22 de noviembre de 2013

LA MUJER QUE MATÓ A JACK EL DESTRIPADOR

  

  Hace un tiempo que llevo interesándome por los crímenes sucedidos en Londres en 1888. Cuando empiezas a investigar tienes por ciertas unas cuantas cosas, pero a medida que vas avanzando irremediablemente te sumerges en un mar de sospechas, dudas, verdades a medias, mentiras o meras leyendas. Uno de los objetivos de los que investigan los crímenes de Jack el Destripador es averiguar quién se esconde detrás del apodo. Otro de esos objetivos, igual de importante a mi modo de ver, es el averiguar por qué dejó de matar de forma tan repentina. ¿Por qué? Porque si conocemos la razón de este “cese” en su actividad podremos tener una idea de quién pudo ser o al menos nos ayudaría a descartar sospechosos.  Hay presuntos investigadores que repentinamente se sacan teorías de la manga, cual prestidigitadores criminalistas, acerca de la autoría de los crímenes de Whitechapel: que si fue una mujer, que si fue un pintor (no sólo Sickert, también Van Gogh es sospechoso), que si fue un doctor...prácticamente cualquier persona de la época es susceptible de ser Jack el Destripador. Y aquí les traigo una de esas teorías, una de mis favoritas, ya que en ella interviene una mujer, asesina para unos y una posible heroína para otros (pudo haber salvado a muchas prostitutas del East End), pero también porque, de un plumazo, nos resuelve las dos incógnitas: quién fue y por qué dejó de matar. Les presento a Florence Elizabeth Maybrick.
Florence Maybrick

   En 1881 Florence, una joven estadounidense de 19 años, estaba realizando un viaje en barco con su madre. En dicho viaje conoció a un rico comerciante algodonero inglés, James Maybrick, que tenía 23 años más que ella. Al parecer, ambos se enamoraron y poco después se casaron, trasladándose a vivir a Liverpool. La pareja tuvo dos hijos.
   Florence era una auténtica belleza sureña, amante de la diversión y el lujo. Pero, como todo lo bueno, eso no podía durar siempre y la encantadora Florie se dio de bruces con la realidad: el bolsillo de su esposo estaba menguando. James tuvo que confesar a su esposa que estaban atravesando graves problemas económicos y que debía cambiar su modo de vida, algo a lo que ella se resistía. Eso ocurrió en 1887, sin duda un mal año para la joven Florence, ya que, no sólo la economía familiar era frágil, sino también la salud de su hijo, James.
   Sí, aquel fatídico 1887 cambiaría la vida de la joven. Se enteró que su esposo era adicto a las drogas y a las mujeres. El viciosillo James solía consumir arsénico y estricnina, entre otros “polvillos mágicos” (algo  habitual en la época victoriana, pues pequeñas cantidades de estas sustancias eran usadas como tónicos o afrodisiacos, incluso las mujeres solían usarlas para que sus esposos las dejaran en paz). Por si esto fuera poco, James además tenía una amante desde hacía unos 20 años, es decir, desde mucho antes de casarse con Florie, y le pasaba una pensión. Esto último le enfureció de tal forma, que no sólo decidió dormir en un dormitorio distinto al de su esposo, sino que además pensó en pagarle con la misma moneda.
   Florence se buscó un joven amante, llamado Alfred Brierley, otro comerciante de algodón. Con él pasó la noche en un hotel...y su marido se enteró de todo. Al parecer ésta no era una mujer que destacara por su inteligencia, a no ser que quisiera ser pillada. El hecho es que la pareja tuvo una tremenda discusión y Florence terminó con el ojo morado y sin amante, pues la pareja terminó reconciliándose.
James Maybrick

