con lo que sería el capítulo cuatro de la que se convertiría en la obra por la que más conocida sería: “Frankenstein o el moderno Prometeo”, publicada por primera vez en enero de 1818, siendo revisada y publicada nuevamente en 1831 (la novela original constaba de tres volúmenes, en 1831 se revisó el primero, en 1833 se hizo lo mismo con los otros dos).

   La novela empieza con unas cartas dirigidas por Robert Walton a su hermana, que reside en Inglaterra. En ellas le expresa su excitación ante el viaje que se dispone a realizar, sin duda una auténtica aventura, se dirige al Ártico. En sucesivas cartas le explica las distintas situaciones que se dan en el transcurso de dicho viaje, nada demasiado grave, pero sí le relata un suceso  extraño. En un momento en que la embarcación se encontraba rodeada de hielo, pudieron observar a lo lejos un trineo tirado por perros y guiado por lo que parece un enorme hombre, que no tarda en desaparecer tierra adentro. Por si esto no fuera lo suficientemente raro, a la mañana siguiente, sobre una placa de hielo que ha ido avanzando durante la noche hasta ellos, encuentran a otro hombre, extenuado y casi congelado. Con dificultad, lo suben al barco. Poco a poco Robert y el extraño se van haciendo amigos, hasta el punto que un día éste decide contarle la historia de su vida, de cómo acabó en el Ártico persiguiendo a un demonio.
    Evidentemente el hombre al que rescataron es Victor Frankenstein. A partir de aquí, y en primera persona, Victor nos va desgranando su infancia, lo maravillosos que eran sus padres, la llegada de su prima Elizabeth, la importancia que tenían los estudios para él. En realidad nada nos llama mucho la atención en este relato, salvo dos cosas: el descubrimiento de los alquimistas, los primeros químicos, como Cornelius Agrippa, Alberto Magno o Paracelso, y el de la potencia destructiva del rayo. De su primer descubrimiento Victor aprende a amar la filosofía natural y la química, materias que cursará cuando empiece sus estudios superiores en la Universidad de Ingolstadt, materias que, como él dice, serán su perdición. Respecto al segundo descubrimiento, el joven Frankenstein queda fascinado por la electricidad, a pesar de darse cuenta que sin duda es un fenómeno que supera a sus amado “filósofos”. Cuando el lector (al menos es lo que me pasó a mí) se enfrenta al suceso del rayo no puede evitar sonreír: “Hey, Victor, ya sé por qué te interesa tanto la electricidad...”. Pensamos en las películas que hemos visto sobre la novela, en que un desquiciado Victor...perdón, Dr. Frankenstein, maneja un montón de aparatos eléctricos y aprovecha una tormenta para dar un chispazo de vida a su criatura. Nada más lejos de la realidad, ya que, en primer lugar, Victor no es doctor, abandona los estudios cuando cree que ya sabe lo suficiente, obsesionado con sus propias ideas, descubrir el origen de la vida. Por otra parte, Mary Shelley nunca nos dice cómo logró darle vida a su criatura, seguramente porque se dio cuenta que era algo difícil de explicar, lo importante es que lo consiguió, no por qué medios, de hecho ni siquiera se alude a la electricidad. En cuanto al monstruo, no se parece en nada al encarnado por Boris Karloff, un ser torpe y de inteligencia muy limitada...no, el verdadero es capaz de aprender y de hacerlo rápido, puesto que el hombre que él considera su padre, su amo, su dios, su todo, lo abandona de forma inmisericorde cuando más le necesitaba...lo abomina, a él, un ser indefenso que no entiende nada, que ni siquiera sabe el por qué está vivo. Sin duda un error por parte de Victor Frankenstein, un error que su criatura le hará pagar...pero no seré yo quien cuente como.

