Escribo estas líneas preso de una gran agitación. Sé que no es lo más adecuado, que debería calmarme primero y ordenar mi turbada mente, pero temo que mi razón me convenza de que todo lo que viví, lo que oí y vi no fue real.
Mi historia comienza con la visita de un viejo amigo. A pesar de los años que hacía que no nos veíamos, me asombró el profundo cambio que se había producido en él. Estaba ojeroso, pálido y parecía asustarse por el más mínimo ruido. Además, era extraño que hubiera acudido a mi
lugar de trabajo para hablar conmigo, pues su madre había muerto en el asilo
mental que ahora yo dirigía. Conocía el profundo odio que le producía aquel
lugar y eso no hizo sino aumentar mi preocupación por su estado. He de
reconocer que me sentí aliviado cuando me contó qué le ocurría: simple mal de amores.
Su esposa había tenido una relación adúltera y él, incapaz de perdonarle, había
solicitado el divorcio. Tras esta ruptura conoció a una joven con la que
contrajo matrimonio. Sin embargo su felicidad se vio empañada por la aparición
de su anterior pareja, que se niega a abandonar la casa. En un principio no
entendí el por qué acudía a un alienista, aunque fuera un amigo. Pero la
respuesta fue clara: temía por la vida de su nueva esposa y por la suya propia.
Cuando llegué a la casa, encontré a mi amigo
realmente excitado, cogió mi sombrero y
bastón, y prácticamente los tiró en el interior de un pequeño armario. Me dijo
que su esposa sabía de mi visita y había accedido a hablar conmigo. Con prisas
me guio al salón y, una vez que había entrado, cerró la puerta rápidamente. No
tenía escapatoria, frente a mí tenía una mujer hermosa, pero demente, y la
única salida me era negada. Ella sonrió y me indicó que tomara asiento. Pronto
comenzamos una charla ligera, pero fue suficiente como para hacerme dudar del
criterio de mi amigo ¿cómo un ser tan encantador podía ser capaz de las
crueldades que él había descrito? Imposible. Cuando se cansó de hablar del
tiempo y otras tonterías, me hizo la pregunta que yo había temido:
- ¿Qué le ha contado mi esposo de mí?
No pude evitar decirle la verdad. Me apenó
ver las lágrimas recorriendo su rostro. Ahora que habíamos llegado al motivo de
mi visita, era hora de cambiar el tono de la conversación. Ella escuchó atenta
todo lo que tenía que decir, mi opinión sobre la situación y mis consejos al
respecto. Sorprendentemente me dio la razón, sabía que su esposo tenía una nueva
vida y, en realidad, se sentía incómoda allí. Me dio las gracias, porque yo le
había traído la paz que tanto ansiaba, había borrado la ira que albergaba su
corazón. Ahora sabía que podía irse, pero antes quería contarme algo.
- Hace tiempo una mujer enamorada se casó
con el hombre más maravilloso que había conocido. Fue feliz, hasta que su
marido se aburrió de ella y encontró un divertimiento más joven y dócil. Ella
pronto se enteró de la traición, pues su marido no se había molestado en
esconder las pruebas. Gritó, lloró, rompió cosas, no aceptaba el rol de mujer
consentidora que le quería imponer ese ser que asistía impávido al espectáculo,
hasta que ella golpeó donde más le dolía: el prestigio y el dinero, todo
conseguido gracias a su matrimonio. Ella conocía cosas de su pasado que él no
quería que salieran a la luz, sus orígenes humildes, la locura de su madre,
todos sus pecados. Consiguió su objetivo, que él le prometiera que no volvería
a ver a esa vulgar y estúpida chica. Pero ¿de qué sirve la promesa de un
traidor?. A los pocos días la mujer yacía entre excrementos y vómitos. Los
médicos diagnosticaron muerte natural y
nadie se molestó en dudar, ni siquiera su propia familia, a pesar de que
poco tiempo después el asesino estaba nuevamente casado. El veneno había
acabado con su vida, pero el olvido y el desinterés la habían matado una
segunda vez. Los muertos se alimentan de la energía de los vivos, de sus
emociones, pero ella sólo lo hacía de rabia y frustración. Hasta que un día fue
lo suficientemente fuerte para ser vista por su esposo y su nueva mujer, para
atormentarles, para vengarse...hasta que entendió que en realidad era ella la
que más estaba sufriendo. Es hora de acabar con mi dolor.
Fotografía de Francesca Woodman |
Yo la escuchaba casi hipnotizado, sin
apenas entender sus palabras. Ella se acercó y me dio un beso en la mejilla. Al
oído me susurró:
- Dígale a mi marido que me verá cuando
muera, no creo que pueda perdonarle.
Y desapareció. Me encontraba sólo en el
salón, pero aún notaba la sensación de su beso en mi rostro y su frío aliento
en mi oído. Salí corriendo de allí, sin mirar atrás ni despedirme. ¿Había
estado hablando con un fantasma? ¿acaso son capaces de besar? En ese momento
estaba seguro de que era así, pero ahora...ahora mi parte racional se ha
despertado de su letargo. Me dice que los espectros no existen, que son cuentos
para asustar a los niños, que la muerte es un proceso biológico que acaba con
la vida, con todo, y que el alma o el espíritu son invenciones que nos alientan
a ignorar ese hecho, que toda nuestra existencia será comida por gusanos
blancos. Entonces ¿todo ha sido una alucinación? Y la razón me responde: ¿Y qué
si no?.
Sara
H. Bethencourt