29 de marzo de 2014

UNA ALUCINACIÓN

  
   Escribo estas líneas preso de una gran agitación. Sé que no es lo más adecuado, que debería calmarme primero y ordenar mi turbada mente, pero temo que mi razón me convenza de que todo lo que viví, lo que oí y vi no fue real.
    Mi historia comienza con la visita de un viejo amigo. A pesar de los años que hacía que no nos veíamos, me asombró el profundo cambio que se había producido en él. Estaba ojeroso, pálido y parecía asustarse por el más mínimo ruido. Además, era extraño que hubiera acudido a mi lugar de trabajo para hablar conmigo, pues su madre había muerto en el asilo mental que ahora yo dirigía. Conocía el profundo odio que le producía aquel lugar y eso no hizo sino aumentar mi preocupación por su estado. He de reconocer que me sentí aliviado cuando me contó qué le ocurría: simple mal de amores. Su esposa había tenido una relación adúltera y él, incapaz de perdonarle, había solicitado el divorcio. Tras esta ruptura conoció a una joven con la que contrajo matrimonio. Sin embargo su felicidad se vio empañada por la aparición de su anterior pareja, que se niega a abandonar la casa. En un principio no entendí el por qué acudía a un alienista, aunque fuera un amigo. Pero la respuesta fue clara: temía por la vida de su nueva esposa y por la suya propia.
   Cuando llegué a la casa, encontré a mi amigo realmente excitado,  cogió mi sombrero y bastón, y prácticamente los tiró en el interior de un pequeño armario. Me dijo que su esposa sabía de mi visita y había accedido a hablar conmigo. Con prisas me guio al salón y, una vez que había entrado, cerró la puerta rápidamente. No tenía escapatoria, frente a mí tenía una mujer hermosa, pero demente, y la única salida me era negada. Ella sonrió y me indicó que tomara asiento. Pronto comenzamos una charla ligera, pero fue suficiente como para hacerme dudar del criterio de mi amigo ¿cómo un ser tan encantador podía ser capaz de las crueldades que él había descrito? Imposible. Cuando se cansó de hablar del tiempo y otras tonterías, me hizo la pregunta que yo había temido:
    - ¿Qué le ha contado mi esposo de mí?
    No pude evitar decirle la verdad. Me apenó ver las lágrimas recorriendo su rostro. Ahora que habíamos llegado al motivo de mi visita, era hora de cambiar el tono de la conversación. Ella escuchó atenta todo lo que tenía que decir, mi opinión sobre la situación y mis consejos al respecto. Sorprendentemente me dio la razón, sabía que su esposo tenía una nueva vida y, en realidad, se sentía incómoda allí. Me dio las gracias, porque yo le había traído la paz que tanto ansiaba, había borrado la ira que albergaba su corazón. Ahora sabía que podía irse, pero antes quería contarme algo.
    - Hace tiempo una mujer enamorada se casó con el hombre más maravilloso que había conocido. Fue feliz, hasta que su marido se aburrió de ella y encontró un divertimiento más joven y dócil. Ella pronto se enteró de la traición, pues su marido no se había molestado en esconder las pruebas. Gritó, lloró, rompió cosas, no aceptaba el rol de mujer consentidora que le quería imponer ese ser que asistía impávido al espectáculo, hasta que ella golpeó donde más le dolía: el prestigio y el dinero, todo conseguido gracias a su matrimonio. Ella conocía cosas de su pasado que él no quería que salieran a la luz, sus orígenes humildes, la locura de su madre, todos sus pecados. Consiguió su objetivo, que él le prometiera que no volvería a ver a esa vulgar y estúpida chica. Pero ¿de qué sirve la promesa de un traidor?. A los pocos días la mujer yacía entre excrementos y vómitos. Los médicos diagnosticaron muerte natural y  nadie se molestó en dudar, ni siquiera su propia familia, a pesar de que poco tiempo después el asesino estaba nuevamente casado. El veneno había acabado con su vida, pero el olvido y el desinterés la habían matado una segunda vez. Los muertos se alimentan de la energía de los vivos, de sus emociones, pero ella sólo lo hacía de rabia y frustración. Hasta que un día fue lo suficientemente fuerte para ser vista por su esposo y su nueva mujer, para atormentarles, para vengarse...hasta que entendió que en realidad era ella la que más estaba sufriendo. Es hora de acabar con mi dolor.
Fotografía de Francesca Woodman
   Yo la escuchaba casi hipnotizado, sin apenas entender sus palabras. Ella se acercó y me dio un beso en la mejilla. Al oído me susurró:
    - Dígale a mi marido que me verá cuando muera, no creo que pueda perdonarle.
     Y desapareció. Me encontraba sólo en el salón, pero aún notaba la sensación de su beso en mi rostro y su frío aliento en mi oído. Salí corriendo de allí, sin mirar atrás ni despedirme. ¿Había estado hablando con un fantasma? ¿acaso son capaces de besar? En ese momento estaba seguro de que era así, pero ahora...ahora mi parte racional se ha despertado de su letargo. Me dice que los espectros no existen, que son cuentos para asustar a los niños, que la muerte es un proceso biológico que acaba con la vida, con todo, y que el alma o el espíritu son invenciones que nos alientan a ignorar ese hecho, que toda nuestra existencia será comida por gusanos blancos. Entonces ¿todo ha sido una alucinación? Y la razón me responde: ¿Y qué si no?.

Sara H. Bethencourt