   En abril de 1889 a Florence se le ocurrió la feliz idea de comprar papel atrapamoscas y extraer el arsénico que lo empapaba, pero sólo para confeccionar con él una crema facial con la que eliminar los granitos de su hermoso rostro. Todo muy inocente. Por supuesto esto no tuvo nada que ver con el repentino malestar de su esposo, ni con los dolores gastrointestinales que llegaron después.
   A principios de mayo, James Maybrick estaba cada vez peor. Pero, por suerte, contaba con su amante esposa que le cuidaba día y noche. Una lástima que la desconfiada enfermera de su esposo sospechara que lo estaba envenenando y fuera corriendo a contarlo a una amiga de sus cuñados. Por supuesto, éstos no tardaron mucho en presentarse en la casa y alejar a Florence de su hermano. Sólo las enfermeras tendían acceso al enfermo y ella tenía prohibido darle de comer o beber. El 9 de mayo se analizaron la orina y las heces de James Maybrick, pero no se encontró rastro de veneno.
A James se le administraba una especie de medicamento o complejo vitamínico de la época llamado Valentine’s Meat Juice. Una noche, Florence entró en la habitación de su esposo y discretamente empezó a manipular esta medicina, algo un poco arriesgado, teniendo en cuenta que sabía que sus cuñados sospechaban de ella y que la enfermera había rehusado el dejarla a solas con el enfermo. El hecho es que el medicamento fue analizado y contenía medio grano de arsénico (dos granos sirven para matar a una persona). Según ella, James se lo había pedido.

   El tiempo fue pasando y James no mejoraba, mientras que pequeños incidentes hacían que las sospechas recayeran cada vez con más fuerza sobre Florie. Llegó un momento en que los hermanos de James decidieron registrar la casa en busca de venenos que pudieran ser usados por la mujer para ir aniquilando a su marido. Se dice que, en distintos recipientes, pudieron encontrar suficiente veneno para matar a unas cincuenta personas.
   El 11 de mayo de 1889 el cuerpo de James Maybrick no resistió más, su corazón, agotado, dejó de latir. El informe forense dictaminó que había rastro de veneno, aunque al parecer no había tanta cantidad como para considerar que fuera el causante de la muerte. No importaba mucho, ya que los hermanos Maybrick ya tenían una culpable.
   El 14 de mayo Florence era detenida como sospechosa de la muerte de su esposo. El 31 de julio comenzaba su juicio. Se le acusaba de asesinato con premeditación. Su abogado recalcó que no había quedado probado que el arsénico encontrado en el cuerpo fuera suficiente para matar a James Maybrick y que era conocida su adicción al arsénico y a otras sustancias, algo que podía haberle hecho enfermar y morir. Para el defensor la confirmación de sus argumentos se encontraba en el hecho de que el veneno había sido hallado en estómago y riñones, pero no en el corazón ni en la sangre.

Artículo sobre el juicio de Florence en The Echo on Monday
del 5 de agosto de 1889
    El 7 de agosto se dictó sentencia: fue declarada culpable del asesinato de James Maybrick y  condenada a morir en la horca.
   Sin embargo ocurrió algo inesperado, se desarrolló una campaña en contra de la ejecución de Florence, que consiguió una conmutación de la pena por  cadena perpetua. Pero resultó que Florie en el fondo era una chica afortunada y fue liberada en el año 1904. Sin pensárselo dos veces volvió a Estados Unidos y de allí no volvió salir, salvo para realizar su último viaje junto a la Parca, un 23 de octubre de 1941. Florence terminó sus días en la miseria, pero, al parecer, entre sus cosas aún conservaba un papel que explicaba cómo usar el arsénico del papel atrapamoscas como cosmético.
   Pero ¿qué tiene que ver esto con Jack el Destripador? En principio nada, pero en 1992 surgió la relación entre ambos personajes, Florence y Jack. En ese año un hombre llamado Michael Barrett apareció con una auténtica joya entre sus manos: el diario de Jack el Destripador, escrito de puño y letra por el asesino, que resultó ser...¡JAMES MAYBRICK!. En el diario se describían pormenorizadamente los crímenes, el placer sentido al cometerlos, había burlas hacia la policía y su ineptitud e incluso el cómo había surgido el nombre de Jack (las dos primeras letras del nombre y las dos últimas del apellido). En 1993 el diario fue publicado. Sin embargo muy pocos lo consideran como una prueba válida, más bien al contrario, en seguida se tachó el documento como una falsificación. Finalmente, Michael Barrett confesó que era falso...aunque después se retractó de esta confesión, así que nos hemos quedado como al principio. En cualquier caso resultaría paradójico que una mujer, una joven cansada de su vida matrimonial, fuera la responsable de que el sádico Jack abandonara sus crueles aficiones. ¿Fue Florence una asesina, una víctima del sistema o una heroína?...
   Un último apunte: sinceramente, yo no creo que James Maybrick fuera Jack el Destripador, así como tampoco creo que lo fuera el Dr. Gull o el Príncipe Eddy...pero estas teorías son tan novelescas y sugerentes que se hace difícil hacerle caso a la razón y la lógica. 