Mary Shelley, de Richard Rothwell

  Es indudable que Mary Shelley hizo una obra maestra, sería un pecado imperdonable no leer este clásico. A pesar de tratarse de una novela del S.XIX, es más, a pesar de tratarse de una novela gótica, no usa un lenguaje muy rebuscado, su lectura no se hace pesada, excepto en las eternas descripciones de los paisajes que Victor contempla en sus viajes. En Frankenstein podemos ver muchos de los rasgos comunes de este género, desde el uso de la noche tormentosa como momento ideal en que se desencadene el “suceso sobrenatural”, a la exageración respecto a los sentimientos de los personajes, bastante volubles, pues son capaces de pasar de la mayor alegría a la más profunda depresión (de hecho Victor se pasa toda la novela sufriendo, lamentando sus decisiones y odiándose a sí mismo y a su creación) y muy susceptibles a padecer episodios febriles. A pesar de estar escrita por una mujer, y muy liberal para la época por cierto, el tratamiento que hace Shelley de la mujer, sobre todo de Elizabeth, es bastante decepcionante, aunque normal en este tipo de novelas: bella, encantadora, muy femenina, emana pureza y virtud por cada poro de su piel...vamos, que no es precisamente una Carmilla. A veces se vuelve un personaje insufrible. Victor es todo lo contrario, es un hombre independiente, egoísta, pues antepone sus deseos y sus obsesiones a su propia familia, inteligente y con ansias de superación, algo que le lleva a su perdición y a la de los que le rodean, porque en cierta forma el único culpable de su destino es él mismo. En mi opinión el personaje más completo es el monstruo, capaz de sentir y hacernos sentir sentimientos contrapuestos. Nos apena que la soledad sea su única compañera desde el momento de su nacimiento, el ser despreciado y temido por todos sin ni siquiera darle la oportunidad de demostrar que su deformidad es sólo aparente, que cabe bondad en su enorme y monstruosa carcasa. Entendemos que sienta desconfianza ante cualquier persona y que se convierta en un ser cruel, aunque no compartamos sus acciones. En definitiva, “Frankenstein” supera con creces al relato de Polidori, “El Vampiro”, ambos engendrados esa famosa noche de 1816...esa gótica noche de tormenta.

No, Igor tampoco sale en la novela

26 de enero de 2014

¡ESTÁ VIVO! ¡ESTÁ VIVO!

"Frankenstein", Universal Pictures (1931)

  “Con una ansiedad rayana en la agonía, coloqué a mí alrededor los instrumentos que me iban a permitir infundir un hálito de vida a la cosa inerte que yacía a mis pies. Era ya la una de la madrugada; la lluvia golpeaba las ventanas sombríamente, y la vela casi se había consumido, cuando, a la mortecina luz de la llama, vi cómo la criatura abría sus ojos amarillentos y apagados. Respiró profundamente y un movimiento convulsivo sacudió su cuerpo.”  Frankenstein o el moderno Prometeo, Mary Shelley
    De esta forma, sin explicarnos realmente cómo lo logró, Victor Frankenstein comprueba que su creación está viva. Victor, obsesionado con “el principio de la vida” empieza por estudiar la muerte y es a través de ella con que consigue crear un ser viviente...pero su creación le horroriza y huye de lo que él considera un monstruo. Su criatura, lejos del ser torpe y poco inteligente que nos vendió Hollywood, le persigue con el único deseo de castigar al que le abandonó. Mary Shelley publicó “Frankenstein o el moderno Prometeo” en 1818. Pero ¿existió Victor Frankenstein? ¿Mary Shelley se basó en un personaje real o semejante genio transgresor salió de su imaginación?. Lo curioso es que candidatos no faltan, como prueba de ello mencionaremos sólo a algunos de estos ¿genios? ¿locos?...decidan ustedes.

   La electricidad, ese titán apenas controlado, ha despertado la curiosidad de los hombres de ciencia desde siempre, el propio Tales de Mileto (630-550 a.C) descubrió las propiedades de la electricidad estática. Sin embargo, este artículo no pretende explicar los avances que se hicieron a lo largo de la historia respecto a la electricidad, sino el uso que se hizo de ella como medio para lograr otros fines, así que daremos un salto en el tiempo, un salto que nos lleve hasta el S.XVIII y a nuestro primer científico, Luigi Galvani.
     Luigi Galvani (1737-1798) fue un médico, filósofo y físico italiano que, casi sin proponérselo, hizo un descubrimiento al que denominó “electricidad animal”. Cierto día, mientras un alumno disecaba una pata de rana, su bisturí hizo contacto con una de las máquinas electrostáticas que había en el laboratorio, produciéndose una pequeña descarga que hizo que la pata se contrajera. Tras varios experimentos, Galvani  llegó a la conclusión de que la electricidad se generaba en el interior del cuerpo, en el cerebro, y de ahí pasaba a los músculos a través de los nervios. Creía que esa “electricidad animal” constituía una especie de energía o fuerza vital, por tanto, produciendo descargas en el lugar adecuado se podría curar enfermedades o, incluso, reanimar un cadáver, algo que por cierto no dudó en probar.

Giovanni Aldini
   Galvani no estaba solo, tenía un sobrino que siguió sus pasos, Giovanni Aldini (1762-1834), que en 1791  se convirtió en catedrático de física en la Universidad de Bolonia, año en que también publicó “De viribus electricitatis in motu musculari commentarius”, el tratado de electricidad muscular de su tío. Nunca dejó de lado el trabajo de Galvani, ayudando a crear en Bolonia una sociedad para fomentar la práctica del galvanismo, en clara oposición a la Sociedad Volta, fundada en la Universidad de Pavia (según Alessandro Volta la contracción del músculo se producía por el contacto entre los dos metales del circuito, no tenía nada que ver con la electricidad animal de Galvani). Aldini se dedicó a recorrer Europa dando descargas a cuerpos de animales, cabezas de bueyes y algún que otro cadáver humano...¡pasen y vean cómo vuelven a la vida!. Sin duda los espasmos de los que hasta ese momento habían sido cuerpos inertes hacían las delicias de los asistentes. Pero todo espectáculo necesita renovarse y eso fue lo que hizo Aldini en 1803, dar un aire fresco a su performance, para ello usó a un ajusticiado: George Foster.  Foster había matado a su mujer y a su hijo, por lo que fue condenado a la horca y su cuerpo destinado a la disección, pero en vez de caer en manos de un anatomista le tocó en suerte Giovanni Aldini, que le esperaba con ansias. Usó una pila voltaica (inventada por Alessandro Volta tres años antes) a la que unió unas varillas, con las que fue tocando distintas zonas del cuerpo de Foster. Cuando tocó la boca y el oído, la mandíbula de Foster  empezó a temblar, los músculos de la boca se contrajeron y uno de sus ojos se abrió de repente. Nos podemos imaginar la incomodidad de los asistentes al sentirse observados por un muerto. Cuando llegó al pecho, éste subía y bajaba, como si estuviera respirando. Sin embargo, Aldini no había terminado, cuando aplicó las varillas al recto todo el cuerpo se convulsionó y la espalda se arqueó. Parecía que Foster iba a volver a vivir en cualquier momento, pero no fue así. Aldini lo tenía claro, la energía aplicada al cadáver era capaz de ejercer “un considerable poder sobre los sistemas nervioso y muscular” ( “exerted a considerable power over the nervous and muscular systems”), pero no eran capaces de devolver la vida.
Ilustración de los experimentos de Aldini


    El galvanismo se aplicó como tratamiento en gran variedad de dolencias, asegurándose en muchas publicaciones que tal tratamiento había tenido éxito, curando incluso a enfermos mentales. Bienvenido electroshock.
Dr.Andrew Ure
   Escocia también tiene un candidato a Frankenstein: el doctor Andrew Ure (1778-1857).  Fue un médico y químico escocés, además de profesor de Filosofía Natural (precisamente ésta, junto a la química, eran las materias que estudiaba Frankenstein en la novela) de Glasgow, Escocia. En 1818 anunció que había estado llevando a cabo una serie de curiosos experimentos que le llevaban a asegurar que en casos de ahogamiento, asfixia o ahorcamiento el cuerpo puede ser reanimado estimulando el nervio frénico. Hay que decir que en Inglaterra existía una ley que establecía que el cuerpo de algunos ejecutados pudiera usarse para disección, era el único medio legal por el que los profesores de medicina podían enseñar anatomía a sus alumnos. Matthew Clydesdale fue uno de esos delincuentes que no sólo fue condenado a la horca, sino a ser diseccionado, de hecho fue el conejillo de indias del Dr. Ure. El 4 de noviembre de 1818 el cuerpo de Clydesdale fue llevado al Old College de Glasgow, donde lo esperaban estudiantes y colegas del Dr. Ure y del Profesor James Jeffray (profesor de anatomía). Una vez allí procedieron a realizar una serie de incisiones en el cuerpo e introdujeron las varillas. Según cuenta el propio Andrew Ure, desde un primer momento el cuerpo empezó a convulsionarse, cuando movió una de las varillas al talón, la pierna se agitó de tal forma que uno de sus ayudantes recibió una patada. El horror llegó cuando se estimuló el nervio supraorbital, ya que esto hizo que se contrajeran los nervios de la cara “rabia, horror, deseperación, angustia y una espantosa sonrisa, unidas a sus horribles expresiones en la cara del asesino, superaron las más salvajes representaciones de Fuseli o Kean”. Se rumoreó que en realidad lo que pretendían ambos científicos era revivir a los muertos. Se ha dicho que el Dr. Ure fue el modelo en que se basó Mary Shelley para crear a Victor Frankenstein, aunque no parece posible, ya que la novela empezó a gestarse en 1816 y se publicó en enero de 1818.
   