Papel atrapamoscas, muy útil para deshacerte de los insectos
molestos...y de las moscas también
                                                                                          
 Sara H. Bethencourt

Fuentes:
Jesús Palacios: "Psychokillers",Temas de Hoy, 1998

1 de noviembre de 2013

ESTO ES...SAMHAIN

    

     Los celtas dividían el año en dos partes de 6 meses cada una: una mitad oscura y la otra luminosa. El Año Nuevo empezaba con el fin del tiempo de la cosecha. Era el inicio de la estación oscura, en que la noche le roba horas al día: era Samhain.


 Samhaín (que significa "final del verano") se celebraba a finales de octubre y principios de noviembre, el momento más adecuado para disfrutar del último banquete antes del invierno y de unas buenas historias de dioses y héroes.
   En esta festividad, al igual que en la que marca el inicio de la mitad luminosa del año, Beltane (el uno de mayo), el fuego era fundamental, así, en Irlanda, se encendía en la víspera un fuego nuevo a partir de cuyas llamas se iniciarían los demás. Pero Samhain no sólo era una fiesta del fuego, era el momento del año en que las fronteras entre el mundo mortal y el de los espíritus se volvían menos nítidas y las normas que regían ambos mundos quedaban en suspenso. Los muertos podían caminar entre los vivos,
reunirse con sus familiares, pero las puertas se abrían en ambos sentidos, así pues los vivos debían tener cuidado de no acabar en el otro lado, donde tendrían que  permanecer hasta el próximo Samhain. Por supuesto, no todos los que volvían eran visitantes deseados, por eso se intentaban alejar de las casas tapando las chimeneas o colocando comida fuera del hogar.

    Los muertos no eran los únicos que salían a disfrutar en esta noche tan especial, también era el momento en que hadas y duendes podían deambular por ahí sin restricciones. Abrían sin pudor sus túmulos (sidh) a los humanos, dándoles la oportunidad de vivir aventuras maravillosas...aunque a veces no fuera ése su deseo. Y es que  las hadas eran bastante aficionadas a secuestrar mortales, por eso aquéllos que habían perdido a un ser querido por el capricho de un hada debían estar pendientes, porque éste era el momento de recuperarle, siempre que no hubiera pasado más de un año y medio desde su desaparición, éste es el límite para traerlo a nuestro mundo, si pasara más tiempo en el sidh podría convertirse en polvo al volver.
La persona que deseaba arrebatar a un cautivo de las garras de las hadas debía esperar pacientemente a que la procesión féerica pasara por un cruce o bien debía procurar deshacer un corro de hadas con un cuchillo de hierro, haciendo que huyeran despavoridas dejando al pobre prisionero atrás.
    Esto era Samhain, al menos hasta que llegó la Iglesia y lo cristianizó, convirtiéndose en la Fiesta de Todos los Santos. Pero detrás del aroma a incienso y de las cruces, se huele el bosque, se vislumbra el altar pagano, y se siente el miedo y la excitación ante lo desconocido.
   En esta noche en que las puertas se abren, en que un espíritu vigila nuestros sueños y un duende con aviesas intenciones se esconde debajo de la cama esperando tener uno de nuestros tobillos a mano, no me queda más que desearles que Samhain les sea propicio y que permanezcan en nuestro mundo...el mortal, claro.



Sara H. Bethencourt

Fuentes:

  • Juliette Wood: "El libro celta de la vida y la muerte", Duncan Baird Publishers, 2000  (en España publicado por Círculo de Lectores)
  • Sira García Casado: "Los celtas, un pueblo de leyenda", Ediciones Temas de Hoy, 1995.
  • http://es.wikipedia.org/wiki/Samhain