Madame Guillotine empezó a actuar en Francia en 1792 como medio de ejecución habitual (la última vez que se guillotinó a alguien en Francia fue en 1977). Tantos potenciales “sujetos de experimentación” no se podían desperdiciar. Julien Jean César Legallois (1770-1814), fisiólogo, afirmó en una publicación en 1812 que era posible mantener la cabeza de un guillotinado con vida, mientras recibiera un constante suministro de sangre, es decir, teóricamente sería capaz de ver, oír, oler...pero no hablar, básicamente por carecer de laringe. El médico Charles-Édouard Brown-Séquard (1817-1894) llevó a la práctica las ideas de Legallois usando para ello la cabeza de un perro, al que realizó transfusiones de sangre 8 minutos después de la decapitación. A los dos o tres minutos Brown-Séquard comprobó que se producían movimientos faciales y oculares, a pesar de lo cual no se podía decir que tuviera consciencia. Brown-Séquard no fue el único “inspirado” por Legallois, Jean Baptiste Vincent Laborde (1830-1903), pero él prefirió las cabezas humanas a las de perros. Las autoridades francesas le abastecieron  de “material” para que pudiera examinar el estado del cerebro y sistema nervioso. En 1884 se ejecutó a un asesino llamado Campi, que se convirtió en el primer experimento de Laborde y en su primera decepción. ¿Por qué? Pues porque la ley francesa establecía que cualquier ajusticiado, antes de ser entregado a “la ciencia”, debían pasar por el cementerio, aunque no fueran enterrados, por lo que Campi llegó al laboratorio del fisiólogo 80 minutos después de su muerte...demasiado tarde. La siguiente cabeza fue la de Gamahut y esta vez Laborde no iba a permitir que transcurriera tanto tiempo como en la vez anterior para tenerla en sus manos. Se le ocurrió una idea, una muy buena idea, si se me permite la observación, ya que montó un laboratorio móvil en un carruaje y, en vez de esperar que le trasladaran el cuerpo desde el cementerio, él mismo iría allí a buscarlo. Nada más obtener la parte de Gamahut que le interesaba, su cabeza, le realizaron uno agujeros e insertaron agujas, acto seguido efectuaron una serie de descargas que provocaron movimientos en labios y mandíbula, y que abriera uno de los ojos. Pero Laborde no estaba satisfecho, esos sólo eran movimientos reflejos, no había consciencia ahí. Por medio de sobornos consiguió tener a su tercer sujeto aún más rápido, sólo transcurrieron 7 minutos tras su decapitación. Se trataba de Gagny. Laborde unió las arterias de la parte derecha del cuello a las de un perro grande. Parecía que se acercaba a su objetivo, devolver la funcionalidad al cerebro, ya que Gagny empezó a mover los músculos de los párpados, la frente y la mandíbula, llegando ésta a cerrarse con un fuerte chasquido, pero eso fue todo. Tras 20 minutos el cerebro de Gagny estaba muerto y el perro iba camino de estar igual. Ante sus fracasos Laborde dejó de experimentar con cabezas y se dedicó a otras cosas, como idear métodos de reanimación respiratoria. A propósito, evidentemente, por una cuestión de fechas, él tampoco pudo ser el modelo para crear Frankenstein, pero sus experimentos fueron lo suficientemente escalofriantes como para figurar en este artículo.

    En fin, Mary Shelley tenía un montón de científicos en los que inspirarse. No sabemos si escogió a alguno de los mencionados o no, pero ha sido la excusa perfecta para mencionar unos cuantos experimentos curiosos ¿verdad?. Quizá en otro momento podamos hablar de perros bicéfalos...¿o es que creían que Cerbero era sólo un mito?.
"Cerbero" Gustave Doré

*Artículo publicado en  http://cuadernosdebitacora.com/



LA CUNA DE UTICA: UTICA CRIB






    “Quien bien te quiere te hará llorar”. Esta frase ilustra muy bien algunos de los tratamientos usados en el S.XIX para, supuestamente, aliviar el padecimiento de los enfermos, aunque más bien pareciera lo contrario, sobre todo cuando nos referimos a enfermos mentales. En esta época se dieron bastantes avances en la psiquiatría, pero se seguía considerando al enfermo mental como un lunático, una  pobre criatura que debía ser apartar de la sociedad, sobre todo por el bien de ésta. En los asilos recibían tratamientos que en la actualidad consideraríamos crueles, sacados de la mente de un científico loco, pero que en su época no sólo parecían los más adecuados, sino los más humanitarios. Cuando los pacientes requerían ser calmados no se dudaba en utilizar aparatos que parecían más adecuados para torturar que para sosegar a la pobre víctima, pero todo se hacía para evitar que se lastimara, tanto a sí mismo como a los que le rodeaban. Uno de esos instrumentos era la “Cuna de Utica” (Utica Crib).

Dr. Amariah Brigham
   La “cuna” fue diseñada por un médico francés, el Dr. M.H. Aubanel, en 1945, pero no tardó en cruzar el océano, siendo empleada por primera vez en el New York State Lunatic Asylum, en Utica (por eso recibió el nombre de Cuna de Utica), institución dirigida por el Dr. Amariah Brigham, considerado en ocasiones el inventor de tal artefacto, pues realizó algunas modificaciones en el diseño original. Posteriormente su uso se extendió a otros hospitales mentales de Estados Unidos, como el Peoria State Hospital, un centro para “locos incurables”, que tenía nada más y nada menos que veintiséis "cunas".
    El diseño de la Cuna de Utica era sencillo y se asemejaba a su equivalente infantil, pues ambas tenían barrotes a los lados, sólo se distinguían en el tamaño, ya que ésta era para adultos, y en que la usada en Utica tenía una tapa, también con barrotes, además podía ser suspendida con cadenas para facilitar el balanceo. Cuando era preciso, pues en principio sólo se hacía dependiendo del estado de nerviosismo del paciente, esta tapa se cerraba, dejando tan sólo un espacio de unas 12 pulgadas (30’48 cm), puede que menos, entre el cuerpo del confinado y la parte superior, evitando así que pudiera moverse, pero también que pudiera abrirse desde el interior, por lo que se convertía en una auténtica jaula. Y sin embargo este instrumento, llamado a veces “cama cubierta” o “cama de protección”, era recomendado como un método eficaz, humanitario y útil para calmar a pacientes violentos, consiguiendo que tuvieran el descanso necesario para su recuperación, descanso que ellos mismos alteraban, asimismo la tapa evitaba que se cayeran de la cama...una bendición, vamos. El Dr. Lindsay del Murray Royal Institution en Perth, era un firme defensor de la Cuna de Utica, considerándola como “inestimable para prevenir lesiones”, y no dudó en escribir artículos recomendando su uso: “ (...) una tapa cubierta para  pacientes que podrían caer en caso de tener sólo barras laterales. El tipo de cama que más útil he encontrado, y me atrevo a recomendarla a la atención de la profesión médica en general (...)” (Edinburgh Medical Journal, 1878)1.


Utica State Hospital

    En el Minnesota Hospital for the Insane en St. Peter había cuatro “cunas”. A finales de 1860 las instalaciones fueron inspeccionadas por los miembros de la junta de administración del hospital. Uno de sus miembros era el Reverendo Aaron Kerr que, lejos de quejarse de que los pacientes fueran controlados con este tipo de aparatos, felicitó a los trabajadores del centro por su lealtad y atención hacia  los enfermos. Asimismo puso como ejemplo que la eficacia de esta cama el de una mujer nerviosa y violenta tanto con las enfermeras como con otras pacientes y que, sin embargo, tras pasar un tiempo en la cuna, se volvía calmada y dócil. Y es que, efectivamente, eso es lo que ocurría, los pacientes terminaban por calmarse, pero ¿cómo no dejar de luchar tras estar horas encerrado en un ataúd con barrotes? Los confinados no se podían mover con libertad, ni salir de allí hasta que otro lo decidiera por él. La cuna no era eficaz, tan sólo producía un agotamiento físico y mental que hacía que se creyera que la crisis, por decirlo de alguna forma, había pasado gracias a su uso.
Dr. William A. Hammond
    Pero no todos los médicos estaban a favor de la "cama cubierta", había muchas voces en contra de la utilización de este tipo elementos de restricción. Una de ellas era la del Dr. Hammond, que describió con detalle el diseño de la cuna y las contraindicaciones de su uso. El Dr. Hammond afirmó que las habitaciones acolchadas habían sido sustituidas por este tipo de camas, ya que parecían más efectivas para tranquilizar a los internos más violentos y, aunque al parecer, al ser encerrados por primera vez en ellas, se golpeaban una y otra vez contra los barrotes, al final terminaban por ceder y se convertían en personas sumamente manejables, siendo precisamente éste el principal argumento que se esgrimía una y otra vez a su favor. Se le acusó de estar en contra de este tipo de instituciones, pero él decía que no era así, sino que consideraba que el tema de los métodos de restricción debía ser investigado, y no le faltaba razón pues se sabía que se habían producido muertes por la utilización de estos métodos, incluyendo la Cuna de Utica. Y parece que lo consiguió, pues a finales del S.XIX (en concreto en la década de 1880) el Utica Asylum fue investigado por esta causa, pero al final los responsables fueron absueltos. Sin embargo no pasó mucho tiempo hasta que estos métodos fueron prohibidos (en concreto se menciona el 18 de enero de 1887 como la fecha en que se dejó de usar la "cama cubierta").

Peoria State Hospital
   El uso de la “cuna de Utica”, como suele suceder, se transformó en abuso, los pacientes podían pasar días encerrados allí.  Ya en el S. XX, el Peoria State Hospital (también llamado Bartonville State Hospital), clausurado en 1973, tenía una de estas “camas de protección” expuesta en el vestíbulo, con un letrero que ponía: “Cuna de Utica, una vez considerada como un triunfo en los cuidados humanos de los enfermos mentales. Una mujer fue confinada a esta cuna durante cuarenta años en una institución de Illinois. Veintiséis de estas abominaciones fueron usadas en Illinois State Hospital. Este tipo de restricciones fueron prohibidas en 1905”2 (fue el propio director del centro el que prohibió la utilización de estas medidas en el mismo). ¿Cuarenta años encerrada ahí? Casi imposible de imaginar tal sufrimiento sólo por estar enferma. En los archivos del ya mencionado Minnesota Hospital for the Insane, aparece el caso de una mujer llamada Sarah que fue confinada por primera vez a una de estas cunas cuando contaba con 37 años, en 1867. Su error había sido intentar escapar, así que merecía un correctivo. En un principio sólo habían usado con ella muñequeras para controlarla, pero a partir de 1872 pasó cada vez más tiempo en la cuna. Las consecuencias fueron graves. Hacia 1873 se movía arrastrándose sobre sus nalgas, manteniendo las rodillas flexionadas hasta el mentón. En 1876 una anotación en su historial decía: “No puede caminar, pero está mucho más tranquila”. Al final de eso es de lo que se trataba, no de darles una vida mejor, ni de que estuviesen bien atendidos, sino de que la “paz” llegara por fin a su ser, aun a costa de la poca cordura que les quedara.



1. La traducción de los textos está hecha por mí y no son literales (están escritos en el lenguaje rebuscado del S.XIX), por eso he decidido añadir el original.
    “In the Edimburgh Medical Journal of February, 1878, Dr. Lindsay, M.D., R.S.E., and physician to the Murray royal institution at Perth, published another article commending de covered beds in the highest terms as invaluable for preventing injuries- adding, however, “a lid in the case of patients who would scramble out of bed with sides merely. The kind of bed that I have found most useful is the following, and I venture to recommend some such bed to the attention of the medical profession generally because I am satisfied it is very much wanted in all departments of medical, surgical and obstretic practice”  http://inmatesofwillard.com/

2. "Utica Crib, once hailed as a triumph of the humane care of the mentally ill, a woman was confined to this crib for fourteen years in an Illinois institution. Twenty-six of these abominations were used in Illinois state hospitals. This kind of restraint was banned in 1905.”      


Fuentes:

- Susan J. Hubert: “Question of power: The politics of women’s madness narrative”, University of Delaware Press, 2002.